Puede que el lector esté como el cronista, sin saber qué hacer, qué pensar, qué escribir. Qué tiene que hacer un ciudadano partidario de la ley y de su cumplimiento asistiendo al espectáculo de la amnistía que Sánchez concede por un “interés general” y que, por ejemplo, va a beneficiar a Gonzalo Boye, al abogado de Puigdemont, investigado por blanquear dinero del narcotráfico. Qué pensar si ese ciudadano repara en que él no está dentro del interés general, ni él ni millones de personas que el domingo dijeron basta ya. Qué cuando confirma que para que Sánchez sea presidente han quedado borrados los delitos a los delincuentes golpistas catalanes. Y si ese mismo ciudadano hubiera votado al PSOE y se sintiera estafado, qué pensó viendo cómo Sánchez entraba este lunes entre vítores y aplausos a la Ejecutiva de su partido. Ahora que sabemos que Sánchez gasta en asesores 55 millones de euros entiendo las razones de los aplausos y silencios. Si quieren estropear el día no hagan lo que yo, dividir 55 millones entre 801 asesores. Háganme caso.
Cómo es posible que lo que para unos produce tanta alegría genere tanta pena y confusión en otros. Y ya puestos a preguntar, si tan seguros están del interés general, ¿por qué no convocan para el próximo domingo manifestaciones en toda España en defensa de la amnistía? ¿Pero desde cuando este PSOE tiene alguna equivalencia con el interés general estando como está al servicio del interés particular de un personaje mendaz y sibilino? Dice hablar en nombre de España. Mentira. Asegura que borra los delitos por el interés general. Mentira. Que pasados unos días las aguas volverán a su cauce. Verdad.
Hemos de prepararnos para lo peor. Y hemos de prepararnos para que suceda lo anunciado, que no es otra cosa que la permanente reclamación de lo firmado entre el PSOE y los de Puigdemont, Junqueras y Otegi
Pasada la gran manifestación del domingo en toda España, el temor es que las cosas vayan directas a esa normalidad tóxica con la que sueñan Sánchez y los suyos. Para eso juegan su baza la amnesia y la frustración. Es esa normalidad envuelta en el olvido por un lado y el hartazgo por el otro la que le permitirá hacer las tropelías propias del mentiroso sin escrúpulos que es. A estas alturas cansa insistir en que el voto de los ciudadanos no convierte en legitimas las cosas que son ilegales, o que el gobierno que viene, cuya legitimidad no discuto, descansará sobre un verdadero fraude electoral, el fraude de una amnistía que nadie pudo asumir con un voto en las generales.
Por mucho que Feijóo reclame elecciones hemos de saber -más que saber, asumir-, que eso ya no va a pasar. Lo sabe él, muy preocupado porque en las próximas generales -si esto aguanta, claro- tendrá 64 años, y cada vez menos posibilidades de ser candidato. Hemos de prepararnos para lo peor. Y hemos de prepararnos para que suceda lo anunciado, que no es otra cosa que la permanente reclamación de lo firmado entre el PSOE y los de Puigdemont, Junqueras y Otegi. Que reclamen y exijan hasta el final lo comprometido es la única manera de que la legislatura termine antes de tiempo. Por eso hay que aguantar y saber aguantar, que son cosas distintas.
Feijóo no tiene fuerza para obligar a Sánchez a adelantar unas generales. Abascal menos aún. Curiosamente es Puigdemont -¡otra vez!-, el que podrá hacerlo llegado el día en que el PSOE se asuste obligado a cumplir lo que ha firmado. Un suponer, vaya.
Hay quien le compra esa mercancía para seguir votando al PSOE y creyendo que cualquier cosa es mejor antes que ver a Vox en el gobierno. Yo no lo creo
Hace unos días leí en un artículo de Alberto Olmos que a los dictadores no les gusta la elegancia y la educación: ante la “dictadura”, buenos modales. El embrutecimiento los alimenta de forma permanente, y cuando no les llega del exterior, ellos mismo lo provocan. Sigue siendo cierto: ninguna dictadura aguanta durante mucho tiempo la buena educación de aquellos que le hacen frente. En ese embrutecimiento, que puede ser patriótico, emocional o una mezcla de gamberro y macarra, se crecen tipos como Sánchez al encontrar un argumento para sus desmanes y despropósitos.
El guion que han escrito en Ferraz y desarrolla el analfabeto de Santos Cerdán -ojo, que va para ministro-, es que mejor son los pactos con las llamadas fuerzas disolventes que un gobierno del PP y la ultraderecha de Abascal. Hay quien le compra esa mercancía para seguir votando al PSOE y creyendo que cualquier cosa es mejor antes que ver a Vox en el gobierno. Yo no lo creo.
No soy capaz de imaginar algo más nocivo para mi país que un gobierno débil, enganchado al capricho de un prófugo, de un sedicioso y un terrorista secuestrador. Y si estoy faltando a la verdad, que me lo demuestren. Esas, junto lo poco que va quedando del acomodado Partico Comunista, son las compañías de Sánchez y los suyos. Cómo hay incautos que creen estas cosas es para mí un enigma.
Ganar en la calle y en las urnas
Me lo pregunto por ejemplo cuando veo en la televisión a tipos y tipas con pasamontañas, quemando contenedores, cantando himnos fascistas y provocando a la policía. Vuelvo a preguntármelo cuando llega Santiago Abascal a una concentración en loor de multitudes que vomitan odio y azufre mientras animan al líder ultra a que haga algo. Abascal podría ser en ese momento un político serio y decirles la verdad a los suyos: lo que hay que hacer es tener más votos, ganar unas elecciones. Pero eso no sucede. Al contrario, invita a los policías que sostienen a duras penas la situación a que no obedezcan ordenes ilegales, para después asegurar que no permitirá que se dé “un golpe” contra la unidad de España. ¡Y entones Sánchez canta bingo!
El líder ultra no tiene biografía, pero quiere ser leyenda. Este y no otro es el relato que favorece a Pedro Sánchez. Estas son las razones que le sirven de palanca para construir el argumento del "yo o el caos", aunque tal y como están las cosas puede que, como en la viñeta de Chumy Chúmez, alguien levante la mano para gritar el caos, el caos. Cuanta más bronca en las calles más razones para Sánchez; cuantos más insultos, imprecaciones y soflamas nostálgicas más justificaciones para el destrozo institucional al que vamos directos.
Cabeza fría y buenos modales
Al menos media España está en contra de Sánchez y su forma de entender el poder. Esos millones de españoles viven inmersos en la frustración, sin duda el mejor abono para la polarización y la fractura. La situación, la de dentro de tres días cuando Sánchez sea presidente, demanda cabeza fría, inteligencia y, sí, también elegancia y buenos modales. Es el trazo fino del que sabe argumentar y esperar el que hace Sánchez no tenga nada que hacer, qué decir y a quién acusar.
No estoy en redes sociales, de modo que eso que me ahorro cuando los valientes se acuerdan de mi familia cada vez digo que Vox sigue siendo el mejor socio de Sánchez; cuando aseguro que es el principal impedimento para la alternancia política y sostengo que es un partido-finca para beneficio de unos cuantos diletantes de la política.
Feijóo tiene algunos problemas. Uno de ellos es que, mientras su socio sea Abascal, será difícil que otras fuerzas se animen a apoyarlo. O es capaz de unir a la derecha y moderar lo que tanto grita o desentona a su lado o Pedro Sánchez no tendrá fecha de caducidad. Y, además, la matemática siempre tozuda lo dice: la suma no da.
Vienen tiempos muy difíciles. El PP como grupo parlamentario es flojo y sin ideas. Los conocen en su pueblo, y a algunos con dificultades. Falta contundencia, decisión y trabajo. Oficio, en una palabra. Gamarra fue una buena alcaldesa y Bendodo un político regional meritorio. No es suficiente para lo que vamos a vivir y soportar.
Sostiene en su último libro Juan Gabriel Vásquez (Volver la vista atrás, Alfaguara. 2023) que la cobardía más que un defecto del carácter es un error estratégico. Que alguien en Génova, por ejemplo Esteban González Pons que es buen lector, haga el favor de regalárselo.
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