El estallido de la guerra de Ucrania sorprendió a Europa con el paso cambiado, sin capacidad de reacción en el corto plazo y con enorme confusión: los sucesos contradecían todas las creencias en boga durante dos o tres décadas. Y, aunque el estruendo de la invasión parece haber despertado a los europeos del largo sueño, solo el tiempo dirá si el susto ha sido suficiente para contrarrestar esa fuerte inercia ideológica que conducía al Viejo Continente por el camino de la indefensión.
La caída del bloque comunista generó en Europa esa sensación de encontrarse ante el fin de la historia, difuminándose la comprensión de conceptos como conflicto o amenaza. Europa Occidental abrazó una visión ingenua, utópica, pensando que la guerra convencional había pasado a la historia, que los conflictos armados se limitarían a actos terroristas o a choques de facciones en países lejanos y exóticos. Los ejércitos debían especializarse en misiones de paz o en ayuda humanitaria, proyectando una imagen más propia de una ONG. Pero se trataba de un grave error porque las verdaderas causas y raíces de los conflictos, presentes desde los albores de la humanidad, se encontraban completamente vigentes.
El ascenso de Vladimir Putin mostró que Rusia evolucionaría hacia un régimen autoritario, intensamente represivo que, a pesar de su reducida economía, adoptaría una estrategia expansionista
Tras la desaparición de la Unión Soviética, la OTAN perdió su objetivo fundamental, llevando al extremo esa inclinación de cada país a escatimar gasto militar cuando forma parte de una alianza que cubre a todos; disfrutar de los dividendos de la paz se convirtió en el ansia más extendida. A pesar de ello, países del antiguo bloque comunista solicitaron su ingreso en la OTAN porque percibían una amenaza que sus vecinos del Oeste no veían.
Durante los años 90, Europa esperaba que la Federación Rusa se incorporase a Occidente, una expectativa razonable con Boris Yeltsin en el poder. Pero el ascenso de Vladimir Putin mostró que Rusia evolucionaría hacia un régimen autoritario, intensamente represivo que, a pesar de su reducida economía, adoptaría una estrategia expansionista para recuperar, en control o influencia, antiguos territorios de la Unión Soviética. El "fin de la historia" no había hecho mella en las ambiciones imperiales de Rusia, ahora revestidas de una propaganda que ensalzaba su sistema político como baluarte de esos valores tradicionales que Occidente había perdido. Sin embargo, todos los valores propios de las democracias liberales habían sido pisoteados en el régimen de Putin.
Corrientes de pensamiento ingenuo
Mientras tanto, se difundían por Europa Occidental ciertas corrientes de pensamiento que, supuestamente, abrían nuevas vías para preservar la paz. Algunas eran sensatas, pero claramente insuficientes, como la creencia de que la democratización, las relaciones comerciales y la red de organismos internacionales garantizarían la paz. Ciertamente, los países democráticos son menos propensos a iniciar conflictos bélicos, pero la democracia pronto dejó de expandirse a nuevos países, quizá porque Occidente había perdido su deslumbrante atractivo: nadie admira ni respeta a quien se avergüenza de sí mismo y de su historia.
Pero las ideas más tóxicas, alucinógenas y destructoras vinieron de la mano de los llamados estudios de la paz, una corriente inspirada en la aportación del noruego Johan Galtung en Violence, Peace and Peace Research (1969). Para Galtung, el concepto de violencia debía ampliarse hasta abarcar cualquier vulneración de derechos, sean estos reales o inventados, equiparando así violencia con injusticia. En este contexto, fenómenos como la guerra, el desempleo, la falta de paridad por sexos o el cambio climático entraban en el mismo frasco de "violencia", o ausencia de paz, todos ellos mezclados en un espeso engrudo que banalizaba la verdadera agresión al equipararla a otros hechos no violentos. De este modo, la búsqueda de la "paz" tomaba un cariz subjetivo, confuso y manipulable, que desenfocaba completamente la seguridad nacional.
Durante dos décadas, las élites europeas identificaron el cambio climático como la principal amenaza a la seguridad, el gran riesgo para la "paz". Y destinaron a este propósito ingentes recursos mientras desatendían la defensa ante agresiones externas, contemplaban indiferentes la degradación de la capacidad militar, relegaban los ejércitos al trastero de lo políticamente incorrecto y convertían el uso de la fuerza en un tabú. Europa pasó décadas combatiendo fantasmas, defendiéndose contra ensoñaciones mientras descuidaba los verdaderos riesgos. No era un problema de corrupción moral, como sostendría la propaganda de Putin, sino de infantilización, un exacerbado anhelo de disfrutar de derechos sin deberes. Y mucha cobardía, escasa disposición a luchar contra el peligro real.
Aunque el pacifismo resulte muy atractivo, solo es eficaz si todos se desarman al mismo tiempo; bajar la guardia unilateralmente es una invitación a ser agredido
Los principios que guían la política nacional no son válidos en las relaciones internacionales porque aquí no hay un poder superior que imponga las normas y reprima la violencia. En este contexto cada país persigue sus propios objetivos, tal como ilustraba la famosa frase de Lord Palmerston: "Gran Bretaña no tiene aliados eternos ni enemigos perpetuos; tan solo intereses". Los estados pueden recurrir a la presión o la fuerza si creen que así conseguirán sus objetivos, generalmente tras sopesar los costes y beneficios esperados de esas acciones. Como sentenció hace dos siglos Carl von Clausewitz, "la guerra es la mera continuación de la política por otros medios".
Aunque el conflicto bélico no siempre es evitable, el mundo antiguo conocía ya un principio capaz de disminuir el riesgo: si vis pacem, para bellum (si quieres paz, prepárate para la guerra). El paradójico principio de disuasión es fundamental para reducir la probabilidad de conflicto bélico. Disponer de adecuadas capacidades militares para contrarrestar la amenaza y mostrar firme resolución a repeler una agresión, nunca cobardía o actitud dubitativa, es una estrategia que desincentiva al atacante porque eleva sustancialmente los costes percibidos de una posible invasión.
Por el contrario, mostrarse medroso, titubeante, pusilánime, jactarse del propio desarme o pregonar que nunca se usará la fuerza, aviva el impulso del agresor. Aunque el pacifismo resulte muy atractivo, solo es eficaz si todos se desarman al mismo tiempo; bajar la guardia unilateralmente es una invitación a ser agredido. El mejor ejército es aquel bien pertrechado y entrenado pero que, gracias a ello, nunca llega a utilizarse. Quienes piensan que todo se soluciona con el mero diálogo olvidan que hay pocas posibilidades de obtener un buen resultado cuando se negocia desde una posición de debilidad.
Una extremada cobardía
Gran parte de Europa no afrontó la amenaza que se cernía sobre Ucrania atendiendo a los principios de la disuasión sino, más bien, influida por esas ideas confusas y candorosas de las décadas anteriores. La inteligencia rusa infraestimaba la capacidad de defensa ucraniana, y su determinación, pero Europa contribuyó a esta percepción al transmitir una impresión derrotista ya antes de comenzar las hostilidades. En lugar de lanzar un mensaje de firmeza, advirtiendo a Rusia que no se escatimarían medios para evitar la caída de Ucrania, se limitó a amenazar con sanciones económicas, admitiendo así que no recurriría ninguna a medida de fuerza. No había un ápice de disuasión: todo era invitación y permiso para la invasión. El miedo y la cobardía eran tan intensos que, al principio de la guerra, países como Alemania solo se atrevieron a enviar material militar "no letal". Ciertamente, cuando median armas nucleares la estrategia requiere especial inteligencia y tacto, evitando cualquier camino hacia la escalada. Pero ello no significa que deba abandonarse un principio de disuasión que hubiera abierto más opciones de evitar esta guerra y sus enormes dosis de muerte, sufrimiento y destrucción.
Las ideas ingenuas e infantiles arraigaron en España con singular profundidad a pesar de ser un país que soporta una creciente amenaza que viene del Sur
Todas estas lecciones son especialmente relevantes para España, donde las ideas ingenuas e infantiles arraigaron con singular profundidad a pesar de ser un país que soporta una creciente amenaza que viene del Sur, con reivindicaciones territoriales incluidas. Se trata de un conflicto latente en el que las hostilidades en la zona gris comenzaron hace tiempo, un riesgo probablemente no cubierto por la OTAN. Resulta especialmente peligroso abandonarse a una política de cesiones y cobardías en lugar de desincentivar las ansias expansionistas del potencial agresor recuperando las capacidades de defensa e impulsando la industria militar propia o compartida con los aliados. Como bien sabían los antiguos, siempre es mejor prevenir, aplicar una inteligente disuasión, que tener que lamentar. Porque la máxima latina también funciona al revés: si quieres guerra… prepárate para la paz.
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