Hoy Ortega tendría poco éxito con una de esas frases suyas tan redondas que valen para un roto y un descosido. Decía el filósofo que no sabemos lo que nos pasa, y que eso es precisamente lo que nos pasa. Bien, parece incuestionable que el que no sabe lo que le pasa sabe lo que le pasa. Lo interesante siempre tiene algo de siniestro, lo diga Ortega o su porquero. La tautología, cuando abona los terrenos de la semántica puede llegar a enloquecernos.
En realidad, sabemos bien cuál es nuestra situación, pero no lo que nos va a pasar. España es una gran incógnita, y quizá no menos que los llamados países de nuestro entorno. Aquí, sin embargo, pesa como agravante nuestra tradicional devoción por la chapuza y la hipérbole, una mezcla inaudita que nos define bien desde principios del Siglo XIX. Es como esa admonición que tanto escuchábamos cuando éramos niños: Aquí nunca pasa nada, pero algún día pasará. Y luego, pasaba o no.
En la radio del taxi una voz de mujer afirma que hay un sobrepromoción mediática al miedo a vivir. Creo que es Guadalupe Sánchez. Y pienso que es una frase redonda que amerita reflexión. Como si de un estreno cinematográfico se tratara: de los descubridores de la covid-19 en sus versiones Alfa, Beta Gama y Delta, llega ahora ómicron, la decimoquinta letra del alfabeto griego. A la nueva variante le han puesto un nombre insignificante, el de una “o” pequeña, pero ya nos tiene a todos inquietos, a las puertas de Navidad.
Conviene recordar que hace dos semanas el director de la OMS Hans Kluge, ignorante aún de la llegada de Ómicron, mostraba su preocupación porque para febrero esperaba medio millón de muertos. Hombre, hombre, si hay que ir al infierno, vayamos, pero dejen ya de meter miedo, que así no se puede ni debe vivir.
La mayoría nos hemos vacunado, algunos estamos a la espera de que nos llamen por tercera vez. Iremos como lo que somos, gente obediente y crédula. Hacemos lo que nos dicen, nos lavamos las manos hasta despellejarlas, abrimos ventanas y balcones, nos ponemos las mascarillas y respetamos las llamadas distancias de seguridad.
Vuelve el miedo
Y, nos pongamos como nos pongamos, más no podemos hacer salvo caer de lleno en el barranco de los miedos y las precauciones más absurdas. Desde el viernes pasado hemos vuelto a enloquecer con Ómicron. Un caso en Países Bajos, otro en Austria, otro en Alemania y trece en Israel. No, no estoy banalizando esos datos, es más, creo que las advertencias de la OMS hay que seguirlas con verdadera obediencia, pero hay que dejar a la gente que haga su vida. Sabemos lo que nos pasa y por qué nos pasa después de 100.000 muertos en España. Cómo no lo vamos a saber. Tenemos a la nueva amenaza en los telediarios y los periódicos, pero no sabemos nada de su riesgo. Esta sobrerreacción nos aleja de la normalidad y lo cotidiano. Ómicron terminará por hacernos más miedosos, distantes y fríos, porque la sospecha es un estado natural cuando las libertades disminuyen y la información llena los charcos de agua sucia.
No nos engañemos, este es un debate de ricos alarmados por una nueva variante cuyos síntomas hasta hoy siguen siendo leves. Y digo de ricos, porque en África aún están luchando contra las primeras variantes que aquí ya hemos superado. ¿No se nos debería caer la cara de vergüenza de saber que en África sólo está vacunada el 7% de la población? Denles miedo con la variante Ómicron a estos millones de seres humanos, que morirán de un ataque de risa.
Los delirios de Iván Redondo
Lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos va a pasar. Aquí el único que tiene certezas es Iván Redondo, un consultor despedido del Gobierno con alma de ferretero de pueblo que ahora nos viene con eso de que Ayuso -no el PP-, y Vox conseguirían 202 escaños. Lo escribe en su columna de La Vanguardia, que encabeza con el nombre de The situation room. El consultor inmaiopinion, que sigue con las venas llenas de anglicismos, gerundios y anacolutos. Prometo no darles más la turra con la criatura, y si lo hago, créanme que es porque sigo sin creerme que el profeta haya tenido influencia en el presidente del Gobierno. La presencia de Redondo en La Moncloa durante dos años es la prueba de que hay que estar muy perdido para no saber qué va a pasar en este país. A veces no hay que calificar las políticas que nos aplican, basta con reparar en quienes las aplican.
Lo que nos pasa es que no sabemos casi nada de lo que nos va a pasar, y dudo mucho que en este momento alguien en España tenga la claridad suficiente para saberlo. Pedro Sánchez no sabe si la legislatura aguantará. Yolanda Díaz cuándo se presentará al mundo como lideresa mundial. Pablo Casado, inmovilizado por la provinciana torpeza de su segundo y víctima nocturna de un nombre, sólo uno, que envenena sus sueños. Nadie sabe nada, ni siquiera Buenafuente y Berto, dos cómicos con más rigor y entereza que el 90% de nuestra clase política. Al menos no les falta la buena voluntad.
El Gobierno contra la Policía
Los medios afectos a Sánchez, y más allá de Sánchez, se han mostrado muy coordinados a la hora de destacar que la derecha se ha manifestado al lado de policías y guardias civiles por la llamada 'ley Mordaza'. Es un error más de quien hace política mientras se quita las espinillas de la cara. Tanto Franco, tanta memoria sectaria que al final se les paró el reloj con los grises, a los que la gran mayoría de ellos no conocieron porque no habían nacido.
Medios hay, como El País, que sin más noticia que el parecer del periodista que cubrió la manifestación del sábado, asegura que "La derecha considera a las fuerzas de seguridad y sus familias un importante caladero de votos". ¿Y eso cómo se sabe? ¿Han hablado con todos los policías y guardias civiles?
Yo hubiera estado en la manifestación de haber podido. Basta ver la catadura política de quienes están por desarmar a las fuerzas de seguridad para estar justo enfrente. En España hay momentos en los que no hace falta pensar mucho: ¿Dónde están los de ERC y EH Bildu y con quien? Pues yo, en contra. Es lo que pasa cuando un Gobierno como el actual pacta con delincuentes, que al final la Policía Nacional y la Guardia Civil les produce urticaria. Pura lógica de las cosas. Lo que nos pasa, con permiso de Ortega, es que sabemos muy bien lo que nos pasa, pero no lo que tenemos que hacer.
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