Ha muerto la concepción del viejo partido de masas, aquella organización jerárquica, dominada por una oligarquía faraónica, fundada en el trabajo silencioso de la militancia, la lealtad del votante, la promoción interna basada en el vasallaje, la visión clasista de la sociedad, y la rutina de las etiquetas “izquierda” y “derecha”. Estamos en el tránsito hacia un momento nuevo en la idea de partido por dos razones: la nueva clave de la política, y el espíritu y el efecto de las elecciones primarias.
La nueva clave política
España va con retraso en esto. Mientras en el resto de Europa la clave que está marcando el sistema de partidos es europeísmo frente a soberanía nacional, aquí siguen empeñados en hacernos creer que el debate es “recortes sí, recortes no”. Ese nuevo eje ha roto en Europa los partidos tradicionales, aquellos que, vestidos de socialdemócratas, construyeron y se alimentaron de la estructura burocrática de la Unión Europea.
Los conservadores del statu quo se reunieron en torno a un personaje sin partido, un caudillo improvisado que puso sus iniciales a un movimiento social
El modelo socialdemócrata se convirtió en el pensamiento común de socialistas, conservadores y democristianos. Por esta razón, la socialdemocracia no está en crisis, sino aquellos partidos que tomaron esta etiqueta como hecho diferencial. Es lo mismo que ocurrió en el siglo XIX, cuando el liberalismo político estaba en todos los partidos. Surgió entonces una nueva clave, el socialismo, que rompió el sistema de organizaciones, pero creó otras alrededor de esa idea. Hoy, la socialdemocracia ha sido asumida por todos, y la clave es diferente.
Las elecciones en Francia han mostrado esta situación. Los conservadores del statu quo se reunieron en torno a un personaje sin partido, un caudillo improvisado que puso sus iniciales a un movimiento social. Todo el engranaje del establishment europeo, no solo francés, convirtió a Macron en el salvador, e intentó inocular el miedo al vacío si ganaba Le Pen.
El sistema francés de partidos se quiere recomponer con nuevas formaciones: “Los Patriotas”, de Marine Le Pen, y “Los Republicanos en marcha”, de Macron
Pasadas las elecciones, el sistema francés de partidos se quiere recomponer con nuevas formaciones: “Los Patriotas”, de Marine Le Pen, y “Los Republicanos en marcha”, de Macron, a quien se une el socialista Manuel Valls. El eje es mundialismo institucional, con un único modelo político y gran gasto social, frente a la recuperación de la soberanía nacional para la reconstrucción de comunidades o patrias. Globalización vs. comunitarismo; elitismo vs. populismo.
Las primarias
España también va con retraso en esto, pero está llegando. Las primarias son un mecanismo puesto en marcha por las oligarquías de los partidos para dar una pátina de democracia a las decisiones ya tomadas de antemano. Pero al exteriorizar la competencia interna, y convertirla en una prueba de lo democrática que es una organización, se usa contra “los amigos” la guerra sucia electoral que antes solo se hacía con otros partidos.
El resultado, aquí y en el resto de Europa, es que cada miembro de la oligarquía del partido recluta a sus propios vasallos y a la gleba de militantes como demostración de su poder. El caos del PSOE desde que se le ocurrió elegir a sus dirigentes por este sistema debería ser una prueba más que suficiente.
Termina así la era de los partidos de masas y comienza el de las agrupaciones de militantes en torno a un mandarín
Termina así la era de los partidos de masas y comienza el de las agrupaciones de militantes en torno a un mandarín. El político, despechado por su partido ya sea por la oligarquía o las primarias, coge a los suyos y funda un movimiento, o se coaliga con otro grupúsculo o líder desairado. Ni siquiera se llaman ya “partido”, sino que toman un eslogan publicitario, una conjunción verbal, o un sustantivo que aleje cualquier referencia a estructuras del pasado y parezca que surgen del corazón mismo de la sociedad civil.
Los seguidores de cada mandarín son más radicales que los votantes, lo que obliga a su jefe a alimentar ese radicalismo porque es su única fuerza. La quiebra, en consecuencia, se produce entre las agrupaciones de militantes enfervorecidos por su líder, y los electores a los que se dirigen, convertidos ya en espectadores de la teatralización de la política.
La democracia representativa
Ahora bien: todo gobierno representativo tiene partidos, con independencia del nombre que tomen, porque la agrupación en torno a intereses y personas es consustancial a la Política. Además, toda organización es oligárquica, desde las más primitivas hasta las actuales. Ni siquiera el cambio en el sistema electoral o en la ordenación de los poderes transformaría esa ley de hierro universal.
La democracia representativa de partidos es el menos malo de los sistemas conocidos, un calmante que no quita el dolor pero que evita la amputación y la muerte
Estamos en Europa como hace cien años, salvando las distancias. Las ideologías que predicaron la eliminación de los partidos –en plural- y su sustitución por otra concepción de lo político, por movimientos nacionales encabezados por caudillos, quisieron la imposición de un régimen autoritario o totalitario para satisfacción de una minoría dirigente.
La democracia representativa de partidos es el menos malo de los sistemas conocidos, un calmante que no quita el dolor pero que evita la amputación y la muerte. Ahí está el siglo XX para demostrarlo. Lo preocupante no es la transición hacia un sistema nuevo de partidos, sino que, en la lucha entre los mandarines, todos ingenieros sociales visionarios, la libertad individual es siempre la víctima.
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