En Lledoners se reúnen quince mil personas exigiendo la libertad de los separatistas encarcelados. Pero nadie exige que el gobierno nos saque de la cárcel social en la que nos ha metido el proceso a millones de catalanes.
Hay que decirlo, gritarlo, escupirlo, hasta que se entere España entera: Cataluña es una cárcel espiritual, un Guantánamo sutilmente cabrón en el que pagas ya no por no ser separatista, sino por no serlo de Puigdemont, de Torra, de los extremistas más extremistas. No hay llaves que puedan abrir esa angustiosa reja que nos separa del resto de españoles, que pueden vivir, gracias a Dios, trabajar y, en suma, ejercer de lo que les dé la gana sin atenerse a la consigna del Gran Hermano.
Los carceleros viven opulentamente en despachos oficiales desde los que regentan la férrea dictadura separatista. Antes, con Pujol, más sibilina; ahora, con sus herederos, más opresiva. Que en un colegio – en uno, en cien, en miles – los niños discriminen en el patio a quien no es del rollo estelado, que los mismos profesores tengan arte y parte en todo eso, es tan cotidiano como la infinita tristeza de los padres que han de advertir a sus chiquillos que no hablen de según qué cosas en el cole. Cuando los separatas exigieron que la inspección general del estado de enseñanza abandonara Cataluña sabían muy bien lo que hacían.
Es cárcel para esos críos, que han de ser del Barça, ver TV3 y ser socios de su club infantil, aprenderse de memoria todas las mentiras de la pseudo historia fabricada por el supremacismo catalán. Pero también lo es para los adultos, para los que no encajamos en su modelo de buenos catalanes. Paseamos por el patio de esta inmensa cárcel arrastrando los pies, sabedores que aquí no hay motín que desaloje a los carceleros pues tienen amarradas muy bien sus poltronas. Si alguien con valor cívico, con ese coraje que solo otorga la desesperación, se atreve a actuar, el hecho tiene pocas repercusiones. Un ejemplo: en el ayuntamiento de Reus han descolgado ya tres veces la pancarta que los gloriosos munícipes de la patria chica del general Prim insisten en tener a la vista de todos. “Libertad presos políticos”, dice, igualito que la que hay en el balcón del Palau de la Generalitat y de otros muchos balcones de edificios que deberían ser de todos y solo son de unos pocos.
Las cuatro barras de la Senyera han sido multiplicadas por mil y nos hallamos encerrados entre gruesos barrotes con forma de esteladas, de lazos amarillos, de pancartas que insultan a la inteligencia, de palabras que azotan las mentes lúcidas como golpes de porra en las costillas"
Los carceleros están siempre ojo avizor y no permiten que nada se salga de la rutina gris, triste y avasalladora de esta cárcel hecha a base de odio. Los internos, hechos a todo tipo de vejaciones e insultos, aguantamos el tipo como podemos, pero muchos han olvidado lo que significa vivir con libertad ideológica, respirando el oxígeno que da vivir en una sociedad en la que no existen verdades absolutas y todo puede debatirse. Es otra característica de tan infausta cárcel, no poder mantener unos mínimos de calidad intelectual, de especulación, de heterodoxia. Todo es puro dogma, axioma, verdad sin resquicio.
Es abrumador levantarse cada día y saber de antemano lo que van a decirte los medios de comunicación, los políticos, la gente que vas a encontrarte en la calle, en el bar, en el trabajo, en la puerta del colegio, en el estanco. Las cuatro barras de la Senyera han sido multiplicadas por mil y nos hallamos encerrados entre gruesos barrotes con forma de esteladas, de lazos amarillos, de pancartas que insultan a la inteligencia, de palabras que azotan las mentes lúcidas como golpes de porra en las costillas.
La tortura de vivir en esta cárcel llamada Cataluña es más terrible porque sabemos que nadie nos ayudará, nadie pagará nuestra fianza, que no tenemos derecho a un abogado, que el juicio está amañado, que los que se han erigido en jurado nos van a condenar, porque somos elementos ajenos al cuerpo del pueblo catalán como ellos entienden. Ante ese Tribunal del Volk nada podemos hacer, ni siquiera gritar, porque fuera de la cárcel nadie va a prestar atención a nuestra voz.
Cataluña solo es un rehén para negociar y el gobierno de Sánchez ha decidido aceptar esa sucia proposición"
Los grilletes de lo políticamente correcto, de la pijo progresía, del nazismo supremacista, de la cobardía de los partidos y de los pactos vergonzantes entre políticos son gruesos, casi irrompibles. Aunque forcejeemos, como quienes retiran una y otra vez la pancarta de Reus o los que salen cada noche a limpiar lazos de calles y plazas, las puertas del presidio aguantan firmes porque así lo quieren los que manejan las llaves. Son quienes han optado por mantener a todo un pueblo aherrojado ante un puñado de extremistas antes que abrir las cerraduras. Cataluña solo es un rehén para negociar y el gobierno de Sánchez ha decidido aceptar esa sucia proposición.
Deberíamos colgar pancartas exigiendo nuestra libertad sin excusas ni dilaciones. La mayoría de catalanes queremos salir de esta celda a la que nos arrojaron los convergentes para vergüenza de ellos. Antes que pedir la libertad de quienes están en la cárcel por culpa de sus actos y las fugas de su jefe, a quienes deberían poner en libertad es a nosotros, que, al fin de cuentas, jamás hicimos nada. Quizás ese es nuestro pecado, la inacción, pensar que era cosa de cuatro chalados y que las aguas volverían a su cauce. Pero pecar de ingenuidad por fiarte de quienes dicen que te representan no merece este castigo. Algo más hay en nuestro favor, el arrepentimiento. Nunca más perro al molino, como dice el viejo refrán. Si salimos de este horrible campo de internamiento ideológico, habremos aprendido la lección. Como escribió Tirso de Molina: “Por necio e impertinente en ti su venganza funda el que te ha dado esta tunda; por eso, si sales fuera, escarmienta en la primera y no aguardes la segunda”.
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