El fracaso de una política pública suele ser un defecto de rendimiento de cualquier magnitud, que puede estar politizado o no. En cambio, el fiasco, dicen Bovens y 't Hart, es un evento negativo que se percibe como causado por errores evitables y censurables por un grupo de personas social y políticamente significativo.
Cabe decir, sin duda, que la ley del 'sí es sí' –con independencia de la vacua retórica sobre el valor renovado de un consentimiento que, en realidad. se ha exigido siempre- es un fiasco político en cuanto que hay un evento perfectamente medible (los doscientos y pico excarcelados), que es visto como negativo por un importante número de personas de todas las tendencias (va en contra de lo pretendido por la ley) y que se podría haber evitado (escuchando lo que decían las instituciones informantes).
Obviamente, el fracaso de una política pública puede producirse por muchos motivos, no siempre fáciles de determinar, pero me gustaría centrarme en el contraste entre el 'ser' y el 'deber ser' que en materia de procedimiento ha de regir la elaboración de políticas.
Cuando bajas las penas de un delito, el sistema entiende que es porque piensas que es lo justo, y lo lógico es que esa medida beneficie también a los que cometieron los delitos antes
El 'ser', en este caso, es la existencia de una coalición de Gobierno en que, al menos, una de las partes está fuertemente ideologizada y radicalizada y no cree en las instituciones más que como medios para conseguir un fin. Su mentalidad infantilizada proclive al “si queremos, podemos” no le permite anticipar los problemas que se derivan de la intrincada red de pesos y contrapesos de un sistema institucional y, todavía menos, las consecuencias derivadas de la aplicación del Derecho, muchas veces no intuitivo sino contraintuitivo; y ello porque la intuición nos suele llevar por el fácil camino de los sesgos de confirmación de nuestros prejuicios e intereses y el Derecho tiende a pensar en términos de equilibrio, en la contemplación holística de todos los intereses en conjunto. Por eso, cuando bajas las penas de un delito, el sistema entiende que es porque piensas que es lo justo, y lo lógico es que esa medida beneficie también a los que cometieron los delitos antes.
Como eso no se previó debidamente porque el sectarismo impidió escuchar a quienes se considera enemigos, al ocurrir la evidente catástrofe de la excarcelación de unos presos a quienes supuestamente no se quería beneficiar, se produce una enorme disonancia cognitiva entre lo que se pretendía y lo que se ha producido, y como en política es muy difícil rectificar porque eso es usado por los enemigos políticos para desplazarnos del poder, es necesario buscar la consistencia psicológica y política con nuevos sesgos: el de atribución, que consiste en desplazar la responsabilidad a otros (la derecha quiere restringir los derechos de las mujeres) o la apofenia (ver patrones donde no los hay: los jueces son fachas).
No obstante, en la real politik, parece necesario hacer ese gesto ante la posibilidad, bastante real, de que alguno de los excarcelados reincida antes de las elecciones
Por otro lado, eso afecta al otro partido de la coalición, que ha tenido que consentir, mirando hacia otro lado –pensemos benévolamente-, las decisiones de sus compañeros como modo de mantener la unión; pero cuando se produce el fiasco, no hay más posibilidad que intentar desmarcarse reduciendo la disonancia cognitiva con propuestas de reforma de la ley. Y ahí tienen a Isabel Rodriguez haciendo aspavientos: “No se cambiará ni una coma del consentimiento”, como si tuviera algo que ver con el verdadero problema, del que seguramente son conscientes, de que en ningún caso podrán reducir el mal ya hecho, porque a los excarcelados nunca será posible volverlos a encarcelar por el principio de la retroacción de la norma más favorable; norma que ya ha sido publicada y ha producido sus efectos. No obstante, en la real politik, parece necesario hacer ese gesto ante la posibilidad, bastante real, de que alguno de los excarcelados reincida antes de las elecciones, produciendo con ello un contraste cognitivo todavía más fuerte y peligroso.
Ante esta triste realidad, que tendremos que sufrir en tanto los mismos mimbres conformen la cesta política, conviene recordar –por mucho que sea ingenuo o utópico ante la realidad política-que las cosas podrían haber sido de otra manera, si se hubiera hecho lo que se debe. Hablemos del deber ser.
Lo primero es recordar que cumplir los trámites, pedir informes, reunir ciertas mayorías, oír a los expertos, mantener las formas, respetar las reglas de las instituciones y los procedimientos establecidos no son un impuesto, un obstáculo o una valla burocrática para beneficio de funcionarios que nos impidan alcanzar nuestros sacrosantos objetivos con celeridad, sino periodos de reflexión que imponen las instituciones -tras una larguísima experiencia civilizatoria- para que seamos conscientes de que hay otros intereses en juego aparte de aquellos de los que promueven una determinada política. Oír al otro, tener en cuenta su opinión, ponernos en su lugar, no son ganas de molestar sino precauciones para conseguir que el acto, la norma o la política que se acomete sea más justa, más inclusiva, más consensuada y menos conflictiva; un modo de conseguir que las decisiones políticas sean más democráticas y más inclusivas y no simples ejecuciones directas de nuestras ansias y sectarismos más arraigados. Y digamos ya la sana costumbre de realizar una adecuada evaluación de políticas públicas y posterior mejora a la vista de los resultados.
Y es que, además, ello no sólo protege a terceros, sino a los propios promotores de las políticas, como es el caso. Decía don Federico de Castro, el ilustre civilista, que las normas, junto con derechos subjetivos, facultades o derechos potestativos a veces tienen efectos reflejos, porque producen indirectamente beneficios a terceros (la declaración de una zona verde, por ejemplo). En este caso (y en otros recientes, como la reforma de la sedición, que ha beneficiado a los inmigrantes que entraron en Palma a través de un avión) la norma ha producido efectos que no se preveían y que se podrían haber evitado si se hubieran hecho las cosas bien.
Poco podemos hacer los ciudadano para cambiar estas políticas más que votar (y escribir artículos), pero siempre es bueno recordar que respetar los procedimientos hace las normas más justas… y a veces te salva de fiascos.
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