Opinión

Lo amarillo quema la olla

Jodido lo deben tener los hooligans cuando buscan a los parientes de las manos derechas o izquierdas de los adversarios


No es que de pronto todo esté que arde, si no que la olla política ha llegado a ese punto de ebullición que amenaza con chamuscarnos, humillarnos y avergonzarnos. Cuando el Presidente se dio cinco días de vacaciones para proclamar que sin él la vida no tendría sentido, ese momento marcó un antes y un después. Jamás saldría de la Moncloa mientras quedara una posibilidad de comprar a alguien al precio que fuera. Si hasta entonces bastaba con el juego del trilero, a partir de aquel momento tuvo que subir la apuesta. Ni gobierno progresista ni leches; tocaba supervivencia, y la desfachatez del Amo asumía la exigencia de ejercer de Puto Amo.

Sin esa insólita declaración se haría difìcil entender que su amada esposa –la Pichona, en palabras suyas- se arrogara el derecho a instalarse en la Universidad más grande y más corrupta de España, que es mucho decir y demasiada la competencia. “Si mi marido es el Amo por qué no voy yo a ejercer de catedrática”. Nadie explicó nada y menos el Protector. ¿Tráfico de influencias? Más bien, atasco en hora punta. Un chiringuito académico que facilitó los negocios de una “trama criminal”, según definición de la UCO. Y luego el hermano, músico, director de orquesta y habilidoso evasor de impuestos con despacho en la Diputación. Por otro despacho fraterno en lugar tan principal, pero en Sevilla, hubo de dimitir el vicepresidente Guerra. Un digital adicto, de los que cubren las vergüenzas, apuntaba en un larguísimo titular: “La Xunta de Galicia entregó 782.266 € en 272 contratos al hermano de la mano derecha de Alfonso Rueda”. ¡Hermano de la mano derecha! ¿Y si fuera la mano izquierda? Jodido lo deben tener los hooligans cuando buscan a los parientes de las manos derechas o izquierdas de los adversarios; no asumen que el Poder es como el dios Shiva, lleno de brazos.

Con la esposa subterráneamente empoderada, el hermano dando conciertos en las haciendas públicas de España y Portugal, los medios de comunicación adictos haciendo malabares para blanquear lo que está amarronado, desde los pactos hasta los silencios criminales -esos saharauis, nuestros palestinos más cercanos, entregados a Marruecos-. Entonces llega Ábalos traído de la mano de la Guardia Civil y aparece “lo amarillo” en todo su opaco fulgor.

El martillo de herejes del Puto Amo, su vicetodo, con competencias y presupuestos inigualables, secretario de organización del Partido, conseguidor de amaños en los Comités socialistas, en la política internacional (sin necesidad de idiomas), en toda la letra pequeña que tienen los contratos no escritos del lado oscuro del Poder. No era su cómplice, era el ejecutor. Mentiroso y soberbio con un punto chabacano, fallero. Lo cesa y cuando le exigen explicaciones se limita a pedir disculpas. Ni siquiera como aquel que se fue de cacería de elefantes y señoras y volvió para decir “me he equivocado; no lo volveré a hacer”. No volvió a cazar elefantes, pero lo volvió a hacer. En este caso, siguió con los paquidermos, y así cazaron al Fiscal General, pieza mayor, por “exceso de celo” al servicio del Amo. Por si lo habían olvidado, recuérdenlo siempre: “¿De quién depende la fiscalía? ¿Del Gobierno? Pues eso.”

Como Nixon en los comienzos del Watergate, cuándo aún no se había ganado el apodo que le acompañaría hasta el final, “Rick el Sucio”. Si entonces la sociedad norteamericana ¡y los jueces! se guiaban por las informaciones del Washington Post, nosotros no alcanzamos ese nivel de probidad y transparencia. Dependemos de los volcados de la UCO, la Unidad de la Guardia Civil, y eso lleva su tiempo y me cabe imaginar sus dificultades añadidas. Es significativo que el Presidente hable en términos de días -le quedan mil- como el recorrido que aspira a cumplir. Está bien pensado, porque nuestra vida política hay que seguirla por jornadas; nada preludia lo que pasará mañana.

A día de hoy los protagonistas están de pálpito. Los aliados, nada incondicionales -en política todo está condicionado- practican lo que antes se daba en llamar la táctica del salami; ir contando la pieza rodaja a rodaja. Hoy apoyan los presupuestos, mañana no; hoy reprueban al ministro Oscar Puente, mañana se manifiestan contra una ley de Vivienda que ellos mismos aprobaron. En el fondo viven en el mejor de sus mundos, los esclavos felices; cuanto más necesitado esté el Amo, mayor será la concesión. Llegar hasta el límite, pero ni un paso más allá; evitar la caída en el albur electoral que podría arrastrarles al fondo de la olla.

La trama delictiva de Ábalos-Koldo-Aldama y su hermano, el policía ubicuo, está tejida con tantos hilos que abarcan desde la esposa del Amo -y su comprensivo mecenas Javier Hidalgo “Globalia”- hasta la presidenta del Congreso, Francina Armengol -“yo no soy de ésas”- y aquellas mascarillas que provocaron muchos muertos y unos pocos millonarios

Atenazados por el caso Ábalos, ninguno de ellos pronuncia palabra que no sea “el tú más”. Luchan a la defensiva porque cada uno tiene muchos cadáveres en sus armarios. Confían que el personal sea tan estúpido como para caer en la trampa de empezar el recorrido por el museo de los horrores y los errores; desde Filesa, los Fondos Reservados, los Gal, los Ere andaluces… y convertir la realidad en un memorial. La trama delictiva de Ábalos-Koldo-Aldama y su hermano, el policía ubicuo, está tejida con tantos hilos que abarcan desde la esposa del Amo -y su comprensivo mecenas Javier Hidalgo “Globalia”- hasta la presidenta del Congreso, Francina Armengol -“yo no soy de ésas”- y aquellas mascarillas que provocaron muchos muertos y unos pocos millonarios.

“Que dejen el piano”, exigió Ábalos a los que le regalaban un chalet. Siendo quién era, la mano derecha e izquierda del Amo, tenía razones para considerarse inmune. Tenía la potestad de otorgar impunidades, o eso creía él hasta que la UCO los separó. Momento cenital el del aeropuerto de Barajas y la llegada de la vicepresidenta venezolana, la sagaz Delcy, de la familia gobernante de los Rodríguez. Una novela caribeña, con avión privado, ocho maletas, reuniones y comidas concertadas, y 104 barras de oro.  “Lo amarillo”, que tanto preocupaba a Víctor Aldama, empresario comisionista, aristócrata ful y enredador de cuentas opacas. Hay que retener su figura, porque constituye la más actual de las variantes del depredador en nuestro funesto ecosistema político. Estoy tentado a denominarle Aldama el Amarillo.

Sólo conozco las barras de oro simuladas de las películas, pero calculo que los 104 ladrillos de amarillo macizo, que corresponden en el mercado a 68 millones de dólares, deben pesar lo suyo. Más de una de las maletas de Delcy que tomaron tierra en la pista del aeropuerto junto a su dueña. No aciertan a decirnos de dónde salieron y cuál era su destino. ¿Turquía? ¿Rusia? ¿Por qué no España? Lo único incontestable es que “lo amarillo” acabó por quemar la olla del Amo.   

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