Opinión

Leyes de Nuremberg en Cataluña

El Tercer Reich las dictó en 1935. Buscaban la eliminación del judío, negándole su condición de alemán, de ser humano. Eso mismo pretendía la constitución separatista con los españoles.

La serpiente ha mudado de piel, pero sigue siendo la misma. El paralelismo entre esa revolución de las sonrisas que la propaganda lazi insiste machaconamente en vendernos como democrática y pacífica, y el nacional socialismo, es meridiano para cualquier observador no abducido. Si las leyes nazis estigmatizaban al judío, condenándolo a la condición de cuerpo extraño al Volk, la comunidad alemana, la constitución separatista buscaba lo propio con aquel que se sintiera español.

De entrada, en la nueva república lazi se negaría la nacionalidad catalana a todos los que hubieran sido funcionarios, policías, guardias civiles y militares bajo España. No son asimilables a los catalanes puros, leales y no contaminados por el virus español. Eso, para empezar, dos comunidades, dos condiciones, dos clases. Y, sin nacionalidad, a quienes les afectase solo les quedaba o emigrar o afrontar las consecuencias. Lo mismo que con los judíos.

Como los nazis, los separatistas pretendían incautarse de todos los bienes que el Estado tuviese en Cataluña

Sigamos. Como los nazis, los separatistas pretendían incautarse de todos los bienes que el Estado tuviese en Cataluña, poco menos que la misma figura que la arianización, método por el cual Göring y sus adláteres se apropiaron de miles de empresas judías, sus viviendas, sus joyas y sus cuentas bancarias. Recordemos que las familias judías que conseguían permiso para abandonar Alemania estaban autorizadas a llevarse solo una mísera cantidad de dinero, previa firma de cesión al Reich de todo lo que poseían. Es decir, los funcionarios españoles no pueden ser como nosotros, catalanes separatistas. Que se vayan a su tierra y quedémonos con todos sus bienes.

Para que los exfuncionarios no tuviesen la menor oportunidad de intentar rebelarse, se les conminaría a que renunciasen a su trabajo en un plazo máximo de seis meses, so pena de incurrir en grave delito de desafección a la república catalana. Por descontado, solo podrían pedir la nacionalidad catalana los que no figurasen en los apartados mencionados anteriormente y fuesen, por descontado, nacidos en Cataluña. Solo el ario, el de sangre pura, aunque haya estado viviendo en el error, puede aspirar a ocupar un puesto en la sociedad de los Herrenvolk, de la misma manera que un catalán, siempre que lo sea por nacimiento, puede ser aceptado de nuevo en el seno de la comunidad nacional si abjura de sus principios y renuncia a su trabajo.

El hipotético corpus legal de una república que quiera Dios jamás veamos, también preveía no pocas cosas en el terreno del orden público y las libertades. Se prohibirían los partidos que se opusieran a que Cataluña fuese un estado o que fuesen contrarios a su constitución. Unidad de la patria sin fisuras y nula posibilidad de reforma constitucional. Lo mismo que las leyes promulgadas por Hitler en las que se declaraba enemigo de Alemania a todo aquel que se opusiera al Reich, a sus leyes y a el mismo. Para rematar, se derogaba la monarquía y todos los títulos nobiliarios concedidos desde 1.700. Lástima por el pobrecito Conde De Godó que, además, lleva aparejado a su título la Grandeza de España.

El espíritu belicista tan arraigado en la Alemania de Hitler está también presente en esa constitución, en teoría, destinada a una Cataluña idílica, pacifista, solidaria con todo el mundo

Como colofón, y para no ser exhaustivos, el espíritu belicista tan arraigado en la Alemania de Hitler está también presente en esa constitución, en teoría, destinada a una Cataluña idílica, pacifista, solidaria con todo el mundo. Se prevé la creación de un ejército – Mossos aparte –, de un potente servicio de inteligencia y de todo un fuerte complejo armado, incluidas unas milicias populares en la mejor tradición del Volksturm para reprimir el españolismo violento, sic. Excuso hablarles de la escuela, de la prohibición del español en la enseñanza pública, de su total marginación social o mediática, etc. Tampoco lo haré acerca de la justicia y de cómo el poder político de esa república catalana elegiría a dedo a los jueces, bastardeando la separación de poderes más elemental en un sistema democrático. Otro día, quizá.

Una constitución, ya ven, que se compadece poderosamente con la weltanschaüng nacional socialista por lo que de totalitaria, racista y deleznable es. Pero, cuidado, son leyes que, aunque ahora sean unos meros papelotes escritos desde el odio, emanan unos principios ideológicos que los lazis tienen muy presentes, muy dentro de sí. Porque representan lo que ellos sienten, lo que los anima a seguir adelante.

No caigamos en tentaciones estilo Chamberlain. Nos las tenemos que ver con el mismo monstruo ideológico, que no le quepa duda a nadie. No son únicamente los desfiles de antorchas o los CDR. Estos, si pueden, crearán guetos y campos de concentración. Comparen y horrorícense.

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