Opinión

Llámame charnego y quítame impuestos

Esta campaña electoral catalana está resultando extrañísima. Parece desarrollarse en otra realidad distinta a la real en la que hacen su vida los sufridos ciudadanos que deben votar. Calles con menos cartelería que nunca, mítines invisibles salvo para

Esta campaña electoral catalana está resultando extrañísima. Parece desarrollarse en otra realidad distinta a la real en la que hacen su vida los sufridos ciudadanos que deben votar. Calles con menos cartelería que nunca, mítines invisibles salvo para los abonados a los distintos partidos, normalidad absoluta. Después de más de diez años de estéril e insoportable matraca procesista, los catalanes de ambos bandos, independentistas o no, se han puesto finalmente de acuerdo en una cosa: En hacer su vida al margen de la política. Llega un momento en que ya no se puede más. Si se quiere mantener la salud mental hay que aislarse del ruido electoral y dejar que los partidos se acuchillen entre ellos por su cuenta, que para eso cobran.
Entiéndanme. No es que vayan a dejar de votar, como se comprueba por las colas en las oficinas que deben tramitar el voto por correo, sino que cada cual ya tiene clara cuál es su opción de mal menor y tomada hace tiempo la firme decisión de que no se les vaya en la vaina ni un minuto más de lo necesario.
Sin embargo, y a pesar de la distancia entre ambas realidades, la política y la real, algunos elementos novedosos van tomando forma, como por ejemplo la voluntad de algunos partidos independentistas de abandonar su presunta transversalidad de todo por la patria para volver a situarse en el antiguo eje de izquierda y derecha.
Silvia Orriols, la líder del partido xenófobo Alianza Catalana, ya ha declarado con absoluta normalidad que va a por el voto de Vox, con quien comparte posición sobre la inmigración ilegal. “Mucha gente que hasta ahora ha votado a Vox nos votará a nosotros”, ha declarado saltándose la línea roja que separa a los constitucionalistas de los independentistas. Incluso las dos formaciones comparten eslogan, “Salvem Catalunya”, “Salvemos Cataluña”, que unos usan en catalán y los otros en español.

Ha incluido una bajada de impuestos radical en su programa de gobierno para ser ejecutada en los primeros cien días, en los que se revisarán todos los tributos que dependen de la Generalitat


Por su parte, Carles Puigdemont, que pudo haberse ido en un maletero pero no es tonto como se ha visto por su manejo de los tiempos en sus negociaciones con el PSOE y por la sana desconfianza que siente hacia Sánchez de quien jamás se creyó el teatrillo de su dimisión, ha incluido una bajada de impuestos radical en su programa de gobierno para ser ejecutada en los primeros cien días, en los que se revisarán todos los tributos que dependen de la Generalitat y se eliminarán o bonificarán en lo que se pueda Patrimonio y Sucesiones para cónyuges y ascendientes y descendientes, así como la exclusión de sucesiones en el relevo generacional de las empresas familiares. Porque la independencia es el bien supremo al que nos dirigimos todos, por propia voluntad o a la fuerza como es mi caso, pero eso no quita que el dinero de la botiga de la senyora Dolors, o de la pastelería de la familia Puigdemont donde mejor está es en su bolsillo, por mucho que los socios patrióticos de Esquerra opinen otra cosa.
Y así puede darse el caso de que el devoto Salvador Illa vea, entre padrenuestro y padrenuestro, cómo a pesar de ganar las elecciones debe dejar la Presidencia de la Generalitat en manos de Junts para garantizar la permanencia de Sánchez en la Moncloa, y de paso beneficiar de este modo a los sufridos catalanes con una bajada de impuestos que podría dejar a Cataluña, en caso de cumplirse, en el mismo nivel impositivo de la Comunidad de Madrid. Sánchez, posibilitando políticas propias de Ayuso. Qué fantasía es la política catalana, cuánto hay que rodar para acabar en sitios inverosímiles.

Hartos de las traiciones del PSOE


Y mientras, los irrecuperables seguiremos votando a alguno de los dos partidos españoles que nos dejaron tirados en las últimas elecciones nacionales por no ir juntos en las tres provincias en las que el ir separados supone la desaparición del escaño, y nos conformamos con seguir siendo los convidados de piedra en la merienda de independentistas del Parlament, otros más pragmáticos empiezan a replantearse su opción de voto porque solo se vive una vez y el impuesto de patrimonio ahoga más que las banderas. Al fin y al cabo, ¿no son respetables todas las banderas, como dijo Casado en aquella entrevista de Rac 1 que le costó al Partido Popular seis escaños menos en las últimas elecciones? Pues eso. “Voy a votar a Junts, a ver si es verdad que quitan Sucesiones y Patrimonio”, me dicen algunos amigos en la más estricta confidencialidad. Lo dicen en broma, como se sueltan las cosas verdaderamente serias. Lo dicen hartos del Psoe y sus traiciones, de la derecha y su división, de los últimos diez años de nervios y agotamiento.
Yo me callo y calibro que, por debajo de la aparente tranquilidad de la campaña, pasan cosas importantes en las cabezas de los votantes que tienen su explicación. Como que nos convenga más Puigdemont que Illa. Y es que al final los dos son independentistas pero el primero pretende robarnos menos que el segundo.
Los verdaderos movimientos tectónicos pasan desapercibidos en los mítines, pero dejan huella indeleble de su existencia en los mensajes de WhatsApp.

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