Llegar hasta Bondu no fue nada fácil. Zowe Yawa, considerada la paciente cero de Sierra Leona, vivía en aquella remota aldea ubicada en la frontera con Guinea. Su historia desató una doble maldición en el país. Las autoridades consideran que ella sola, incluso después de muerta, contagió a cientos de personas. Pero también dio pie a una vorágine de fake news y angustias casi tan letales como la propia enfermedad.
Las diferencias médicas entre el coronavirus y el ébola son evidentes. Las lecciones que se aprendieron hace cinco años en África oriental, no obstante, son demasiado valiosas para dejarlas pasar. La mala gestión de los recursos -materiales y emocionales- no son más que gasolina para el virus. La historia de la primera mujer que se infectó en Sierra Leona es prueba de ello.
Tuvo que ser en Sierra Leona -por fin empezaban a superar las heridas de una cruenta guerra civil- donde el ébola alcanzó mayores cotas de contagio: más de 14.000 personas infectadas y alrededor de 4.000 muertes, según los datos de la OMS. Los sanitarios del país, no obstante, coincidían en que las estadísticas debían ser exponencialmente mayores debido a la falta de diagnósticos en las zonas rurales.
Nos ubicamos en octubre de 2014, cuando el país atravesaba los peores compases de la epidemia. En los cementerios se agolpaban los cadáveres a los que se había dado una sepultura precipitada. Los más afortunados eran recordados con nombres escritos en un papel y otros debían conformarse con su número de paciente. Las cifras tan abrumadoras amenazaban con arrebatar el individualismo inherente a la muerte; la misma sensación resurgió al enterarnos de que una pista de hielo se iba a convertir en la gran morgue de Madrid. Y si algo corría más que la muerte -como ocurre entre muchos españoles- era el miedo.
Los militares habían vuelto a las calles, se impuso el toque de queda y se establecieron checkpoints en las principales carreteras del país. ¿Nos suena? Kailahun era la zona cero. Pocos allí se atrevían a pronunciar el nombre de la aldea de Bondu y mucho menos el de Zowe Yawa. Llegar hasta allí en condiciones normales era casi imposible debido a la densidad de la selva, a las ramificaciones de caminos casi invisibles. Pocos conductores se atrevían a viajar hasta ahí; temían a lo sobrenatural.
Aislados por el miedo
Tardamos dos horas en recorrer los 40 kilómetros de distancia. Lo que nos encontramos en Bondu fue desolador. El miedo había provocado el aislamiento total de sus vecinos. Tenían hambre. Mucha hambre. Nadie iba ya a comerciar con ellos. Tampoco podían salir a otras villas, marcados por el estigma de haber convivido tan estrechamente con el virus. Nyuma Tommy era el jefe de la aldea. Estaba consumido por la carestía y la pena. El ébola se había llevado a su mujer y a su hijo. Reunió sus pocas fuerzas, al resto de vecinos, y narró su tragedia.
Zowe Yawa era una sanadora reputada. Un hombre de una aldea próxima, pero ya en Guinea, le había llamado porque se encontraba mal. Sudores, vómitos, fiebre, sangre en la orina, diarrea. Ella fue hasta él con una caja de plástico en las manos. “Tienes una maldición, la voy a sacar de ti y la voy a poner en el demonio que llevo en esta caja -le dijo la sanadora-. Lo que no puedes hacer es abrir la caja”. El enfermo no pudo contener su curiosidad y en medio del rito abrió la caja. Se asustó al ver la serpiente, gritó y se agolpó la gente en la vivienda. Zowe Yawa dijo que la maldición que él tenía iba a caer sobre todos ellos. Cerró la caja y regresó a Bondu.
Durante las dos semanas siguientes y pese a los síntomas, la sanadora siguió tratando a los enfermos con sus cataplasmas y ungüentos. Murió de ébola, aunque lo achacaron a la maldición. Sus vecinos pusieron el cadáver encima de una mesa y personas de toda la región le presentaron sus respetos, al mismo tiempo que tocaban el cuerpo. Un foco de contagio sin igual.
Cuando Nyuma Tommy terminó de contar la historia nos señaló la casa más próxima. Era la de la sanadora. Nos invitó a entrar pero nos pidió que no sacásemos fotos. En el centro del salón aún estaba la caja de plástico que Zowe Yawa había llevado en la visita a su paciente guineano.
El abismo de las estadísticas
Entonces en Sierra Leona y ahora en España la vida asume un valor absoluto y prioritario. Cada día nos asomamos a un abismo cuando vemos las estadísticas que ofrece el Ministerio de Sanidad. Decenas de miles de infectados y miles de muertos en la mayor crisis sanitaria que ha golpeado nuestro país. Cifras -como las que se colgaban en las tumbas de Sierra Leona- a las que debemos dar un sentido existencial.
Sólo la perseverancia y la responsabilidad servirán para aplacar -así ocurrió en el corazón de África- a un enemigo invisible. No hay nada nuevo en la receta: quedarnos en casa, no contribuir a agravar la crisis con la distribución de fake news y rearmarnos para afrontar las consecuencias de unos meses que ya han marcado el rumbo de nuestra Historia.
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