En muy pocas ocasiones he visto soltar tantos espumarajos por la boca como los que se han soltado por la misa funeral en homenaje a las víctimas de la riada en Valencia.
Yo puedo entender que la izquierda trate de defender a toda costa la ausencia del presidente del Gobierno de España a un acto como ese, ausencia que no es entendible ni perdonable para la mayoría de la gente cabal, pero, por favor, dejen de una vez las sotanas tranquilas. O no las dejen, porque si tanto odian o temen a la religión católica y a los católicos, seré yo la primera en reconocer su derecho a odiar o a temer lo que les venga en gana, eso sí, siempre y cuando no pretendan que los demás acabemos infectados por ese odio y alzando las antorchas, dispuestos a quemar iglesias con sus religiosos dentro.
Estos pobres desgraciados no han aprendido nada, no por la experiencia, puesto que no son muchos ya los que pueden contarnos lo que vivieron en la guerra civil española, sino que ni siquiera lo han aprendido por los libros.
De las peores ideas que tuvo el bando republicano, entre las primeras está la de perseguir, torturar y asesinar a curas y monjas. Con esto consiguió el rechazo inmediato de muchas personas religiosas que podían haberse involucrado con sus ideas. Pero, por si sus abuelos no se lo contaron, se lo cuento yo: la gente en los pueblos vio como se sacaba a rastras de la parroquia al sacerdote, para fusilarlo en el monte. Ese cura conocido por todos, que sollozaba mientras lo zarandeaban: “Pero Ramiro, Florencio, ¡qué os he hecho yo! Si os he visto nacer, si os he bautizado y os di la primera comunión. Que me conocéis desde siempre. ¿Qué mal os he hecho yo?”. Y esa gente, de ese pueblo y de tantos otros, tuvo que vivir de por vida con el llanto del cura y con su propio silencio, porque ninguno salió a ayudarle, porque todos, por miedo, cerraron puertas y ventanas a su paso.
Además de muertos de dos grupos enfrentados que luchaban por unos supuestos ideales políticos, en la nuestra hay también cuerpos de muchos religiosos, que no parece importarles demasiado a los que pretenden escribir ahora una historia a medias
Por si no tuvieron un tío que se lo contara, se lo cuento yo, que a mí el hermano de mi madre sí me cuenta cosas todavía. Me explica que las ventanas del piso en el que vivían en Madrid daban al río Manzanares y él, con tan sólo 8 años, vió una mañana cómo ponían a todos los curas en fila a la orilla del río. Después vió los disparos y cómo sus cuerpos cayeron al agua, hasta desaparecer. Al día siguiente, mi abuela lo apartó de la ventana, pero escucharon los tiros. Al cuarto día de disparos, mi abuelo metió los cuatro muebles que pudo en una camioneta, montó en ella a su esposa y a sus tres hijos y los sacó de la capital. Con las prisas, mi abuela dejó olvidada su alianza de boda sobre una cómoda que no pudieron llevarse. Lo que no se olvidó fue un catecismo que le había regalado el sacerdote de su pueblo el día que hizo la primera comunión. Ese cura que le decía lo buena estudiante y lo lista que era. Que le aconsejaba que estudiara todo lo que pudiera, para no acabar siendo lavandera en el río. Ese hombre que no volvería a ver, pero que también dio la primera comunión a un tal Florencio y a su hermano Ramiro.
Os han contado que las cunetas de este país están llenas de cadáveres de valientes que dieron su vida por el bando republicano. Tal vez quien escribió esa historia se olvidó de contaros que en las guerras siempre hay muertos en los dos bandos, pero que, además de muertos de dos grupos enfrentados que luchaban por unos supuestos ideales políticos, en la nuestra hay también cuerpos de muchos religiosos, que no parece importarles demasiado a los que pretenden escribir ahora una historia a medias.
Pero repito que a mí no me importaría en absoluto que le tengáis esa fobia a todo lo católico y que la manifestéis libremente, si no fuera porque luego lo tapáis con la hipocresía de señalar de islamófobos, como si ese odio fuera un delito y el vuestro no, a quienes estamos hartos de ver mujeres con burka, matrimonios concertados con niñas de siete años y contínuos ataques violentos y atentados por parte de gente que le reza a un profeta que ni nos va ni nos viene, por decirlo finamente.
Será que a la izquierda le gusta más luchar contra los muertos que por los vivos, de manera que así estamos, con una Valencia destrozada e intentado recomponerse entre ruinas y dolor, un Gobierno resucitando a Franco
Habría que veros al borde del colapso si se exigiera que en todos los colegios públicos se permitiera a los niños católicos vestir con rosarios al cuello y que se cuidara de proporcionarles un adecuado menú de Cuaresma, pero no os veo hiperventilar cuando lo que se está tratando de imponer es el velo islámico para las niñas en los colegios y un menú halal para que los alumnos puedan comer los alimentos permitidos por la religión islámica.
No es sana esa obcecación con quien no os ha hecho nada, con quien admira a un tipo que pregonaba poner la otra mejilla. Sin embargo, os causa simpatía quien obedece a otro que exigía asesinar a quien no crea en él ni le rece. ¿Y con los budistas qué hacemos? Porque como empecemos con las religiones esto es un no parar, pero parece que para ser de izquierdas el requisito indispensable es odiar solamente a un par de ellas.
No es normal ni sensato destilar tanto odio, portando tantos hábitos manchados de sangre a vuestras históricas espaldas. Pero será que a la izquierda le gusta más luchar contra los muertos que por los vivos, de manera que así estamos, con una Valencia destrozada e intentado recomponerse entre ruinas y dolor, un Gobierno resucitando a Franco cincuenta años después para tapar su propia corrupción y muchos memos hablando de cunetas y maldiciendo sotanas.
Lástima que no soy mujer de fe ni de rezar, pero dan ganas.
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