Opinión

El injustificado lavado de cara de Jordi Évole a Fernando Simón

Hace unos cuantos meses que la izquierda pop trabaja día y noche para convertir a Fernando Simón en la copia rediviva de aquel rey al que apodaban 'el católico'. En

Hace unos cuantos meses que la izquierda pop trabaja día y noche para convertir a Fernando Simón en la copia rediviva de aquel rey al que apodaban 'el católico'. En un héroe contemporáneo que se ha sacrificado durante la pandemia por el bienestar de todos nosotros. El empeño es tal que llegaron a imprimir camisetas con la cara del portavoz gubernamental, lo que supone una clara muestra de que la actitud revolucionaria del progresismo patrio quedó enterrada allá donde se encuentra su capacidad para discurrir. El último en aportar a la causa ha sido Jordi Évole, que realizó hace unos días a Simón su entrevista más personal.

La conclusión del periodista sobre el portavoz sanitario la condensó en un tuit, que decía lo siguiente: “Simón aconsejaba al Gobierno. No tomaba decisiones. Le ha tocado dar la cara sin ser político y muchos han intentado rompérsela. Algo muy Marca España: una mitad le defiende y la otra lo ataca”. Tras leer las primeras palabras el mensaje, uno se pregunta acerca de la fea costumbre de negar la autonomía a los individuos. ¿Acaso no es Simón, por ejemplo, responsable de sus palabras?

Porque el epidemiólogo no es precisamente un hombre libre de pecado. De hecho, se desenvuelve con soltura en el terreno donde anidan las falacias. Convendría que Évole no obviara este aspecto a la hora de realizar cualquier juicio sobre el portavoz. Porque a quien de verdad hay que temer en la vida no es a los ogros, sino a quienes son capaces de mentir sin dejar de sonreír.

A quien de verdad hay que temer en la vida no es a los ogros, sino a quienes son capaces de mentir sin dejar de sonreír, como Fernando Simón

Simón es, en realidad, un político que no resiste cualquier análisis profesional objetivo e inteligente. Basta con escuchar la conversación que mantuvo el domingo con Évole para cerciorase de ello. Porque hubo un momento en que el periodista le preguntó si en 2020 se actuó tarde en España a la hora de atajar la pandemia, algo, por cierto, que provocó que el número de muertes se disparara y que el confinamiento se alargara. Pues bien, la respuesta del portavoz sanitario fue: “En España, hasta el 9 de marzo teníamos una incidencia acumulada en 14 días de 0,5-0,6. Hoy, teníamos 153. Hace una semana, 200 y pico”.

La estrategia es la misma que la de Salvador Illa, quien hace unas semanas afirmó que en España no se tenía constancia de la llegada de la cepa británica. Lo hizo para defender la actuación del Gobierno, que permitió la llegada de decenas de vuelos desde el Reino Unido cuando la situación en las islas estaba descontrolada.

Es evidente que si no se hacen análisis sobre la cepa que tienen los contagiados -como sucedía entonces-, resulta imposible saber si una determinada 'modalidad' del virus se ha extendido por el país. Del mismo modo, es lógico que el pasado marzo, cuando no se realizaban PCRs en España, la incidencia era menor que ahora, cuando se realizan miles de pruebas a diario. Se puede estar de acuerdo o no con Fernando Simón, pero negar que es un manipulador equivale a ponerse de espaldas a la realidad.

Fernando Simón miente

Esa actitud la mantiene porque desde el pasado marzo no ha actuado como epidemiólogo, sino como portavoz gubernamental. El especialista en enfermedades infecciosas ha construido sus mensajes en función de las necesidades de Moncloa y eso, desde luego, no le convierte precisamente en un ciudadano ejemplar al que realizar homenajes y conceder medallas.

Porque Simón fue quien desaconsejó el uso de mascarilla, quien estaba al frente del departamento que rechazó la opción de que los ciudadanos procedentes de China guardaran cuarentena en febrero de 2020; y quien no dijo 'esta boca es mía' cuando los sanitarios se vieron obligados a trabajar sin equipos de protección individual; o cuando los muertos comenzaron a contarse por miles en los geriátricos y los hospitales cerraron sus puertas a los ancianos.

La valentía no la demuestran quienes se aferran a un cargo y mucho menos quienes se aferran a la mentira para no perjudicar a un Gobierno o, peor, para ocultar la realidad a los ciudadanos. El arrojo es patrimonio de quienes hablan claro y de quienes pegan un sonoro portazo al marcharse cuando sus “consejos” no son escuchados y una sociedad se encamina al desastre.

Los intentos de beatificación de Fernando Simón -los de Évole y Jesús Calleja incluidos- son propios de una izquierda que no practica el discernimiento; o que hace prevalecer el agitprop sobre la verdad. Por eso, ensalzar a este epidemiólogo es una mala noticia y, a la vez, un buen medidor para comprobar cómo está la situación de esta España nuestra.

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