“Los españoles solo saben expoliar”. “Evidentemente, vivimos ocupados por los españoles desde 1714”. “Fuera bromas. Señores, si seguimos aquí algunos años más corremos el riesgo de acabar tan locos como los mismos españoles”. “Vamos en coches particulares y nos lo pagamos todo. No hacemos como los españoles”. “Vergüenza es una palabra que los españoles hace años que han eliminado de su vocabulario”. “Sobre todo, lo que sorprende es el tono, la mala educación, la pijería española, sensación de inmundicia. Horrible”. Bienvenidos al mundo de Quim Torra, el nuevo candidato de Puigdemont a ocupar su viejo sillón en el Govern. Internet ha devuelto como un bumerán a Torra esa huella xenófoba que él mismo se encargó de borrar. Un posicionamiento antiespañol que destiló en una gran cantidad de los renglones de su discurso (fallido) de investidura del pasado sábado. Se burló de los españoles, desafío al Rey, retó a Mariano Rajoy y prometió la República con más ahínco incluso que Carles Puigdemont. Este lunes tiene otra oportunidad de ser el delfín del huido en Berlín. La CUP ayudará a investirle con honores. El plan D, E, H o J ya está en marcha. Así será si los cuperos no hacen un requiebro de última hora. Habrá Govern y Generalitat, pero los fundamentales siguen rotos. El escenario es aterrador. La propuesta de Torra hace imposible llegar a ningún tipo de acuerdo, de paz social, de superación de la tremenda herida que ha supuesto el proceso independentista. Lejos de enmendarse, el independentismo de la ex convergencia, sumado al de Esquerra, exhibe su cara más agreste, más dura, más radical con Torra.
Torra olvida que en su propia comunidad, más de la mitad de la gente sigue votando a partidos españolistas, no partidarios de la independencia. Quiero decir: no es que sean xenófobos los mensajes, que lo son: es que van en contra de sus propios vecinos. Estamos ante una Yugoslavia dialéctica.
Nadie podrá acusar a Torra de no hablar claro. La guía que marcará su gobierno es el referéndum del 1-O y las elecciones del 21-D. “Seremos leales al mandato del 1-O y lucharemos por alcanzar el estado independiente en forma de república”. Su promesa es humeante. De este mismo sábado. Construyó un discurso en el que quiso erigirse y posicionarse como el presidente de la mitad --o menos-- de los catalanes, aquellos que se consideran independentistas. Y someter su acción de Gobierno a lo que le dicte Puigdemont, el verdadero responsable de estar conduciendo a Cataluña a un desastre de toda índole imposible de desenmarañar en décadas. En sus trastornadas mentes, Cataluña vive una “crisis humanitaria” y los mandatos democráticos se adaptan a conveniencia. Es cierto que la respuesta exclusivamente judicial del Estado al desarrollo de la crisis política ha creado una difícil situación de excepcionalidad en Cataluña. Pero hay una realidad incuestionable: si bien es cierto que el bloque independentista logró la mayoría absoluta el 21-D, el partido más votado fue Ciudadanos, y en votos el independentismo no es mayoritario en Cataluña.
No es que sean xenófobos los mensajes de Torra, que lo son: es que van en contra de sus propios vecinos. Estamos ante una Yugoslavia dialéctica
El artículo 155 de la Constitución no es el principio del problema; es la consecuencia de la deliberada desobediencia al marco estatutario y constitucional por parte del anterior Govern de la Generalitat, concretada en las bochornosas sesiones parlamentarias del 6 y 7 de septiembre y en la declaración de independencia del 27 de octubre. Hubo un referéndum convocado de forma ilegal, hubo una legislación que le dio apoyo, un Govern que trabajó para ello, una declaración de independencia y un silencio estrepitoso después que convirtió la pretendida República en una expresión vacía de contenido. El resto (el artículo 155 y las medidas judiciales) vino después.
Y pese a ello, lo que ofreció Torra desde la tribuna del Parlament fue un doble ejercicio escapista: negación de la realidad y reincidencia en los errores que han llevado a Cataluña a la dramática situación en la que se encuentra. El candidato habló de un proceso constituyente (con la vista puesta en la CUP) y se erigió en paladín de un legitimismo que mira de forma victimista y autocomplaciente al pasado y no ofrece nada cara al futuro excepto proseguir con el estéril pulso con las otras instituciones del Estado. Incluso cuando habló de políticas sociales y economicas la mirada siempre estaba puesta en la “perfidia” de Madrid. No era Puigdemont, pero incluso usó sus palabras cuando criticó al rey Felipe VI. Torra fue claro desde el principio de su discurso. Pero más claro está que este candidato no es el que necesita Cataluña para cerrar heridas, superar la aplicación del artículo 155 y volver a una normalidad institucional desde la que podrá exigir diálogo al Gobierno, algo que no podrá reclamar instalada en la ilegalidad y en el enfrentamiento, y despreciando a más de la mitad de sus propios ciudadanos. El futuro no se despeja en Cataluña.
Por su carácter, por su trayectoria, por su entorno tanto familiar como social, Torra piensa ir mucho más lejos que sus predecesores"
Que haya aceptado la imposición de Puigdemont de no ocupar ni su despacho ni los lugares emblemáticos del Palau no hace a Torra un mero títere como se apunta por ahí. Qué poco lo conocen. Por su carácter, por su trayectoria, por su entorno tanto familiar como social, piensa ir mucho más lejos que sus predecesores. El conflicto catalán no tan solo no va a disminuir, sino que se acrecentará y muchísimo en los próximos meses. Los del PDECAT van a dejar claro en los próximos días que ni están de acuerdo en cómo se ha llevado a cabo su designación ni en los planes de futuro que tiene el candidato a President. Pero a Torra eso le da igual. Cree que su misión es traer la república a Cataluña, separar el grano de la paja, apartar a los españolistas, a los malos catalanes, a los tibios, a los traidores – imagino que debe considerarme entre estos últimos – y hacer una sociedad ex novo basada en la patria, Dios, y la cultura catalana. Si fuera de izquierdas, les pasaría la mano por la cara a los CDR y las CUP con quienes, por cierto, mantiene excelentes relaciones.
El separatismo ha encontrado, por fin, a un sucesor de aquel Pujol –como bien decía Miquel Giménez este domingo- de sus mejores tiempos con una diferencia sustancial: Torra tiene sentido de la ironía y esa es la característica básica de cualquier persona inteligente. Torra se sabe muy bien la estrategia oratoria de Winston Churchill, otro de sus iconos, y la emplea con gran destreza. Ironía, contundencia, ni un paso atrás y una educación fría, acerada. Shakespeare decía que puedes hablar de todo, aunque se trate del más horrible de los crímenes, siempre que lo hagas sonriendo. Es lo que subyace tras esa sonrisa, la sonrisa del tigre y su espantosa simetría, lo que hace que Torra sea, con diferencia, el separatista más peligroso de todos los que han pisado el parlament catalán. Eso es lo que no entienden sus adversarios, que, cuando dice con cara de profesor que habla de Rimbaud, que no piensa seguir con el autonomismo es porque no piensa hacerlo.
Con estos mimbres, si la independencia llegara no faltarían voluntarios dispuestos a construir las cloacas del Estado propio catalán. Ese sería patriotismo del bueno. Para evitarlo, hace falta darle más intensidad al 155. Se acabó su versión light. Llega Torra.
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