El doctor se sabía el cuento de Caperucita y el lobo del revés, es decir, Tacirupeca y el bolo: bai tacirupeca por el quebos y de topron, el bolo. ¿Dedon vas Tacirupeca?, jodi el bolo, a saca de mi talibuea, jodi Tacirupeca… y por ahí, adelante. En esa línea estaban los periodistas en su corralito esperando que terminara la primera intervención del presidente en el debate sobre el estado de la nación. Preferí situarme en el quicio de la puerta por donde había de pasar Pedro Sánchez. Iba pertrechado con el iPad y el libro Nosotros los abajo firmantes del profesor Santos Juliá que recoge manifiestos y proclamas políticas fechadas entre 1896 y 2013 suscritas por los sospechosos habituales. El presidente quiso saber qué libro era. Le dije que era un buen compendio de más de un siglo de la historia de España. Le comenté que permitía seguir, por ejemplo, cómo había evolucionado la posición de nuestro país en relación con la OTAN, ahora que se cumplen cuarenta años de nuestro ingreso.
Repasé con él las tres condiciones que figuraban en la papeleta del referéndum del 12 de marzo de 1986 sobre nuestra permanencia en la OTAN: que la participación de España en la Alianza Atlántica no incluiría su incorporación a la estructura militar integrada; que se mantendría la prohibición de instalar, almacenar o introducir armas nucleares en el territorio español y que se procedería a la reducción progresiva de la presencia militar de los Estados Unidos en España. Señalé que ahora, por el contrario, estábamos intentando el progresivo incremento de la presencia militar norteamericana, como probaban las facilidades adicionales a dos nuevos destructores Arleigh Burke que tendrán su base en Rota. El presidente considera relevante que la instrumentación de esos acuerdos creará empleo. Por mi parte repliqué que cada vez que un pelotón de Marines abandona la base de Morón (Sevilla) para instalarse en la de Vicenza (Italia) nos invade un sentimiento de orfandad , un vértigo de desamparo y nos preguntamos inconsolables qué habremos hecho para merecer semejante desaire.
Luego surgió otro encuentro fortuito con la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz. Como practicante de la escucha quiso saber mis impresiones del debate, que acababa de interrumpirse para que los portavoces de los grupos parlamentarios pudieran preparar sus réplicas a la intervención de Pedro Sánchez. Le dije, primero, que se había hecho notar la brevedad y falta de calor de sus aplausos al presidente, en abierto contraste con el entusiasmo de su vecina de escaño, la primera vice, Nadia Calviño. Esa observación hizo que la conversación derivara hacia la función de los aplausos en los Plenos, a la competitividad que suscitan sobre todo entre los diputados del PSOE y del PP, empeñados en añadir duración y decibelios a las ovaciones que dedican a sus líderes respectivos. Manifesté mi opinión de que deberían quedar prohibidos e hice notar que se cumple aquello de “por sus aplausos, los conoceréis” y se comprueba que las mayores vilezas y cainismos funcionan como fulminantes de las más cerradas ovaciones, mientras los esclarecimientos y la lucidez pasan en silencio.
Yolanda quería saber más a fondo mis opiniones. Entonces le dije que el presidente había hecho algunos anuncios destinados a galvanizar los escaños socialistas y los contiguos de sus aliados en el gobierno y en el Parlamento y me mostré disconforme con la descalificación en bloque de la derecha desde el origen de los tiempos. Puse algunos ejemplos, porque fue la derecha la que hizo la primera Ley del divorcio, la primera reforma fiscal o la que promovió la incorporación de España a la Alianza Atlántica, que tanto hemos lucido en la cumbre de Madrid. Ya en racha, le pregunté si el Presidente Sánchez necesitaba algún acuerdo con el PP. Reconoció que así era en tres o cuatros asuntos de capital importancia que seguían pendientes de ser desbloqueados. El caso es que el presidente Pedro Sánchez ha demostrado una habilidad prodigiosa para llegar a acuerdos con gentes mucho más difíciles que el PP como EH Bildu o ERC. Sabe bien cómo lograrlos: Pero en sus apuestas ha preferido polarizar que acordar. Veremos.
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