Cuando veo el show organizado en torno a las exequias fúnebres por Isabel II no puedo sino sentir cierta envidia sana de lo prácticos -hipócritas, dicen algunos- que pueden llegar a ser los británicos. Durante décadas descubrimos por los tabloides supuestas infidelidades de Felipe de Edimburgo toleradas por su ejemplar esposa y andanzas económicas, últimamente en Qatar, del hijo, ya Carlos III, a quien escuchamos, incluso, escabrosas conversaciones sexuales por teléfono con la hoy reina consorte, Camila, mientras continuaba casado con la nunca bien ponderada Lady Di; muerta, a su vez, en un oportuno accidente de tráfico con su entonces pareja, el multimillonario de origen egipcio Dodi Al-Fayed en París (1997).
Por ver, vimos hace un año a la fallecida Isabel II pagar doce millones de euros de indemnización para que su otro hijo, Andrés -increpado durante el cortejo fúnebre- no fuera condenado por un presunto abuso sexual a una menor cometido en una isla del caribe, propiedad de su amigo el suicidado multimillonario estadounidense Jeffrey Epstein y la que era su pareja y, a lo que se ve, madame de ambos y otros muchos en aquella isla, Gisleine Maxwell.
Y desde hace tres años se ha incorporado a la trama de la Corona ese otro rebelde con causa -la de su madre, Diana- que es Harry, hijo de Carlos y hermano del actual Príncipe de Gales, Guillermo. Harry acusa a toda la familia nada menos que de ”racismo” hacia su mujer, Meghan Markle. Una actriz estadounidense de quien se dice, como se decía de Barack Obama, que parece la negra más blanca del casting; vamos, que Markle no es Whoopi Goldberg ni Viola Davis… ni un thriller de Netflix alcanza tanta intensidad narrativa.
Carlos III ha comenzado el reinado con un gesto displicente hacia el servicio, para que le quitaran de enmedio un tintero, que ríanse del bloqueo de Letizia a su suegra, la Reina Sofía, por un quítame allá esa foto con las nietas en la catedral de Palma
Pues ahí les tienen a todos sin descomponer el gesto y, lo que más asombra, aplaudidos por su pueblo -con la excepción de Andrés- en un duelo nacional con el féretro de Isabel recorriendo sus dominios 70 años después de la coronación para ser aclamada por última vez. No es que no se les mueva un músculo, visto el pasado que les contempla, y no es que no les importen -como si importan, mucho, en La Zarzuela- los sondeos sobre la aceptación de la monarquía; es que yo creo que los Windsor ni se lo plantean, a lo que se ve.
Porque Carlos III, a quien algunos analistas patrios confundiendo la realidad con los deseos -y Gran Bretaña con España-, han recomendado más ”transparencia” y “cambios” en esa su Casa de Windsor, no parece muy por la labor: hace dos días comenzó su reinado con un gesto tan displicente hacia el servicio, para que le quitaran de enmedio un tintero que se interponía entre él y una rúbrica histórica, que ríanse ustedes del bloqueo de Letizia a su suegra, la Reina Sofía en la Catedral de Palma por un quítame allá esa foto con las nietas hace tres años.
Resignémonos, los españoles de hoy parecemos Quijotes, no piratas; gentes de honor y espada fácil persiguiendo molinos de viento políticos y reyes venidos a menos. Por eso, el debate aquí gira en torno a si el desterrado en Abu Dhabi Juan Carlos I puede y debe ir al funeral por su prima Isabel II el lunes 19 en Londres o -todavía más abracadabrante-, si Felipe VI y Letizia deberían saludarle (¡¡¡) antes o después de las exequias en la Abadía de Westminster.
Si yo fuera nuestro monarca le saludaría de la forma más entrañable posible… que es su padre, le guste o no; haría caso a Harrison Ford, aquel agente Jack Ryan en Peligro Inminente, cuando aconseja al presidente de los Estados Unidos, a quien se le acaba de morir un empresario nada recomendable: ”dígales (a los medios) la verdad: que eran amigos íntimos”.
Nadie, ni en España ni fuera, entendería que Felipe VI no salude a su padre en la Abadía de Westminster el lunes 19 porque nada hay más postizo que ignorar a tu padre en la cola de un sepelio
Y es que nadie, ni en España ni fuera de ella, entendería que Felipe VI no salude el lunes a su padre, porque nada hay más postizo que ignorar a tu padre en la cola de un sepelio. Claro que, como en todo, la naturalidad hay que cultivarla, y en La Zarzuela y La Moncloa, tanto monta, eso no se estila cuando se refiere al Rey Emérito. Es más, fueron ambas instituciones, antes de que el propio afectado dijera que no iría -porque no le había llegado la invitación-, las que se apresuraron a aclarar que España estaría representada por los actuales monarcas… como si hubiera estado en duda en algún momento.
El funeral del próximo lunes en Londres supone una oportunidad inigualable para que los españoles nos reconciliemos con nuestro pasado más reciente, para normalizar la vuelta a España sin sofisticados y rebuscados argumentos como una regata o una cena de amigos, de quien la representó durante cuarenta años.
Para la historia quedará un comportamiento del todo inaceptable en lo personal y fiscal en quien fue jefe del Estado, pero precisamente porque nada de lo que hizo hubiera sido posible sin el silencio de muchos en la política, en los medios de comunicación, en la empresa, incluso entre una población que cuando empezaron a conocerse detalles de su vida privada todavía jaleaba al campechano… necesitamos reflexionar como sociedad qué queremos; y con una pizca de esa flema británica -hipocresía si quieren- que, a veces, se nos antoja incomprensible.
Lo contrario será tirar piedras contra nuestro propio tejado, porque Juan Carlos I va a cumplir 85 años en enero y, más pronto que tarde, los españoles habremos de afrontar nuestra Operación El Escorial, con los ojos del mundo entero puestos sobre nosotros, como los ingleses están desplegando de Escocia hasta Londres por toda la isla su sofisticada operación Puente de Londres a la muerte de Isabel II.
¿O es que esta España que ”entierra tan bien” (Rubalcaba dixit) va a permitirse sepultar a quien fue artífice de los mejores cuarenta años de su historia económica y política en una tumba sin nombre? Creo que la respuesta que demos como país a esta pregunta ante el mundo entero condicionará nuestro futuro para bien o para mal.
Pontevedresa
Mucho que aprender de lo que está ocurriendo en Gran Bretaña, una familia llena de escándalos de todo tipo entierra a su madre en loor de santidad, todos juntos y sin ningún reproche por parte de los políticos. Aquí tenemos unos Torquemadas en el gobierno Frankestein que han desterrado al emérito, lo han mandado al exilio y ahora el presumido de la Moncloa echa la culpa al emérito de no ir él en el cortejo fúnebre. Juan Carlos, con sus luces y sus sombras, nunca justificaré algunas conductas, debe vivir en su país y morir en su país.
Annett
Es inexacto atribuir al emérito ser “artífice de los mejores cuarenta años de la historia económica y política”, toda vez que comprobamos el grave quebrando político y económico que nos preside. Pieza a pieza, año a año, presupuesto deficitario a presupuesto deudor y desde la implantación del régimen parlamentario democrático, por otro nombre reino de España. Disculpar el mal comportamiento fiscal y personal del emérito haciendo responsables a la política, a los medios de información, a la empresa, a la población…, es jugar al despiste teniendo en cuenta la magnitud de la influencia propagandística y cadenas de favor de la Casa, que es una de las más fabulosas del mundo. Traficar con las influencias, España es experta, y con el presupuesto es fundamental para el sostenimiento de la Institución. Es agitprop, por otros medios dulces, edulcorados: revistas del corazón, cuotas de telediarios… En resumen, la sombra de las múltiples personas que viven de la Institución es alargada. El presupuesto de la monarquía en 2022 se cifra en 8,4 millones de euros de Asignación Directa y los medios de comunicación, por desconocimiento o por manipulación y sin saber qué es más alarmante, repiten esta cifra como modelo de monarquía austera y comparativamente barata, llegando este dato a la opinión pública. Pero un estudio detallado del coste verdadero total referido a los gastos conjuntos del Ministerio de la Presidencia, Ministerio de Defensa, Ministerio de Interior, Ministerio de Hacienda, Ministerio de Exteriores y otros Ministerios, elevan la cifra total hasta los 600 millones de euros. Ni mejor ni peor, pero es solo un ejemplo de cómo la información está siempre sujeta a la manipulación y utilización interesada.
Ritor
Muy bien escrito sr.Sanz, no se podía decir mejor.
NormaDin
A estas alturas, parece evidente que Felipe VI se rige por pautas bastante más calvinistas que su padre, lo que, no obstante, pudiera adjudicarle menores méritos como monarca parlamentario. Juan Carlos se ubicó él mismo fuera de juego al expresar su mea culpa, en cambio Felipe VI aún no nos ha dicho expresamente qué le debe a sus enemigos y adversarios. Lo tenemos que ir adivinando a través de su actuación y de su hermetismo.