Opinión

Leer con los genitales

Gracias a que el premio Planeta de este año lo han ganado tres señores que escribían bajo el pseudónimo femenino de Carmen Mola hemos aprendido que muchos, muchas y muches

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Gracias a que el premio Planeta de este año lo han ganado tres señores que escribían bajo el pseudónimo femenino de Carmen Mola hemos aprendido que muchos, muchas y muches leen con su entrepierna. Las novelas otrora consideradas obras maestras han pasado a ser poco menos que un insulto a las mujeres ahora que se ha descubierto que tras la fachada femenina se escondía una trinidad de varones.

Las reacciones de los paladines del victimismo genital no han defraudado en absoluto, tildando de reaccionario y machista la instrumentalización de un nombre femenino para firmar una creación literaria. Hasta tal punto es así que alguna librería autoproclamada “feminista” ha retirado los libros. Yo, ingenua de mí, pensaba que el feminismo lo determinaba la temática de la obra y no el sexo del autor. Incluso creía que la calidad de lo leído y su disfrute por parte del lector no dependían de los órganos reproductores de quien empuña la pluma.

Pero el identitarismo que ha fagocitado al feminismo se ha empeñado en convertir la biología en poco menos que un rasgo criminológico, que divide a nuestra sociedad en víctimas y victimarios estructurales por razón de nacimiento, que nos considera agresores o agredidas no por algo que haya sucedido, sino por tener entre las piernas un pene o una vagina.

Cada vez surgen más y más colectivos que demandan la genuflexión de la sociedad a modo de reparación ya que el Código Penal se les queda corto e inútil

El problema que tiene el movimiento identitario para triunfar es que incurre en numerosas contradicciones e inconsistencias, seguramente provocadas por las propias costuras de la interseccionalidad: la construcción de la pirámide de opresiones autopercibidas ha comenzado a mostrar problemas estructurales, posiblemente propiciados por la aglomeración de candidatos que pretenden escalar posiciones hacia la cúspide. Cuanta más victimización refieran, de más privilegios se les considerará merecedores como forma de reparar los agravios que subjetivamente afirmen haber sufrido. Así que cada vez surgen más y más colectivos que demandan la genuflexión de la sociedad a modo de reparación ya que el Código Penal se les queda corto e inútil para satisfacer sus ansias de revancha presentes y pasadas.

Eso conduce a que, cuando quienes se consideran víctimas por su identidad femenina refieren machismo y heteropatriarcado debido al uso de un pseudónimo en un libro, quienes se perciben como víctimas de la identidad de género se sientan menospreciadas porque, según ellos, el sexo no es más que un constructo social y cada uno es lo que siente y no lo que le cuelga entre las piernas. Es decir, que no hay ningún problema en que un señor, o tres, se autoperciban como señora. Y no necesariamente porque le gusten los hombres: son numerosos los casos de los caballeros que se perciben señoras, pero en lo que a la preferencia sexual se refiere, se consideran lesbianas. El resultado final tras tanto circunloquio identitario es un hombre al que le gustan las mujeres, o sea, un versión posmo del heteropatriarcado más cañí.

Un Código Penal feminista

A mi me gustaría preguntar a varias de nuestras ministras, ministros y ministres de progreso sobre qué problema hay en que los tres hombres que han ganado el Planeta fluyan a Carmen Mola cada vez firman una novela. ¿Acaso no tenemos derecho a autodeterminarnos -Irene Montero dixit-? La respuesta a esta pregunta es crucial, ya que defender una cosa y la contraria se antoja imposible: el manido “hermana yo sí te creo” pasaría a ser un “hermana/hermano/hermane yo sí te creo” y para esto no necesitamos un Código Penal feminista que privilegie la palabra de la mujer sobre la del varón invirtiendo la carga de la prueba.

A no ser que lo que se pretenda trasladar a la sociedad es que para que un varón pueda escribir y publicar un libro con nombre de fémina, tenga que autopercibirse como tal. ¿Acaso entonces ya no habría ofensa aún cuando le colgase lo mismo entre las piernas? ¿Ya no habría engaño? ¿El feminismo ya no tendría motivos para rasgarse las vestiduras y las novelas podrían volver a los estantes de las librerías de las que han sido retirados?

Mientras ellos se aclaran en su lucha fratricida por alzarse con el galardón a la victimización, yo me limito a plasmar una reflexión que considero verdad universal: ni los libros los escriben los penes ni los leen las vaginas: detrás sólo hay personas que disfrutamos de la lectura, a secas.

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