Cuando se cumple el quincuagésimo aniversario de la publicación en España de Archipiélago Gulag, la monumental obra que le valió el Premio Nobel a Aleksandr Solzhenitsyn, cobra actualidad la radiografía que el gran escritor y disidente efectuó sobre la hipocresía soviética al percibir innegables analogías entre aquel Estado totalitario y el espíritu totalitario que se adueña de una España en manos de quienes degradan sus instituciones y socavan sus pilares democráticos. “Sabemos -consignó- que nos mienten. Ellos saben que mienten. Ellos saben que sabemos que nos mienten. Sabemos que ellos saben que sabemos que nos mienten. Y, sin embargo, siguen mintiendo”. Una descripción que se ajusta como anillo al dedo al proceder de Pedro Sánchez desde que está en el machito a lomos de una mentira que alcanzó su cénit en el acto de corrupción máxima de comprarle los votos a un prófugo para no abandonar La Moncloa tras su derrota de julio de 2023.
Mediante ese trapicheo infame a cambio de “autoamnistiar” a los golpistas del 1 de octubre de 2017 en Cataluña, el fugitivo Puigdemont marca hoy el designio español en los términos tan delirantes y deleznables que el “Pastelero loco” verbalizó el jueves durante la presentación en el sur de Francia de su candidatura a la Generalitat y culminar la “suspendencia” luego de su fallido alzamiento gracias a la determinación del Estado tras la histórica alocución televisada de Felipe VI. Al cabo de un septenio, Puigdemong retoma esa “suspendencia” con la vitola de haber hecho retractarse al “primer ministro de un Estado de la UE que ha tenido que ser investido gracias a un acuerdo negociado y firmado fuera de su país” (y con un mediador internacional como si rigiera un Estado fallido, habría que apostillar).
De esta guisa, Sánchez detenta una Jefatura que mancilla con un cohecho impropio de un dignatario, pero no de un psicópata. Tras presumir en su Manual de Resistencia de la aplicación del artículo 155 de la Carta Magna para restaurar la normalidad democrática en Cataluña, de calificar de rebelión el 1-O y de comprometerse a poner a recaudo de la Justicia a Puigdemont, negando un eventual indulto y menos una amnistía, “Noverdad” Sánchez trae a España en andas al evadido y es su “tapado” -como en México se apoda al escogido del presidente- a fin de que rija la Generalitat y le atornille en La Moncloa.
Transmutando las autonómicas de mayo en plebiscitarias, una vez ha arrastrado a Sánchez a tragarse sus palabras y a rubricarle un cheque en blanco, al fugado Puigdemont le llegará con obtener un sufragio más -ni siquiera un escaño más- que ERC para ser “repuesto” en el despacho principal de la Plaza de San Jaime. Así, aunque el PSC repitiera su triunfo en las autonómicas, a Salvador Illa, con su mochila de corrupciones a cuestas como ministro del Covid-19, no le quedará otra que ser el doméstico de Puigdemont que ya ha sido esta legislatura con Aragonès refrendando su separatismo y su acoso al español. En ese brete, el figurante Illa revertirá en aspirante de pega para los cándidos que se resisten a asumir que el criptonacionalista PSC opera hace años como “quinta columna” del secesionismo rumbo a la “soberanía fiscal” y al referéndum de autodeterminación.
No se sabe si a Sánchez le aguarda el deshonor que Churchill auguró a Chamberlain, o el ridículo que le pronostica Page, pero no habrá reconciliación ni tregua abriendo las puertas de la jaula al tigre para que vuelva a hacer de las suyas en Catatonia
Nada que no le conste a un Sánchez que así lo asiente con su claudicación de Bruselas para estar en La Moncloa mientras le habiliten unos acreedores mancomunados por su odio cerval a España. Por eso, cuando Edward Halifax, ministro de Exteriores con Chamberlain y partidario de templar gaitas con Hitler, instó a Churchill a allanarse con los nazis, éste estalló: “¿Cuándo aprenderemos la lección, señor, cuántos dictadores más deberán ser cortejados, apaciguados, colmados de inmensos privilegios antes de que aprendamos? ¡No puedes razonar con un tigre con tu cabeza en el interior de sus fauces!”. No se sabe si a Sánchez le aguarda el deshonor que Churchill auguró a Chamberlain, o el ridículo que le pronostica Page, pero no habrá reconciliación ni tregua abriendo las puertas de la jaula al tigre para que vuelva a hacer de las suyas en Catatonia. Dos desleales como Sánchez y Puigdemont no mudarán de ralea ni pariéndolos otra vez.
Aun así, pese a no conocer más verdad que la mentira, Sáncheztein se permitía el viernes en Bruselas enrolarse entre quienes “hacemos de la verdad la forma de actuar en política”. Tal burla e insulto a la inteligencia redunda en la apreciación de que Sánchez escapa del análisis político para adentrarse en el psiquiátrico acusando desórdenes de personalidad derivados de ese “síndrome de hybris” que prende a quienes ambicionan dominarlo todo y que se manifiesta en su egocentrismo, su exagerada confianza en sí mismo, su insaciable sed de reconocimiento y en su constante tergiversación.
A este respecto, Sánchez persevera en empujar a la ciudadanía a “una vida en la mentira”, como glosaba de la Checoslovaquia comunista el gran intelectual y disidente, Václav Havel, votado presidente en 1989 tras la “Revolución de Terciopelo”, y que él y otros infatigables encararon contra el fanatismo de quienes substituían el amor a la verdad y a la justicia por el de la ideología. Para “vivir dentro de una mentira”, Havel argüía que bastaba con aceptar vivir “con ella y en ella” integrándose mudamente y, de esa forma, revalidarlo tácitamente. Como narra en El poder de los sin poder, “un régimen cautivo de sus mentiras debe falsificarlo todo: el pasado, el presente y también el futuro, fingiendo en todo momento no temer nada.
Por eso, en el archipiélago Orwell sanchista, merced a su control mediático, el dominio de la información le posibilita amalgamar la realidad a conveniencia. Así, cuando una vicepresidenta como María Jesús Montero, hija de los ERE andaluces, divulga, primero, datos fiscales confidenciales de un contribuyente por ser novio de una adversaria, o se precipita a divulgar el bulo propagado por el portal mediático de un amigo del presidente al que enriquece y que se sostiene con fondos ministeriales contra la pareja del jefe de la oposición, mientras Sánchez la jalea como un poseso Joker, de paso que gesticula amenazando a Feijóo con que vendrán más patrañas esparcidas por los molinos gigantes de La Moncloa, esos comportamientos delictuosos, en vez de inhabilitar ipso facto para sentarse en el banco azul de un Gobierno decente, la aferran como al archirreprobado Marlaska.
El supuesto tráfico de influencias de la mujer del César con una compañía aérea que patrocinó sus actividades mercantiles y a la que rescató un Consejo de Ministros comandado por su marido es un tema personal de “Lady Air Europa”
Principalmente, porque Sánchez carece de integridad moral como advirtió tempranamente -22 de julio de 2019- Albert Rivera en las Cortes al revelar su truco en la tribuna y su trato en la habitación del pánico para eternizarse en el poder con una banda (“con Podemos, con Otegui, con los nacionalistas vascos, con los separatistas catalanes…”) con la que maniobraba, al menos, desde la moción de censura Frankenstein contra Rajoy, si bien se maliciaba el líder de Ciudadanos que estuviera en danza desde que los barones del PSOE lo defenestraron de la secretaría general. Para enrocarse con una banda que quiere liquidar la nación, Sánchez precisaba criminalizar al contrincante, por lo que “o tienes el carné socialista o estás jodido, con perdón”. Si estuvo resuelto a todo para cosechar el poder, Sánchez no se arredrará a recurrir también a todo para atrincherarse.
Transcurridos cinco años de la profecía de Rivera, quien desenmascaró la falsedad de su tesis en las Cortes, la banda de Sánchez se apropia de España y vicia el sistema colonizando instituciones que, a la hora de la fiscalización, ven la paja en el ojo ajeno sin apreciar la viga en el propio. Así, los aprietos con Hacienda de un particular antes de ser novio de Ayuso, cuyos datos confidenciales se ventilan públicamente por la ministra de Hacienda y por el Fiscal General del Estado situándolo en palmaria indefensión, se elevan a gran cuestión nacional. Entre tanto, el supuesto tráfico de influencias de la mujer del César con una compañía aérea que patrocinó sus actividades mercantiles y a la que rescató un Consejo de Ministros comandado por su marido es un tema personal de “Lady Air Europa”.
Bajo esa premisa, ha de vedarse al conocimiento y a la fiscalización, al igual que trata de aminorar a cosa de cuatro golfos el colosal fraude en la adquisición de material quirúrgico en la pandemia que afecta a la columna vertebral del sanchismo. Como el macroescándalo de los ERE hasta que se condenó a dos presidentes y a una cuarentena de altos cargos. Curiosamente, en República Dominicana se le perdió la pista a parte del dinero de los ERE y allí se encuentra el epicentro de la corrupción socialista de altos vuelos, incluida la del niño de los ERE que fue el expresidente de la Real Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, gran protegido de Sánchez, hasta que lo dejó caer como al ministro Ábalos a modo de cortafuegos montando una gran humareda con una de sus manifiestas zafiedades derivadas de sentir que todo le estaba permitido con un bienhechor al que grababa como si fuera el sultán de Marruecos. Como le espetó un diputado laborista al dueño del conglomerado News International, James Murdoch, cuando le reiteró en 2011 que ignoraba el alcance de las escuchas ilegales practicadas por el dominical News of the World, “usted debe ser el primer jefe mafioso de la historia que no sabe que está llevando una empresa criminal”.
Ante un proyecto de amnistía que deroga el Estado de Derecho, el presidente del Consejo General del Poder Judicial, Vicente Guilarte, qué arte, se lavara las manos como Poncio Pilatos, y no votara el informe desfavorable del órgano de gobierno de los jueces
Ante “la vida en la mentira”, la “vida en la verdad” necesita un coraje que no todos muestran frente al despotismo electivo de quien troca un gobierno de leyes en un gobierno de fuerza que lo invade todo y que traspasa los límites legales sin ser frenado de manera eficaz por los otros poderes a los que se doblega como el Parlamento reducido a escribanía del gobierno y de sus decretos-leyes, o intenta orillar como un poder judicial al que se criminaliza por quienes quieren ser impunes e inviolables. No por casualidad, en su última aparición, el prófugo Puigdemont, trasunto del bandolero Serrallonga, tachaba de cobardes a los mandatarios españoles por refugiarse tras las togas.
Claro que la labor opresiva del Gobierno, si no se ataja, produce sus efectos. No escapa, por ejemplo, que, ante un proyecto de amnistía que deroga el Estado de Derecho y las sentencias de los tribunales, el presidente del Consejo General del Poder Judicial, Vicente Guilarte, qué arte, se lavara las manos la pasada semana, como Poncio Pilatos, y no votara el informe desfavorable del órgano de gobierno de los jueces contra la autoamnistía de Sánchez y Puigdemont. Como apuntó Thomas Jefferson, tercer presidente de EEUU, “cuando un hombre mira anhelante hacia algún puesto público, una podredumbre comienza en su conducta”. Aun así, la mayoría de los jueces son el último baluarte cuando, como se atisba en esta España oficial que mira políticamente a Caracas y que blanquea la corrupción en parajes como República Dominicana, “ningún hombre está seguro en sus opiniones, en su persona, en sus facultades y en sus posesiones”.
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