Mucho se escribió, hace unas semanas, sobre Marie Kondo cuando la mundialmente conocida “gurú del orden” se rendía ante la evidencia al reconocer que los niños son revuelo, caos, que nada en su casa ha vuelto a estar en su sitio desde que tiene tres hijos. Ya ni siquiera la mujer que revolucionó todos los hogares del planeta con su propio método de organización cree en la fórmula mágica que le hizo rica a través de libros, programas y tutoriales. No sé si os pasó, pero yo recuerdo al tragarme sus videos un pensamiento, una sensación de inutilidad elevada a la enésima potencia al verla capaz de colocar las camisetas y los calcetines como si fueran fichas de dominó expuestas en un museo sin derecho al más mínimo movimiento. Eso en mi armario, era imposible.
Ahora es ella quien aterriza en el mundo real de cualquier mujer, madre, trabajadora y está bien, no hay problema. Antes o después tenía que pasar y hasta hace más humano al robot de la estrategia organizativa. Porque lo sabe todo aquel que lo vive: que la infancia, al final, es tumulto, es ruido y es también felicidad o debería serlo al menos. Sin embargo, a veces, nos olvidamos de que, incluso a esas edades, se cuela la palabra tristeza. “Aumentan los niños que se sienten tristes (…) La salud psíquica y física de los niños y adolescentes españolas ha empeorado en todos los indicadores”. Algo se resquebraja dentro de mí al leer este titular y todo lo que viene después en el texto. Por ejemplo, que cuatro de cada diez niñas, afirma sentirse “preocupada, triste o infeliz”. Lo dice el informe “Pasos 2022”, coordinado por la Fundación de los hermanos Pau y Marc Gasol. Imprimo la noticia y la dejo durante días sobre la mesa de cristal en la que acumulo de todo, hasta polvo. Y es ahora cuando la rescato de nuevo porque siento que es un asunto de urgencia, un asunto a tratar el de la salud mental y los menores.
Un intento de suicidio que han contado los propios progenitores a través de las redes sociales en una carta desgarradora
Bien lo saben los padres de Pol, el chico de quince años con un grado leve de autismo que el lunes de la semana pasada se lanzó del cuarto piso en el que la familia vive en La Rápita, Tarragona. Un intento de suicidio que han contado los propios progenitores a través de las redes sociales en una carta desgarradora acompañada de una fotografía del chaval entubado en una cama de hospital. Y lo han hecho, dicen, por expreso deseo de su hijo. “Estamos pasando los peores días de nuestra vida”. Antes de tratar de matarse, el joven dejó una nota de despedida en la que decía, entre otras cosas, “que no quería vivir en un mundo donde la mala gente es aplaudida y las personas sensibles, nobles y de buen corazón siempre tienen las de perder”. A menudo, tenía que escuchar en el instituto burlas y frases humillantes como “este tío es un rarillo”, “mira cómo se mueve”, “no se relaciona con nadie”. Y esas palabras violentas, repetidas una y otra vez, le fueron provocando tanto dolor que solo encontró cura tirándose al vacío desde una altura de unos catorce metros. “Por suerte no era su día, milagrosamente ha sobrevivido”. Ahora el adolescente lucha contra las heridas en el hospital. Quiere vivir, más que nunca, y que su historia sirva para concienciar sobre la violencia escolar. Esa violencia que suena fuerte, pero que pocos escuchan. A principios de enero, sus padres, preocupados por la tristeza en la que estaba sumido Pol, le contaron a su tutora lo que estaba ocurriendo. El problema se quedó ahí, en aquella conversación que se llevó el viento, que se borró. Y ya son demasiadas las veces en las que el sistema desaparece.
Lo hizo también en ese caso terrible que aún hoy ocupa páginas de periódicos y programas. El de las gemelas de Sallent, Barcelona, que con solo doce años se arrojaron desde el balcón de su vivienda tras dejar un escrito en el que manifestaban su deseo de quitarse la vida por los insultos, las agresiones, de las que eran víctimas en el instituto. Una de ellas murió en el acto, la otra se recupera -si es posible hacerlo- lentamente. A esta lista interminable de víctimas, se suma otra menor que permanece grave en el hospital tras precipitarse esta semana de un séptimo piso en Oviedo.
Y entre tanto, los políticos enredados en salvar más votos que vidas. Creímos que la pandemia nos iba a cambiar y no lo hizo. Creímos que la normalidad nos iba a devolver la felicidad y no lo hizo. Al menos, no a todos.
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