En un país como el nuestro, cuya dirigencia ha dimitido de la lectura, deducción que hago por cómo hablan y por cómo algunos, Sánchez, por ejemplo, se afanan en el corta y pega a la hora de hacer su tesis doctoral, se sigue dando como buena y genuina del Quijote la expresión “ladran, luego cabalgamos”, unas veces, y otras “ladran, señal de que cabalgamos". La verdad es que no hay nada parecido en las 1.106 páginas del Quijote que la Real Academia editó con motivo del IV Centenario, edición definitiva de un libro infinito. Pasa con esta frase lo mismo que cuando don Quijote y Sancho se pierden en El Toboso, que ya es difícil, buscando el supuesto palacio de Dulcinea. Cabalgan de noche y respiran tranquilos cuando dan con un bulto que resulta ser la Iglesia, señal de que están en el centro del pueblo. Nunca dijo don Quijote, caballero católico y sentimental, con la Iglesia hemos topado, y menos con desdén, y sí “con la Iglesia hemos dado”.
Bien, aunque querría seguir escribiendo sobre el Quijote, la actualidad manda, y eso nos reúne cada martes aquí. Así que disculpen la digresión, y tómenla como una manera de arrancar la columna. Aunque falsa, la frase de “ladran, luego cabalgamos” explica bien dos cosas muy pertinentes en estos tiempos: que la razón está donde está, aunque la propaganda y la mentira digan lo contario, y que aquellos que se emplean es falsearla y denigrarla merecen la consideración del animal que usa el ladrido para expresarse. (Y ya me duele escribir esto, que uno tiene perro en casa y sabe que es mucho fácil apreciar a un animal como estos que a los que sobreviven a base de embustes y volanderas).
¿De verdad es el Gobierno de la gente el que indulta a sediciosos, reforma el Código Penal para perdonarlos y hace tratos con un partido que nació de las brasas políticas que dejó ETA antes de esconder las pistolas?
Sí, estoy hablando de la manifestación del sábado pasado en Madrid. Supongo que el lector sabe cómo ha sentado en el Gobierno y aledaños, y cómo desde el presidente del Gobierno hasta el pobre Echenique la han denigrado por sectaria, fascistona y ultra. El primer disparate fue el de la señora que Sánchez ha puesto en la delegación del Gobierno al señalar que fueron 31.000 personas las que estuvieron en la Cibeles. No 30.000 o 40.000, 31.000 para dar así sensación de que la cifra se ha conseguido mediante métodos científicos. Una pena que no afinaran algo más, 31.217, por ejemplo. El segundo, sale del partido de Sánchez, ese que sus incautos compañeros de petanca creen que es el PSOE, cuando asegura que en la manifestación sólo hubo ruido y que la inmensa mayoría de españoles no estuvo allí. Estas palabras de Santos Cerdán, un trazo burdo y grosero del noble oficio de la política, son tan fáciles de rebatir que casi no merece la pena perder el tiempo. ¿Acaso la gran mayoría de los españoles está como ellos al lado de Junqueras y Otegi? ¿Necesita esa mayoría la presencia, ayuda y colaboración de los enemigos de España para que Sánchez siga viviendo en La Moncloa? ¿De verdad es el Gobierno de la gente el que indulta a sediciosos, reforma el Código Penal para perdonarlos y hace tratos con un partido que nació de las brasas políticas que dejó ETA antes de esconder las pistolas?
No deja de ser una afrenta que se diga que los miles de españoles que estuvieron en Cibeles tienen como proyecto “romper la convivencia” mientras Sánchez es sostenido por el mismísimo Frankenstein revivido. Y sigue siendo una infamia que se ataque y falte de esta manera a aquellos españoles que atendieron la llamada de una manifestación - ¡que no concentración, señores de El país!- en defensa de la Constitución. Que el Gobierno y su presidente no quieran entender que, en la plaza de La Cibeles, quizá por primera vez, hubo también quien votó al PSOE, da una idea del desenfoque que viven los socialistas de Sánchez. Ciertamente no es tan difícil encontrarlos. No resulta complicado dar con ciudadanos que se han pasado la vida votando al PSOE, así hasta la segunda legislatura de Zapatero, en que se le empezaron a ver las malas artes al monstruo que estaba por nacer.
Ahora resulta que, según Sánchez, los que apoyan la España constitucional defiende una España uniforme y excluyente. ¡Atentos, Fernando Savater y Andrés Trapiello, entre otros, que se os ha visto el cartón!
La única verdad es que Sánchez no puede, ni quiere a estas alturas, dar un paseo por la Gran Vía si no le llenan la acera de afectos a la causa
En fin, conviene no perder la calma. Irán pasando las semanas y llegará el 28M, y ahí sabremos hasta dónde es verdad eso de que los españoles vivimos en permanente estado lisérgico, caminando siempre por la llamada servidumbre voluntaria, y que eso lo aprovecha el de Moncloa para cerrar un parque, poner a unos pobres militantes de atrezo y jugar con ellos a la petanca. ¡A las dos y media de la tarde, oigan!
La única verdad es que Sánchez no puede, ni quiere a estas alturas, dar un paseo por la Gran Vía si no le llenan la acera de afectos a la causa. Que el distanciamiento con la calle es grande. Y que la falta de respeto que demuestra con aquellos ciudadanos que el sábado fueron a defender la Constitución a una manifestación debería tener consecuencias. Sánchez ha descubierto la pólvora y sabe que cuanto más peso tenga Abascal en la derecha, mejor será para él y los suyos. Y por eso provoca y miente hasta la desesperación. Y por eso la mejor forma de responderle es desde el sosiego.
Para haber sido una manifestación con tan poca gente, todos ellos bolsonaristas y nostálgicos de una España uniforme y excluyente, parece que ha ocupado bastante a quien pasará a la historia por enterrar a un cadáver. A él y a sus ministros y ministras, algunas y algunos con menos seso que cera en los oídos.
Sí, no lo escribió Cervantes, pero los ladridos son cada vez más claros, más contundentes. A veces necesitamos adivinar donde no es posible deducir. Y ya nos podemos ahorrar ese esfuerzo porque la situación está clara. Tiene escrito Charles Dickens que la vida es un conjunto de despedidas. El que quiera y pueda entender, que entienda. Y se vaya preparando.
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