Sucede que cuando no se tienen problemas reales aparecen los imaginarios. Es algo que se da en las personas a título individual pero también en las sociedades. Lo hemos vivido esta semana a cuenta del ya archifamoso autobús de Hazte Oír, que ha sido paralizado por un juez y hoy duerme en un garaje después de que toda España haya sabido de su brevísima andanza por las calles de Madrid. Se diría, por tanto, que nuestros problemas son tan pocos y de tan minúscula envergadura que el país se ha pasado cerca de una semana hablando de un simple autobús naranja forrado con un eslogan. Es duro de reconocer pero es así.
Hazte Oír, una asociación que gustará más o menos pero que tiene todo el derecho a decir lo que les venga en gana, actuó de manera reactiva, lo cual viene a demostrar que los conservadores siempre están a la defensiva
La mecha que encendió la polémica fue el lema en cuestión, que no hace falta repetir porque ya lo conocemos todos. Eso y la voluntad de sus promotores de pasearlo por todas las ciudades de España a modo de protesta por otra campaña de corte similar que tuvo como soporte las marquesinas –de nuevo los autobuses– del País Vasco y Navarra. Hazte Oír, una asociación que gustará más o menos pero que tiene todo el derecho a decir lo que les venga en gana, actuó de manera reactiva, lo cual viene a demostrar que los conservadores siempre están a la defensiva y, o esquivan los golpes, o tratan de devolverlos, generalmente con torpeza.
Pero la cuestión no es esa. No es si la campaña de las marquesinas es buena y la del autobús mala o viceversa. La cuestión es si todavía en España somos libres de expresar lo que pensamos sin que nos monten una campaña de desprestigio y, en última instancia, tengamos que vérnoslas delante de un juez. En el caso de Hazte Oír la primera ya se ha producido, para lo segundo están en ello.
La libertad de expresión incluye los infundios y, naturalmente, las ofensas. Y los incluye porque, a diferencia de las calumnias, que son perfectamente objetivables, no sucede lo mismo con las ofensas
Libertad de expresión es la capacidad de un individuo o un colectivo de decir y difundir cualquier tipo de información siempre y cuando ésta no sea calumniosa, es decir, siempre que no estemos imputando a alguien un delito que no ha cometido. La libertad de expresión, en definitiva, incluye los infundios y, naturalmente, las ofensas. Y los incluye porque, a diferencia de las calumnias, que son perfectamente objetivables, no sucede lo mismo con las ofensas.
El autobús de marras puede ofender –y de hecho lo hace– a un montón de gente, pero a otros les ha dejado fríos como un témpano, algunos incluso lo han aplaudido. A otros muchos simplemente les ha parecido una patraña, pero las patrañas también están amparadas por el derecho a expresarse libremente. Ahí fuera hay gente que asegura que la Tierra está hueca o que nos gobiernan los illuminati, una sociedad bávara de carácter secreto que desapareció hace siglos. Hacen sus páginas web, organizan sus congresos y nadie se molesta. Y quien se moleste no le queda otra que aguantarse porque, por muy descabellada que nos parezca la idea, uno es libre de decir que en el interior del planeta hay civilizaciones avanzadas que nos observan.
Esta vez no ha hecho falta denunciar nada porque con el autobús los poderes públicos han reaccionado de oficio y en el acto
Que uno sea libre de hablar no significa que eso le blinde de las críticas. La libertad de expresión viene siempre acompañada de la libertad de crítica, es decir, de la libertad del disconforme para expresar lo contrario. Eso es lo que se hizo, por ejemplo, con la campaña de las marquesinas. La propia Hazte Oír se apuntó entusiasta a las críticas y pidió su retirada. Efectuó incluso una recogida de firmas para que la Fiscalía de Menores actuase y llevase “a los Juzgados a los responsables de la corrupción de menores que se está desarrollando con total impunidad y pasividad de los poderes públicos”. Huelga decir que la Fiscalía no ha intervenido.
Resumiendo, que los que ayer eran verdugos hoy son víctimas y viceversa porque la asociación que promovió las marquesinas ha hecho lo propio con el autobús de Hazte Oír. Aunque esta vez no les ha hecho falta denunciar nada porque con el autobús los poderes públicos han reaccionado de oficio y en el acto. Existe, por lo tanto, una doble vara de medir un tanto escandalosa. Se puede ofender si, pero solo en una dirección. Los límites de la libertad de expresión quedan más o menos claros. Sabemos ya en qué punto pueden ser rebasados y en cual no debemos aventurarnos más allá de la línea trazada por el consenso. Y como desafiar al consenso es convertirse en un paria nadie osará atravesarla.
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