Atribuyen al mítico Lao-Tse la siguiente frase: “Para empujar a los demás hay que caminar delante de ellos”, y, vistas las últimas encuestas electorales, parece que algo de esto funciona; que los sondeos detectan cómo las opiniones políticas de los encuestados se adaptan con sorprendente rapidez a la actualidad política y a la notoriedad de los líderes.
La idea de una ciudadanía con opiniones firmes, profundas y asentadas, que los encuestadores tratarían trabajosamente de desentrañar para uso de sus clientes políticos o mediáticos, se tambalea al ver cómo el pueblo soberano mueve una buena parte de sus simpatías al ritmo que marcan los mismos políticos y medios que le preguntan y, además, lo hace con enorme agilidad. No estoy insinuando que las encuestas se hagan mal, aunque casos habrá, hablo de una limitación fundamental de los sondeos: que la opinión pública se deja llevar con los cambios a la vista y que ser el ganador sirve para recuperar viejas simpatías y atraer nuevas. Por eso, volviendo al aforismo del filósofo chino, el liderazgo tiene un punto de atrevimiento en soledad y dista mucho de ser una virtud asamblearia.
Así ha pasado que las encuestas de la pasada semana han dado la vuelta al panorama electoral, poniendo al PSOE por delante y relegando al sufriente PP, en dura competencia con Ciudadanos. Lo que demuestra que, aparte de los posicionamientos ideológicos de cada uno, nuestros conciudadanos apuestan por los valores en alza y desdeñan los bajistas.
La llegada de Sánchez a La Moncloa ha puesto al PSOE en el centro mediático y eso ha arrastrado hacia él a una parte de encuestados tan importante que los socialistas pasan del tercer puesto en el que penaban hace unos meses a ser ganadores virtuales. Las propuestas que sus ministros y ministras han hecho en comparecencias parlamentarias y ante los medios se compartirán o no, pero contribuyen, sin duda, a mantener la sensación de iniciativa y liderazgo de Sánchez y cabe pensar que el tono de los recientes sondeos continuará durante algún tiempo, al menos mientras se pueda mantener la tensión.
Mientras en el PP deciden si siguen asesinándose mutuamente o empiezan a recomponerse, los de Rivera mantienen un apoyo sólido, a pesar de su despiste
Sin embargo, no todo son malas noticias para los demás, la misma volatilidad relativa de la opinión pública que revelan estos sondeos y que ha aupado a los socialistas, es el asidero al que tanto Ciudadanos como el PP podrán agarrarse para mejorar sus posiciones, tal vez no ahora mismo, pero sí cuando se recupere el pulso político en setiembre.
A Ciudadanos el éxito de Sánchez en la moción de censura le hizo perder el paso de forma evidente y aún no lo han recuperado. Algo normal ante la avalancha mediática de atención a los socialistas, pero se ve en los datos publicados que los de Rivera mantienen un apoyo sólido, aun en medio de su despiste actual. Solo necesitan recolocarse para recuperar la novedad de un discurso arrumbado por el huracán del cambio de Gobierno. No son ya los antes sorprendentes favoritos, pero aún les queda la oportunidad de recuperar velocidad de crucero con un discurso que no puede ser solo antinacionalista y que debe volver a presentarlos como una alternativa moderna de nuevos tiempos. Eso sí. Conviene que se den un poco de prisa y aprovechen la actual desorientación de un PP noqueado por la pérdida de poder y, quizás más aún, por la inquina interna que han revelado las pseudoprimarias.
Los populares tendrán que decidir el sábado si siguen asesinándose mutuamente o empiezan a recomponerse. Eso sí, sin el poder, a partir de una estructura de afiliados mucho más modesta de la que ellos mismos suponían y, desde luego, tratando de encontrar un imprescindible mensaje de liderazgo político; un discurso propio de la derecha española que en su día pudieron creer innecesario “de tan bien como iba España”, pero que la demoscopia les ha demostrado que moviliza. La aplicación del reglamento y de la legislación vigente son cosas de registradores de la propiedad, no de líderes políticos. La parte buena de la inacción era que, ciertamente, evitaba estos líos internos; la mala es que solo sirve cuando estás en La Moncloa. Fuera, hay que saber lo que quieres y decirlo, pero en el PP ¿saben lo que quieren? ¿Quieren todos lo mismo o parecido? Pues de eso se trata, que estas preguntas nadie se las haga cuando el curso político vuelva.
Porque esa es otra; cuando el curso vuelva porque, así se hunda el país, el verano nos es sagrado y, llegados estos días, lo que hagan Sánchez, Rivera o quien gane el sábado el despacho grande de Génova nos va a despertar muy poca atención al menos hasta setiembre. Con el tinto de verano en la terraza no nos levantamos para seguir a nadie, se ponga Lao-Tse como se ponga.
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