Opinión

La lengua de todos los españoles

Sentado en mi escaño del Congreso, escuchaba el martes los discursos de los partidos nacionalistas sobre las lenguas cooficiales y no podía evitar preguntarme qué más quieren. La pregunta, obviamente, es retórica porque está claro lo que persiguen:

Sentado en mi escaño del Congreso, escuchaba el martes los discursos de los partidos nacionalistas sobre las lenguas cooficiales y no podía evitar preguntarme qué más quieren. La pregunta, obviamente, es retórica porque está claro lo que persiguen: la desaparición de una Nación cívica de ciudadanos libres e iguales, consagrada por la Constitución de 1978, y su sustitución por una amalgama de supuestas “naciones” etnoculturales basadas en un ethos premoderno, antidemocrático y regresivo.

Sánchez, ávido de poder, les ha regalado un triunfo simbólico de consecuencias ominosas para nuestro país, con otro paso hacia la Confederación, que viniendo de donde venimos solo puede ser la antesala de la desintegración. Así ha sido a lo largo de la historia: las Confederaciones solo han existido como estaciones intermedias, o bien hacia una mayor unidad de corte federal (casos de EEUU o Suiza), o bien hacia el desmembramiento de un estado constituido (casos de la URSS o Yugoslavia).

Empezó anunciando que iba a hacer un discurso íntegramente en la lengua de “su” país, que como buen nacionalista esencialista cree firmemente que solo puede tener una lengua “propia”

Uno tras otro, los portavoces parlamentarios del bloque plurinacionalista fueron desfilando por la tribuna de oradores dándonos lecciones sobre el plurilingüismo y la plurinacionalidad del país que odian, España. Curiosamente, todos hablaban de las lenguas cooficiales en sus respectivos territorios como “la” lengua de su país. Es decir, los mismos que se llenan la boca hablando del plurilingüismo de España niegan sistemáticamente el plurilingüismo de sus respectivos territorios, empezando por mi tierra, Cataluña.

Mención aparte merece el discurso del portavoz de ERC, Rufián, que en apenas diez minutos desplegó todos los dogmas del nacionalismo lingüístico que está en la base de la decadencia de Cataluña. Empezó anunciando que iba a hacer un discurso íntegramente en la lengua de “su” país, que como buen nacionalista esencialista cree firmemente que solo puede tener una lengua “propia” -por decirlo en sus palabras- porque para él las lenguas no son de los ciudadanos sino de los territorios. Puro nacionalismo identitario de raíz herderiana asumido acríticamente por un político que se autodefine de izquierdas y blasona de abuelos andaluces, de esos andaluces a los que Heribert Barrera, histórico líder del partido de Rufián, despreciaba como origen de todos los males de la Cataluña “pura”. Conviene leer La lucha por Barcelona, del historiador anarquista británico Chris Ealham, sobre la Barcelona de principios del siglo XX para constatar las bases profundamente xenófobas de ERC y su desprecio por los “murcianos”, gentilicio con que se referían despectivamente al conjunto de los españoles no catalanes.

El hecho de que la lengua materna -el único concepto filológico homologable- de la inmensa mayoría de los catalanes sea el español apenas supone para Rufián y compañía un “pequeño bache en la cadena de ADN” (en xenófoba expresión de otro preboste nacionalista, Quim Torra) de la mayoría de los catalanes. Nada que no pueda corregirse con otros cuarenta años de ingeniería social impuesta desde las más altas instancias del poder autonómico para que la realidad catalana se acomode, por fin, al lecho de Procusto con que el nacionalismo pretende moldear la sociedad catalana.

La reforma aprobada por el bloque plurinacionalista no tiene ninguna finalidad comunicativa, sino que solo aspira al ruido y la confrontación y a generar problemas y debates estériles

Por desgracia, a los socialistas les preocupa mucho más que Rufián pueda hablar catalán en el Congreso que los derechos lingüísticos de los niños catalanes. Lo primero, claro, puede darle la investidura. La reforma aprobada por el bloque plurinacionalista no tiene ninguna finalidad comunicativa, sino que solo aspira al ruido y la confrontación y a generar problemas y debates estériles. Que eso lo hagan los partidos separatistas va de suyo, pero que el PSOE se preste a ello solo para que Sánchez siga en la Moncloa un tiempo más resulta ciertamente lamentable. Utilizan las lenguas para enfrentar y no para unir.

Los españoles tenemos una inmensa riqueza lingüística, con lenguas como el catalán, el gallego o el vascuence, con una gran tradición de la que todos nos sentimos orgullosos, pero también tenemos la extraordinaria fortuna de tener una lengua común y compartida, suerte que no tienen otros países plurilingües de nuestro entorno. Esa lengua compartida es, entre otras cosas, lo que nos hace ciudadanos de una Nación cívica basada en la igualdad de derechos y no en abstracciones esencialistas ni en el narcisismo de la pequeña diferencia que alcanzó el paroxismo en el pleno del martes. El pinganillo en el Congreso simboliza el triunfo de la idea perversa de que catalanes, gallegos y vascos formamos parte de naciones distintas con su propia lengua y su correspondiente espíritu del pueblo. Representa la negación de la Nación cívica de ciudadanos libres e iguales, la negación en definitiva de España.

No hay nada más artificial que ver a un catalán, un vasco, un gallego y un castellano utilizando pinganillos para comunicarse. Esa imagen impostada no tiene nada que ver con la España real, con la España que tiene la lengua española como elemento vertebrador de nuestra convivencia, ese código compartido del que hablaba Unamuno, precisamente desde la tribuna del Congreso. Ese código sirve para vertebrar el debate público entre ciudadanos, incorporando matices y virtudes de las demás lenguas españolas, que son también patrimonio de todos y que merecen el respeto, fomento y estima de todos nosotros. Pero no olvidemos nunca la importancia de ese código del que hablaba Unamuno, de esa gramática que compartimos todos los ciudadanos de este país, el español, la lengua de todos los españoles.

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