Opinión

Lluís Llach, el juglar enfangado

Se presentó en Valencia, donde no corría el menor peligro de mancharse de barro gracias al desvío del cauce del Turia

El sábado 16 de marzo de 2002, hace ya la friolera de veintidos años y medio, Lluis Llach acudió a les Cases d’Alcanar, bonita población costera situada en el delta del Ebro, para participar en un acto político de supuesta defensa del río y en contra del Plan Hidrológico Nacional. Después de participar en varias charlas reivindicativas, redondeó la jornada festiva de los antitrasvases con un emotivo concierto de lo mejor de su producción musical que para aquellos entonces estaba ya más que cristalizada.

Imagino que los asistentes recordarán todavía sus trémolos infinitos con esa mezcla suya tan característica de cursilería y canción protesta sudamericana tronada. Estaba en el poder en ese momento el Partido Popular bajo la presidencia de José María Aznar, que fue el último mandatario que se propuso el ambicioso y patriótico objetivo de conseguir la gestión global del agua a través de un plan hidrológico nacional que racionalizara su uso y maximizara los beneficios derivados del mismo para todos los españoles. Evidentemente no lo consiguió, para satisfacción de los organizadores del evento de Alcanar y de tantos otros partidarios de dejar correr los ríos libremente y no compartir sus aguas con otras regiones más sedientas, y perdimos la última oportunidad de poder evitar lo que acaba de ocurrir en Valencia.

Fue Victoria Martínez la que en un oportunísimo tuit recordó este dato de la biografía de Llach que ya estaba olvidado, y tras leerlo nadie podría acusarnos por pensar que su presencia en la gran manifestación del sábado en Valencia fue para comprobar de cerca los efectos de las políticas que con tanto ardor lleva defendiendo desde hace más de veinte años. Pero parece que no, que no le da la cabeza para conectar hechos con consecuencias ni una cosa con otra.

Llach se presentó en Valencia, donde no corría el menor peligro de mancharse de barro gracias al desvío del cauce del Turia que se realizó tras la riada del 57 y a la que él se hubiera opuesto fervientemente de haber podido hacerlo, simplemente a enredar. A sacar rédito político de la desgracia ajena, a paseár la pancarta, a irse de inserso independentista ocupando un lugar inmerecido entre los verdaderamente afectados por la tragedia. De su impostura hablaba su gesto solemne tan minuciosamente preparado para las fotos que pudieran inmortalizar su viaje de turismo de manifestación y volvieran a darle la relevancia en los medios que tanto le cuesta mantener. Llach ya fue, pero no se entera, y sigue queriendo estirar un poquito por aquí y un poquito por allá, a ver si se tumba la estaca aunque el avi Siset lleve cincuenta años muerto.

Su presencia causaba hartazgo y amargura en una manifestación que injustamente solo pedía responsabilidades a una parte de todas las administraciones que tan estrepitosamente fallaron en la gestión de la riada. Nunca tantos cometieron tantos errores ni  de forma tan unánime, pero la izquierda es en la petición de responsabilidades mucho más sectaria que la derecha, con lo que se desperdició la ocasión de que la manifestación fuera de verdad de todos los ciudadanos contra todos los responsables. Y en el medio de la melée, él. El juglar de Junts, el cantautor más pesado en un gremio generoso en tipos brasas.

Por supuesto no se le ha visto en la zona cero ni armado con un cepillo y un cubo dispuesto a ayudar a las víctimas de todas esas aguas que corren libres porque muchos como él se negaron en su día a que fueran canalizadas y contenidas. Llach no fue a ayudar, sino a ayudarse, y tener que aguantarlo haciéndose el víctima es otra más de las infinitas humillaciones de todos los calibres grandes y pequeños que los valencianos tienen que tragarse mientras limpian sus casas y piensan en su incierto futuro.

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