Que los reyes son los padres es algo con lo que Leonor Borbón y Ortiz tuvo que lidiar desde muy pronto. Pero ésa no era la única ni la más complicada de las certezas que tendría que gestionar la joven heredera a la Corona española. La verdad hay que administrarla: si llega toda de golpe, derriba. Y en su caso no son pocas las revelaciones que se acumulan. Desde aquella primera perplejidad de la niña, "¿por qué nos hacen tantas fotos?", hasta el "¿en qué trabajas, mamá?" al que la reina consorte contestó: "Por España, para mejorar el país". A sus ocho años, Leonor tuvo muy claro que si sus padres eran los reyes, ella era la heredera. Ha de ser cuanto menos inquietante la revelación de que tienes 46 millones de jefes.
La verdad hay que administrarla: si llega toda de golpe, derriba. Ha de ser cuanto menos inquietante la revelación de que tienes 46 millones de jefes
¿Dan pena las princesas? Sí, algunas. En especial aquellas que no pueden salvarse a sí mismas. Quien veía el martes pasado a la princesa de Asturias recibir el Toisón de Oro de manos de su padre, no podía dejar de preguntarse qué cruzaría por la mente de la niña, ataviada con aquel carnero prendido en el pecho, el signo de una continuidad dinástica. Que sea de oro y la más antigua de los órdenes de Caballería no exime a esa regorgalla heráldica de ser un marrón, sobre todo cuando quien la recibe está más en edad de jugar con mascotas que de sacar a pasear vellocinos. Así andaba la pequeña Leonor: afanada en la propia versión de Faunia que creaban, juntos, los animales de su escudo de armas. Así que le toca a ella lo que a su padre o su abuelo, en una España -eso sí- que compensa los avances de los últimos 40 años con los sobresaltos y empellones de los tiempos de cambio. Esas cosas que ocurren en el crepúsculo, en los fines de ciclo.
Vestida toda ella de azul "serenity" -¿existe ese color... o es que lo de purísima ya no se lleva y por eso el anglicismo?- y sentada en la primera fila de la cosa pública. Con un pie en la hidalguía y el otro en la plebe –esa parte del pueblo en la que caben por igual desde su abuela materna hasta Gabriel Rufián-, la jovencita heredera al trono debía oficiar, junto a su padre y sin compartir protagonismo con su hermana menor –qué suerte tienen los segundones-, el peso de su primer acto público. De aquí en adelante todos los aciertos y errores serán suyos. Ya no podrá repartirlos o disimularlos con la infanta Sofía. El asunto implicará a Leonor, supone uno, doble ración de control de la reina Letizia, esa mujer que todo lo comenta y señala, que todo lo observa y vigila, y que deja en pañales incluso hasta a las madres asfixiantes de las novelas de Philip Roth.
"Recibir este Toisón implica para ti unas responsabilidades especiales", indicó su padre a Leonor. Lo hizo con tono calmado, el gesto sonriente y ya plenamente curtido tras 40 meses de un reinado que no por breve ha sido insulso. Su llegada al trono luego de que Juan Carlos I abdicara cuando aún podía hacerlo con un Congreso a favor -Podemos no había tocado poder y el PP presumía de mayoría absoluta- estuvo marcada por una crisis de gobierno de más de un año y, por supuesto, por el levantisco asunto catalán, que pasó de suflé a picadillo. Eso sin dejar de lado asuntos no menos urgentes, como un cuñado investigado por corrupción y una hermana a la que tocaba alejar de Palacio. Ya ve, lector: los trapos sucios no siempre se lavan en casa. La joven Leonor escuchaba con atención a su padre aquel martes, mientras, en Flandes, como antaño hicieran embajadores y consejeros con Felipe II, un Carles Puigdemont huido de la justicia conspiraba y pretendía hacerse investir como presidente de una Cataluña independiente y republicana. La primera grieta del Reino que ella habrá de recibir.
Su padre intentó infundirle confianza a la pequeña. No sabía uno si aquello era un consuelo o una nueva lista de motivos para abdicar por adelantado
"Te guiarás permanentemente por la Constitución, cumpliéndola y observándola; servirás a España con humildad y consciente de tu posición institucional", le dijo Felipe VI a su hija mayor, transfiriéndole una herencia de esas que no se declinan como sí pueden hacerlo quienes rechazan las ruinas ajenas en los testamentos menos oportunos. Pero eso, claro, es algo que la Princesa no está en capacidad de elegir. Lo malo no es que los reyes sean los padres, sino el hecho de que la próxima sea ella. Siempre será menos duro sobreponerse a la primera noticia que a la segunda. Esa niña que ahora atiende con la cabeza ladeada y los ojos limpios de los que aún no han vivido está muy lejos todavía de saber en qué España reinará, si llega a ser ese su cometido y no el de dar paladas dignas de tierra a una monarquía que muchos quisieran ver sepultada . "Te guiarás permanentemente por la Constitución". EN esos términos, el asunto suena a instrucción de supervivencia.
Tampoco se trata de ser alarmista. Hubo a quienes les tocó mucho, pero mucho, peor. Ya desde el vientre materno Isabel II debió afrontar su más complicada crisis de Estado. Gracias a la derogación que hizo Fernando VII de reglamento de sucesión de 1713, que eliminaba la ley sálica e impedía el ascenso al trono de una mujer, se desató la insurgencia del infante Carlos María Isidro, hermano de Fernando VII y a la sazón tío de Isabel II, quien, apoyado por los grupos absolutistas, ya había intentado proclamarse rey. Así llegó al mundo Isabel II: con una de las guerras más sangrientas del XIX español bajo el brazo. Siempre se puede estar peor. Aunque eso, claro, no cuenta. De qué sirve consolarse con los infortunios de hace dos siglos.
"Te guiarás permanentemente por la Constitución, cumpliéndola y observándola; servirás a España con humildad y consciente de tu posición institucional"
Todo eso lo ignora esa niña a la que no le alcanza la edad para honrar cuanto se le atribuye: desde el talento para el violonchelo y el inglés hasta el docto gusto en Kurosawa -¿la próxima entrega del reality real sorprenderá con imágenes de los cineforos de Trono de sangre que sostiene la familia real sentada en el sofá con un bol de crudités sobre las rodillas?-. Quien mira a Leonor en la televisión aspira sólo a que la pequeña tenga altura de miras suficiente para sobreponerse a su propio destino. En su discurso del martes, su padre intentó infundirle confianza. Escuchándolo, no sabía uno si aquello era un consuelo o una nueva lista de motivos para abdicar por adelantado: "Tendrás el apoyo de muchas personas que quieren lo mejor para España, para la Corona y para ti. Tu familia estará siempre a tu lado: especialmente tu madre y también Sofía, que estarán contigo apoyándote; también tus abuelos; y por supuesto yo, tu padre, que sabes que confío en ti plenamente".
La mañana del martes pasado la princesa Leonor debió de sentir, como el joven Jasón ante Yolco, que aquel carnero que su padre le regaló pesaba una tonelada. Ya habría podido pedir la heredera la colección completa de Kurosawa en blue ray o una excursión a Faunia, ahí por lo menos los animales no entrañan obligaciones de Estado. Sea como fuere, lo próximo que vaya a pedir Leonor no podrá incluirlo en la carta a los reyes. Aunque eso, ya lo sabrá ella con el tiempo, es el menor de los males posibles.
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