Opinión

Las superpotencias no van de farol

Estas seis palabras conforman un latiguillo que Antony Blinken (AB), secretario de Estado norteamericano, emplea con frecuencia, quizá en un intento de fortalecer posiciones propias. En la hora y media

Estas seis palabras conforman un latiguillo que Antony Blinken (AB), secretario de Estado norteamericano, emplea con frecuencia, quizá en un intento de fortalecer posiciones propias. En la hora y media que duró el encuentro, en el Hotel President Wilson de Ginebra, con su homónimo ruso, Serguéi Lavrov, avezado diplomático que lleva la friolera de 18 años dirigiendo la política exterior de Vladimir Putin, no cabría descartar que metiese alguno. Sobre la mesa, la amenaza de un conflicto —cebado por cada parte, con sanciones, escarmientos y represalias— a cuenta de la integridad territorial de Ucrania, si la invasión de la pequeña Rusia resulta inevitable.

Nacido en Nueva York (1962). Nieto de un judío húngaro que huyó de los pogromos en Rusia y rehízo su vida en EE.UU. Hijo de un diplomático que sirvió en las Fuerzas Aéreas estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial y fue embajador en Hungría durante la administración Clinton.

Sus padres se divorciaron cuando tenía ocho años. Se trasladó a París, donde su padrastro, Samuel Pisar —abogado muy conocido y superviviente de Auschwitz— compartió con Tony historias del Holocausto, que cimentaron su visión sobre el papel singular que EE. UU tiene en el mundo: defender las libertades y los derechos humanos e intervenir —en ocasiones— para garantizar los derechos de los demás.

Al dejar París, aspiraba a ser periodista o productor de cine, pero finalmente decidió que quería ser diplomático, fascinado “por lo que hace que el mundo funcione”. Graduado en Columbia Law School y en Harvard, tiene un grupo de amigos íntimos desde sus días de estudiante y toca en una banda.

La respuesta de Obama

Durante la administración Clinton, AB fue redactor de discursos -muy apreciados- sobre política exterior para el presidente. Entró en el Departamento de Estado y acabó como joven misacantano en el Consejo de Seguridad Nacional. Candidato a la Casa Blanca, Barack Obama eligió a Joe Biden (JB) como compañero de ticket electoral y AB —asesor de seguridad nacional del vicepresidente— desarrolló una respuesta estadounidense a la inestabilidad en Oriente Medio, con resultados dispares en Egipto, Irak, Siria y Libia. Y fue pieza clave en los esfuerzos diplomáticos desplegados para implicar a más de 60 países en contrarrestar al Estado Islámico en Irak y Siria.

Finalizada la presidencia Obama, Tony Blinken entró en el sector privado, en una empresa de asesoramiento en estrategia política, WestExec Advisors y otra de capital privado, Pine Island Capital Partners. En 2020, asesor en asuntos exteriores en la campaña de JB, trató de asegurar que el candidato era un firme partidario de Israel, sosteniendo que los Acuerdos de Abraham —logro de Trump— fueron un avance positivo.

La gente está cada vez más confundida. No saben cuál es el final. Hay una sensación de caos. Nos guste o no, el mundo tiende a no organizarse

Antony Blinken tiene la papeleta de convencer a su electorado de que es fundamental asumir un papel más comprometido en el exterior, así como de persuadir a los aliados internacionales de que se puede contar con EE.UU., que está de vuelta. Pero el principio rector del aislacionismo trumpiano —“America First”—podría impedir que el enfoque de la política exterior Biden-Blinken llegue a funcionar. El propio Blinken no oculta un cierto escepticismo. “La gente está cada vez más confundida. No saben cuál es el final. Hay una sensación de caos. Nos guste o no, el mundo tiende a no organizarse”.

Así pues, el desafío estriba, no sólo en dar a conocer el nuevo rumbo en el proscenio internacional, sino en convencer a un espectador apático y escéptico, de que puede confiar en que el cambio del ancho de vía durará unos cuantos años. Con ocasión de un discurso en el Center for a New American Security, en 2015, Blinken dijo: “En tiempos de crisis o calamidad, a quien el mundo recurre primero y siempre es a EE.UU. Somos el líder de primera elección porque nos esforzamos al máximo para alinear nuestras acciones con nuestros principios desde la creencia de que Estados Unidos y otras naciones poderosas tienen la ‘responsabilidad de proteger’ contra la barbarie”.

Constructor de consenso —muy informado y no ideológico— defensor de alianzas mundiales, AB tiene una "vena intervencionista” al plantear que las intervenciones humanitarias son importantes y críticas para los valores estadounidenses, aunque a menudo no defiendan los intereses vitales norteamericanos.

Entre sus prioridades, reconocer a la UE como “socio de primer recurso”, para afrontar los desafíos pendientes y recuperar a EE.UU. como un aliado de confianza, dispuesto a reincorporarse al acuerdo climático de París, el acuerdo nuclear con Irán y la Organización Mundial de la Salud. En cuanto a Rusia, a medida que se ha ido aclarando el alcance de las interferencias en las elecciones de 2016 y siguientes, ha endurecido su posición.

Biden, que respeta los criterios de quien lleva veinte años a su vera, es al primero que acude para pedir su opinión, aun cuando sus juicios difieran. No resultó una sorpresa su elección como secretario de Estado

Desde 2008, en que AB pasó a ser un amigo cercano del senador Biden, la relación entre ellos es muy estrecha. El presidente, que respeta los criterios de quien lleva veinte años a su vera, es al primero que acude para pedir su opinión, aun cuando sus juicios difieran. No resultó una sorpresa su elección como secretario de Estado, el puesto más importante del Gobierno —detrás del presidente y la vicepresidenta— primero del gabinete y portavoz de Biden en el mundo.

Tras los atentados terroristas del 11S —cuando se temió la posibilidad de fallecimiento o incapacitación de personas que pudieran estar en la línea de sucesión presidencial— se activaron las previsiones en caso de muerte, dimisión, destitución por condena o incapacidad del presidente. Antony Blinken ocupa el cuarto lugar —tras la vicepresidenta, presidenta de la Cámara de Representantes y presidente del Senado— y esta relevancia, junto a consideraciones empíricas y biológicas, le convierten en un actor a seguir.

Sin farol, primera estación: Ucrania.

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