Hasta hace un par de años las cumbres de la OTAN no interesaban a casi nadie. Se saldaban con un breve en prensa y hasta el año siguiente. Pero el año pasado eso cambió. Un día después de la invasión rusa de Ucrania el secretario general de la alianza, el noruego Jens Stoltenberg, organizó una cumbre por videoconferencia para abordar la situación. Los participantes, los jefes de Gobierno de los 30 miembros, quedaron emplazados para una cumbre extraordinaria un mes más tarde en Bruselas. A finales de junio volvieron a reunirse en Madrid. Para entonces la invasión ya se había convertido en una guerra y dos nuevos países (Suecia y Finlandia) habían anunciado su intención de ingresar.
La OTAN, una alianza militar de la que pocos se acordaban, se convirtió en el centro del debate. De hecho, sólo unos años antes, durante el mandato de Donald Trump, los hubo incluso que se plantearon si seguía teniendo sentido. Ha sido Vladimir Putin, su mayor enemigo declarado, quien la ha revivido. La invasión de Ucrania disipó todas las dudas sobre la idoneidad de una organización de defensa mutua en Europa, y animó a dos grandes Estados bálticos que hasta entonces habían permanecido fuera a pedir el ingreso por la vía de urgencia.
Contra Finlandia nada podía objetar, pero sí contra Suecia, a quienes los turcos acusan de acoger a una numerosa comunidad kurda en la que se esconden algunos terroristas perseguidos en Turquía
Todos los miembros con la excepción de Turquía recibieron positivamente la solicitud, pero para entrar en la OTAN hay que tener el consentimiento expreso de todos sus integrantes. La Turquía de Erdogan, que meses antes se había negado a sumarse a las sanciones contra Rusia, vio que se le presentaba una oportunidad de oro para sacar tajada. Contra Finlandia nada podía objetar, pero sí contra Suecia, a quienes los turcos acusan de acoger a una numerosa comunidad kurda en la que se esconden algunos terroristas perseguidos en Turquía. Aparte de eso, tenía otro tipo de demandas hacia la Unión Europea y Estados Unidos. De los primeros esperaba obtener ciertas facilidades arancelarias. De los segundos que den vía libre a la exportación de F-16, un tipo de caza que necesita la fuerza aérea turca y que la Casa Blanca se negaba a transferir a Turquía porque hace unos años adquirió unos sistemas de defensa antiaérea de fabricación rusa.
Todos los escollos han sido ya superados. En la cumbre de Madrid del año pasado Erdogan se reunió con la primera ministra sueca y el presidente de Finlandia para resolver diferencias y negociar el visto bueno. Un año más tarde el asunto está ya prácticamente resuelto a falta de que el parlamento turco ratifique el acuerdo alcanzado entre los dos Gobiernos. En principio nadie lo impedirá ya que el partido de Erdogan controla la cámara. Sus diputados votarán lo que les diga el presidente.
A cambio Suecia se ha comprometido a vigilar más de cerca a los movimientos kurdos que operan en el país y a colaborar con Turquía en el caso de que estos últimos le exijan, por ejemplo, una extradición. Para los kurdos suecos es una pésima noticia, pero a Ulf Kristersson no le quedaba otra elección si quería ponerse bajo el paraguas de la OTAN, algo que el parlamento sueco aprobó por una amplia mayoría hace unos meses. La Unión Europea también ha puesto su granito de arena aviniéndose a una serie de concesiones aduaneras. Respecto a EEUU, no se sabe a ciencia cierta si la Casa Blanca permitirá o no la venta de F-16 a Turquía, pero la agencia de noticias Anadolu que pertenece al Estado turco, aseguró hace dos días que el Departamento de Estado había levantado el veto. Al tratarse de una transacción de material de defensa nadie más se ha querido pronunciar al respecto.
La guerra de Ucrania está aún lejos de terminar, por lo que Stoltenberg tendrá que apañárselas de alguna manera para seguir manteniendo el apoyo a Zeenski al tiempo que retrasa el ingreso del país en la OTAN
Si Erdogan cumple, será un tanto que podrá apuntarse Stoltenberg, a quien muchos acusan de ser demasiado comprensivo con Turquía. Lo cierto es que Stoltenberg ya no debería ser secretario general de la OTAN. Accedió al cargo en 2014 y fue renovado para otro mandato de cuatro años en 2018, por lo que se esperaba su salida en 2022. Pero la invasión de Ucrania trastocó los planes. Le concedieron un año de prórroga y hace unos días esa prórroga se extendió otro año más. En ello ha tenido mucho que ver el modo en el que ha gestionado la incorporación de nuevos miembros como Montenegro en 2017, Macedonia del Norte en 2020 más Finlandia y Suecia este año. También ha influido su actitud firme pero contenida frente a Rusia tras la invasión de Ucrania.
Pero la guerra de Ucrania está aún lejos de terminar, por lo que Stoltenberg tendrá que apañárselas de alguna manera para seguir manteniendo el apoyo a Ucrania al tiempo que retrasa el ingreso del país en la OTAN. Ni Stoltenberg ni ningún Estado miembro se opone a que Ucrania entre en la OTAN. Muchos creen, de hecho, que se le debería haber franqueado la entrada hace tiempo y hoy no nos veríamos como nos vemos, ya que Putin jamás se habría atrevido a invadir un país de la OTAN por miedo a que invocase el artículo 5 y se le echase toda la alianza encima. Tendría que haberse hecho antes de 2014, que fue cuando Putin dio el primer bocado a su vecino anexionando Crimea y alentando una guerra en el Donbás.
En ese momento el asunto del ingreso de Ucrania quedó en el aire en espera de que se solucionase la cuestión de Crimea. En esos ocho años que transcurrieron entre una invasión y la otra los ucranianos advirtieron que aquello no había terminado, que Putin querría ir más lejos, pero la OTAN, que atravesaba entonces una crisis existencial, hizo oídos sordos. Fue Putin en 2022 el que sacó de golpe a la OTAN del limbo poniendo sobre la mesa otra vez el espinoso asunto del ingreso de Ucrania. Su presidente Volodímir Zelenski asume que mientras dure la guerra no se producirá porque la OTAN jamás se arriesgaría a algo semejante. En el caso de que así fuese, los 31 miembros de la alianza tendrían que correr en su auxilio, algo que no tienen pensado hacer. Lo que quiere despejar Zelenski es la incógnita de si aceptarán a Ucrania después de la guerra suponiendo que consigan repeler la invasión.
La entrada de Finlandia en apenas un año demostró que hay una vía exprés, algo que podría aplicarse a Ucrania una vez concluida la guerra
El problema que se presenta aquí es que entrar en la OTAN no es ni mucho menos algo inmediato. A Montenegro le llevó ocho años de negociaciones ingresar y lo mismo puede decirse de otros países que accedieron en las últimas expansiones como Macedonia del Norte, Albania o Croacia. La entrada de Finlandia en apenas un año demostró que hay una vía exprés, algo que podría aplicarse a Ucrania una vez concluida la guerra. Esta opción tiene partidarios (básicamente el Reino Unido, Francia y Polonia), pero también detractores como Alemania o Estados Unidos, que prefieren tomárselo con más calma. Ucrania es un país muy grande que nada tiene que ver con otros socios de pequeño tamaño como los de los Balcanes o la propia Finlandia, cuya integración en las estructuras políticas y económicas de Europa occidental es absoluta. En todos los casos se trata de países en paz, con una economía en crecimiento y estabilidad política. Nada de eso se da en el caso ucraniano.
Por ahora todo lo más que puede ofrecer la OTAN a Ucrania son garantías, y eso mismo es lo que busca desesperadamente Zelenski, que solicitó formalmente el ingreso en septiembre del año pasado sabedor de que aquello era un brindis al sol, pero que tenía un alto contenido simbólico. Para Ucrania, la mejor garantía de seguridad es estar en la OTAN y su garantía definitiva: el artículo 5 del tratado del Atlántico Norte que estipula que un ataque a uno de los miembros supone un ataque a todos. Pero eso hoy es imposible. De serlo la OTAN ya estaría en guerra con Rusia, cosa que no sucede. Las potencias occidentales no quieren que Rusia termine imponiéndose y eso les obliga a mantener su apoyo a Ucrania, pero, ¿durante cuánto tiempo?
Al final la cuestión es esa: ¿cuánto va a durar la guerra? Llevamos ya año y medio y la cosa no parece que vaya a concluir en otro año y medio. Es una tragedia para los ucranianos, pero también supone un desgaste para sus aliados, que podrían verse tentados de, o dejar caer el país si ven que aquello no tiene arreglo, o de llegar a un acuerdo con Putin para que ponga fin a la invasión a cambio de una serie de concesiones. En esas concesiones podría figurar un veto permanente a su ingreso en la OTAN. Eso mismo es lo que teme Zelenski y lo que anhela Putin. El primero sospecha (no sin razón) que llegado un punto y en función de quien gobierne en EEUU, la OTAN tire la toalla y utilice a Ucrania como moneda de cambio. El segundo sabe que mientras sus tropas sigan en suelo ucraniano tiene un rehén con el que negociar una salida medianamente honrosa.
Por ahora Zelenski se tiene que conformar con un compromiso verbal que se ha sustanciado en una declaración de intenciones que los 31 miembros actuales han consensuado en Vilna. Esta declaración dice textualmente: “Estaremos en condiciones de extender una invitación a Ucrania para unirse a la Alianza cuando los Aliados estén de acuerdo y se cumplan las condiciones”. Esos son los límites de la OTAN, hasta ahí puede llegar. No es mucho a lo que agarrarse, pero menos da una piedra. Lo cierto es que nunca antes Ucrania había estado tan cerca de ingresar en el club. Y no sólo porque la voluntad de la alianza es explícita, sino porque la práctica totalidad de sus miembros, especialmente los del este de Europa, se están volcando con ellos. Eso es todo lo que puede esperar por ahora. El resto dependerá de cómo evolucione la guerra.
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