Los independentistas quieren cobrar al contado, y lo harán. Pedro Sánchez está dispuesto a hacerlo porque en ello le va el cargo. Ese pago no es solo dinero, ni competencias. No es el puerto de Barcelona, ni el control del aeropuerto del Prat. Es el reconocimiento de que “España se equivocó”, no ellos, y la aceptación de la bilateralidad, de que Cataluña es otro país sin Estado pero con el derecho a serlo tarde o temprano. “Denos tiempo”, que dijo Gabriel Rufián.
La izquierda siempre creyó en la legitimidad de esa creencia nacionalista por la debilidad de sus propios principios y por conveniencia política. Ahora, Sánchez, siguiendo la senda socialista, pagará, y dirá que la Constitución está anticuada, que no se ajusta a la naturaleza del país ni a los tiempos. Incluso pondrá en duda la Transición, su espíritu y pilares. Al tiempo.
Antes de la traición al orden constitucional Sánchez ha puesto por delante el discurso. Quiere justificar el cambio encubierto de régimen con una traslación del consenso político de los partidos clásicos a los partidos rupturistas. Por eso mandó una carta a la militancia del PSOE señalando el problema de España: la derecha.
A su entender, el problema no son los golpistas, ni el chantaje de Urkullu, ni los que no se arrepienten del terrorismo, ni la humillación de las autonomías de “bajo nivel”. Tampoco es la crisis económica, ni la desorbitada deuda pública, ni la mediocridad de los ministros. Menos aún que la Unión Europea llame la atención al gobierno español por el autoritarismo de su intento de controlar el poder judicial. Ni parece un problema el desprecio de dos aliados estratégicos indispensables como son Estados Unidos y Marruecos.
Ha recorrido demasiado camino por esa senda como para dar un giro ahora, de ahí el ataque a la derecha y a las instituciones fiscalizadoras
El obstáculo para Sánchez son los partidos constitucionalistas y las instituciones que sentencian en contra del gusto del Ejecutivo. No sabe gobernar sin suspender los derechos fundamentales, sin anular los tribunales o sin responsabilizar a los demás de sus errores, como a las autonomías del PP, Vox y Ciudadanos.
Sánchez hizo un cambio de Gobierno y echó a Iván Redondo para dar la imagen de que iniciaba una nueva etapa desligada de la torpeza de los Calvo y Ábalos, y de la humillación nacionalista. No lo ha conseguido porque los nuevos ministros carecen de entidad, y la sumisión sanchista al independentismo es ya obligatoria. Ha recorrido demasiado camino por esa senda como para dar un giro ahora, de ahí el ataque a la derecha y a las instituciones fiscalizadoras.
El jefe del PSOE cobró 30 monedas en forma de Gobierno en 2018 a resultas de una moción de censura, a cambio de ceder a los nacionalistas en sus demandas más osadas. En el cobro iba la traición al orden constitucional, especialmente en lo que supone la soberanía nacional, la monarquía, el estado de las autonomías, la división de poderes, y el estatuto oficioso de la oposición. No se quedaba ahí el pago: mesa bilateral en Cataluña, y cesión al PNV en el País Vasco y Navarra.
La mayoría del país no necesitaba que nadie crucificara la Constitución a beneficio de Sánchez, sin consulta, ni movimiento de la opinión pública
Es muy posible, y ahí están las encuestas electorales, que ese intercambio de la presidencia del Gobierno por la ruptura del régimen sea la condena de Sánchez. La mayoría del país no necesitaba que nadie crucificara la Constitución a beneficio de Sánchez, sin consulta, ni movimiento de la opinión pública, sin que estuviera en ninguno de los programas electorales de los grandes partidos. Al revés: Sánchez dijo en campaña lo contrario de lo que luego ha hecho.
La comisión “bilateral” entre “el Estado y Cataluña” -los separatistas ya han ganado la batalla del relato y la del lenguaje”- será para que Sánchez ceda 56 competencias y miles de millones de euros para fomentar la independencia. El presidente del Gobierno montó la pantomima en Salamanca con los dirigentes autonómicos para disimular la humillación frente a Pere Aragonès. Por eso prometió vacunas y millones sin concretar. Triste teatro que demuestra que la marcha de Redondo, Calvo y Ábalos ha dado igual. El mal no eran ellos. El problema es que esas 30 monedas de Sánchez nos están hipotecando a todos.
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