Opinión

Lectura contra el virus

La incesante cifra de muertos que nos golpea cada mañana o las 650.000 multas a quienes se han saltado la reclusión nos empujan al pesimismo, pero hay cosas como los libros que nos devuelven el optimismo

Defendía José Saramago hace unos años que "no soy un pesimista, soy un optimista bien informado". Desde que leí esa frase, la coloqué en el frontispicio de mi mente y la utilizo como guía. Acaso el cinismo propio del oficio periodístico aviva ese sentimiento que bebe al mismo tiempo de las barbaridades que ha perpetrado y sigue perpetrando el ser humano. Sin embargo, este confinamiento tan frustrante por tantas cosas, tan nocivo y tan sombrío me despierta en muchos momentos el sentimiento opuesto

A priori la realidad que estamos viviendo no ofrece demasiados datos para el optimismo, es cierto. Ahora que está claro que no habrá Sanfermines ni otras muchas fiestas, por ejemplo, tengo unos cuantos amigos al borde de la depresión. Pero en mi caso, bromas festivas aparte, el optimismo nace a ratos por comparación. ¿Que de qué estoy hablando? Precisa y paradójicamente de un libro de Saramago que ahora ha vuelto a ponerse de moda. Resulta que en Italia está entre los más vendidos la obra Ensayo sobre la ceguera, escrita por el autor portugués al que tanto añoramos. 

En esa obra ocurre que de repente una epidemia de ceguera blanca empieza a extenderse a más velocidad que el coronavirus. Todos los ciudadanos se contagian, es decir se quedan ciegos y las autoridades confinan a la población. Una apocalipsis inesperada que todo lo cambia. Con estos mimbres, está claro por qué el libro está en boga. Esa ceguera, por supuesto, es una parábola que Saramago utilizó para criticar a la sociedad moderna por estar ciega y ser demasiado egoísta. Razón no le faltaba y lo cierto es que este asqueroso virus también demuestra lo ciegos que estábamos.  

También están esos vecinos que se ofrecen o se organizan para ayudar de mil maneras al que tiene problemas, esos otros que donan dinero para combatir la crisis o el caluroso aplauso que dedicamos a quienes intentan salvarnos

No obstante, como ese es uno de mis libros favoritos -lo habré regalado tres o cuatro veces- y su lectura me influyó bastante, me temía lo peor para este confinamiento. Les ahorro las atrocidades que aparecen en esas páginas impactantes. Pero digamos que en ellas se denuncia el egoísmo de unos individuos capaces de hacer cualquier cosa a sus semejantes para sobrevivir. Por eso decía que si comparo lo que leí y lo que esperaba con lo que está pasando, hay motivos para el optimismo. 

Cosas como la incesante cifra de muertos que nos golpea cada mañana, las 650.000 multas a personas que se han saltado la reclusión, los paseadores eternos con perros o la actualidad de la política española, que siempre ha sido y por lo visto seguirá siendo un lodazal, me empujan al pesimismo, claro está. Pero también están esos vecinos que se ofrecen o se organizan para ayudar de mil maneras al que tiene problemas, esos otros que donan dinero para combatir la crisis (sean Amancio Ortega o los vecinos del tercero) o el caluroso aplauso que dedicamos a quienes intentan salvarnos.  

Este Día del Libro me vinieron a la mente, como cada año en este fecha, los versos que Quevedo escribió cuatro siglos atrás y que me parecen el mejor elogio sobre el acto de leer: "Retirado en la paz de estos desiertos, / con pocos, pero doctos libros juntos, / vivo en conversación con los difuntos / y escucho con mis ojos a los muertos"

En la mañana de este jueves, cuadragésimo día de reclusión, andaba entre juego y juego con mi pequeño cuando caí en la cuenta de que estábamos a 23 de abril y, por tanto, se celebraban tanto San Jorge como el Día Mundial del Libro. Además de acordarme de Saramago porque andamos confinados, también me vinieron a la mente, como cada año en esta fecha, esos versos de Quevedo que me parecen el mejor elogio sobre el acto de leer: "Retirado en la paz de estos desiertos, / con pocos, pero doctos libros juntos, / vivo en conversación con los difuntos / y escucho con mis ojos a los muertos". 

Los cuatro versos encabezan el soneto "Desde la torre" que el escritor creó cuando estaba confinado (esta vez por voluntad propia) en la Torre de Juan Abad. A él le quitaron la libertad muchas veces cuatro siglos atrás. Ahora el confinamiento nos está quitando muchas cosas. Sin ir más lejos, este Día del Libro no pudimos celebrar la muerte de Cervantes comprando algún ejemplar. Y me quedo atónito al enterarme de que en Londres se acaba de suspender el estreno de la primera de obra de teatro que adaptaba Ensayo sobre la ceguera. Qué cosas tiene el destino. Sí nos queda la lectura, por suerte. Ya tenemos dicho aquí que leer es uno de los actos de libertad que mantenemos, recluidos o no, si bien los padres enclaustrados lo tenemos más complicado estos días porque los niños te dejan exhausto. 

En el citado libro de Saramago, tan oscuro y apocalíptico, podemos leer que "acabaremos, una vez más, por llegar a la conclusión de que hasta en los peores males es posible hallar una ración suficiente de bien para que podamos soportar esos males con paciencia". Paciencia, eso es lo que toca. Al igual que San Jorge mató al dragón, nosotros venceremos al virus. 

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