Opinión

¡A mí la Legión!

Bien podía decir Focílides que la espada solo debe desenvainarse para defender, nunca para atacar. El poeta griego anunciaba proféticamente lo que hoy es norma en las fuerzas armadas españolas.

Bien podía decir Focílides que la espada solo debe desenvainarse para defender, nunca para atacar. El poeta griego anunciaba proféticamente lo que hoy es norma en las fuerzas armadas españolas. Los separatistas, sin embargo, viven anclados en los tiempos de las asonadas, los espadones o la guerra civil. Pretenden eliminar de un plumazo todo lo que sea militar en Cataluña. Además de sectarios, incultos.

¡Que vienen los tanques por la Diagonal!

Ese ha sido el deseo oculto de no pocos dirigentes separatistas, revivir la entrada de las tropas nacionales en Barcelona. Creen que así justificarían mejor su torpe acción política, mostrando ante el mundo su cara más inocente frente a la agresión militar. Que tal cosa no haya sucedido les produce una enorme rabia, evidentemente. En ella reposa, y ahí tienen como fieles aliados a podemitas e incluso socialistas, el visceral odio que experimentan hacia todo lo que suene a España. Han inoculado en miles de catalanes un sentimiento anti militar rayano en la paranoia. Ada Colau, un buen ejemplo de cómo puede llegarse a un despacho oficial con solo una maleta cargada de rencor, ya intentó echar del Salón de la Infancia o de la Feria de la Educación a las FFAA. Que el stand de estas fuese el más visitado le daba igual. “No queremos que estén presentes aquellos que defienden la cultura militarista”, decía la señora con aire de suficiencia. Qué estupidez.

Por descontado, los de Junts per Catalunya y los de Esquerra han dejado en negro sobre blanco lo mismo en ese famoso documento con el que pretenden atraerse a las CUP. Declaran su intención manifiesta de prohibir los actos de exaltación militar, los desfiles y la presencia del Ejército en escuelas y espacios educativos. Cabe preguntarse si su ejército de guardarropía, la famosa Coronela que sacan a pasear a la menor ocasión, también entra en esa prohibición. Porque todo el imaginario orquestado por Artur Mas acerca del Tricentenario del 1714 giraba alrededor de una guerra, la de sucesión, y lo llenaron con uniformes, mosquetes, batallas y disparos. Todo sesgado históricamente, claro, pero el elemento militar era una constante en ese relato de falsedades que le endilgaron a la población.

Instalados en esa perpetua mentira, en el documento dicen que todo esto lo hacen por coherencia con los valores de la paz, oponiéndose a la exaltación de la violencia y las armas. Los mismos que definen a Arnaldo Otegui como “hombre de paz”. ¿Qué paz es, pues, la que ellos consideran ideal? ¿Acaso la pace dei sepolcri que cantan en el Don Carlo de Verdi? Si a Carles Sastre, un ex terrorista de Terra Lliure, se le califica en TV3 como un gran reserva del independentismo en palabras del presentador, Xavier Grasset, ¿debemos entender que las armas solo son buenas si las empuñan unos y no otros?

Todo con pacífico talante, sin molestar a nadie. Eso es lo que irrita sobremanera a esta pléyade de ululantes pseudo izquierdistas"

Se han vuelto locos o algo peor, de ahí su insistencia con los tanques, en ridiculizar a la Legión, en pretender crear en Cataluña “un país desmilitarizado”, llegando en el papelito de marras a “prohibir las maniobras militares en espacios no estrictamente militares”. Sus papás y abuelitos bien que aplaudieron a las tropas que entraron en Barcelona el 26 de enero de 1939. Tanto la 105 división del coronel López Bravo como la 13 del general Fernando Barrón, ambas adscritas al Cuerpo de Ejército Marroquí, así como la 4 y la 5 del Cuerpo de Ejército de Navarra, entraron en la Ciudad Condal entre vítores y aplausos, sin el menor tropiezo. Las gentes se arracimaban alrededor de sus camiones pidiendo pan. Estaban hartos de guerra, de miseria, de hambre, de paseos criminales. Ni siquiera el plan comunista para arrasar Barcelona con dinamita se llevó a cabo, mucho menos la resistencia militar. La burguesía catalanista, Francesc Cambó al frente, felicitó a Franco.

Y ahora sus herederos nos dicen que quieren desterrar al ejército. Qué cosas.

Fuera la Legión de nuestro barrio

Un buen ejemplo de lo que es la Cataluña de hoy podemos encontrarlo en la peripecia que vive la Hermandad Legionaria de Barcelona, y perdonen que barra para casa. Mientras que cupaires, nacionalistas, izquierdosos, amén de los folloneros de siempre, están día sí, día también exigiendo que los Caballeros Legionarios se vayan del local que tienen en la barriada de Sant Andreu – han intentado asaltarlo numerosas veces, alguna incluso con el discreto y disimulado apoyo de los Mossos con un resultado, como ya intuirán ustedes, francamente inútil – en ese mismo barrio se hallan locales de organizaciones como Arran, las juventudes de las CUP que se caracterizan por su carácter antisistema, intimidatorio, vandálico. ¿Qué hacen los legionarios? Se reúnen, comen, celebran sus festividades, especialmente la procesión del Cristo de la Buena Muerte, del que el Tercio tiene el honor de ser su custodio en Málaga. Todo con pacífico talante, sin molestar a nadie. Eso es lo que irrita sobremanera a esta pléyade de ululantes pseudo izquierdistas.

Ahora bien, los socialistas, tan monos ellos, tan moderados, tan civilizados ¿han movido nunca un dedo en favor de una entidad totalmente legal que, además, agrupa a veteranos del cuerpo más prestigioso del Ejército español? JAMÁS. Por el contrario, la alcaldesa de L’Hospitalet, Núria Marín, decidió que la Hermandad barcelonesa no desfilase en su municipio porque, sépanlo ustedes, a los legionarios se les requiere en no pocos municipios catalanes para que desfilen y mucho nos tememos que no lo hacen más por aquello de que no queda bien.

Mientras que separatismo, 'podemismo' o socialismo no ofrece ninguna salida a la juventud, los ejércitos les dan una oportunidad laboral, sueldo y formación"

Hombres y mujeres de bien, que han servido a su país con honor, incluso con riesgo de sus vidas cuando han sido destinados a ultramar, se ven condenados por un grupo de incendiarios señoritos a ser poco menos que unos apestados. Los del PSC deberían recordar a un tal Narcís Serra, que fue ministro de defensa – nefasto, a mi juicio, pero lo fue – antes que fingir asco tapándose con un pañuelito bordado sus delicadas narices a la que se habla de la milicia.

Deberían aprender algo de historia, la que nos dice que el catalán más influyente en España es el general Prim, y que sus voluntarios catalanes portaban barretina mientras se batían el cobre en las áridas tierras marroquíes. Los inventores del relato embustero separatista pretenden convencernos de que el pueblo catalán es ajeno a toda doctrina militar. Claro. Aquí todo ha sido siempre manifestaciones con velitas, lacitos amarillos y cánticos preñados de amor y ternura. Qué impostura más fenomenal. Ni las terribles guerras carlistas, por no remontarnos más lejos, ni lo conflictos sociales durísimos, ni nada de eso les importa un higo.

Que Cataluña en la actualidad viva un sentimiento artificial de rechazo a todo lo que signifique ejército se comprende por la campaña que ya viene de muy lejos. Pero la realidad es pesadísima, y, volviendo al stand de las FFAA en el Salón de la Educación, hay que decir que fue el más visitado, con unas colas enormes. ¿Saben ustedes por qué? Muy sencillo: mientras que separatismo, podemismo o socialismo no ofrece ninguna salida a la juventud, los ejércitos les dan una oportunidad laboral, sueldo y formación. Algo tan simple como orientar hacia un trabajo digno, que en cualquier otro país sería timbre de orgullo y honor, aquí es visto con malos ojos. Los jóvenes, sin embargo, siguen acudiendo a los centros militares a informarse acerca de las posibilidades de trabajo que se les brindan desde nuestros ejércitos.

Quizás, y Dios no lo quiera, si los tanques entrasen por la Diagonal, los separatistas, antes de fugarse cobardemente a Bruselas, oirían hablar en catalán a no pocos de esos soldados. Como nos cuenta Juan Manuel Nadal Gayá, abogado barcelonés de pura cepa y combatiente en el bando nacional, en el imprescindible libro “Los catalanes en la guerra de España”, al referirnos como, ante su presencia, unas señoras dijeron en catalán “Ese debe ser o un moro o un alemán”, replicándoles el interesado en la lengua de Verdaguer “¡Si, un moro de la calle Córcega!”.

Podría pasar, porque ya pasó.

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