Tras décadas de matrimonio los Ballabriga no se dirigen la palabra. Tampoco es que haya sido una pareja muy efusiva o que hayan experimentado una gran pasión. Son, como muchos de su clase en Cataluña, gente que da los buenos días como el que te comunica que se acaba de morir un familiar tuyo. Él, funcionario jubilado de la Generalitat y pujolista de toda la vida; ella, de profesión sus labores e íntima amiga de Marta Ferrusola. Las únicas expansiones afectivas que han experimentado simultáneamente han sido escuchar los discursos de Pujol cuando mandaba y las Diadas. Pero los años no pasan en balde y este matrimonio de la zona alta de Barcelona afronta su primera gran crisis: el señor Ballabriga defiende que hay que moderar el discurso independentista y pactar con el estado; la señora Ballabriga, sin embargo, se ha convertido en fan de Laura Borrás y se pasa el día diciéndole a su marido botifler.
Tamaño desencuentro se palpa visiblemente en la mesa familiar. Los hijos y sobrinos, divididos respectivamente entre los CDR, las CUP, el Tsunami y los colectivos Okupas, se acusan los unos a los otros de ser unos blandengues, teniendo que ser reprendidos severamente por la señora Ballabriga, que les recuerda una elemental norma de educación, a saber, los cócteles Molotov no se ponen encima de los manteles y a la mesa se sienta uno sin pasamontañas. Pero aquellos arrapiezos mantenidos espléndidamente por el dinero familiar y con carreras universitarias empezadas pero detenidas sine die por su incapacidad lectora, su gandulería y sus múltiples tareas como activistas, se unen ante el señor Ballabriga. Al pobre se le indigesta la escudella y difícilmente llega al postre. No hay manera de comer en paz en esta casa, parecéis el Govern, les dice mientras arroja la servilleta al suelo como Guzmán el Bueno hiciera con el puñal para que matasen a su hijo.
¡Y si solo fuera eso! Al señor Ballabriga los días se le han torcido muchísimo. Cuando va al Ateneu Barcelonés, dónde todo se sabe, los conspicuos seguidores de la presidenta, Isona Passola, lo tachan de colaboracionista español, a él, que fue uno de los que puso dinero para el AVUI, que ha hecho donaciones sin cuento a la antigua Convergencia, a Ómnium Cultural, que se compró dos Enciclopedias Catalanas por falta de una, que desde su agrupación de CiU impuso mano dura contra todo aquel que no comulgase al 120% con el ideario pujolista, que, en fin, estuvo en lo del Palau haciendo cosas que mejor no recordar. Claro que es mucho peor cuando acude al palco del Barça. Allí le hacen el vacío como si se tratase de un leproso. Y todo eso le duele. Porque, en cambio, a su señora la reciben en todos lados como a una heroína y tiene que aguantar que digan que menuda lástima de mujer, tener a un marido españolista, partidario de tascar el freno y contrario a liarse la manta a la cabeza.
El señor Ballabriga, como buen separatista, es hombre de prontos rápidos y paradas en seco. Y como ya no aguanta más, ha convocado a toda su familia para decirles que, si tiene que pasar por españolazo, se apuntará a VOX y santas pascuas. De momento, sabemos que su esposa está siendo atendida en un hospital por un ataque de delirium tremens y que los hijos y primos le han montado un escrache en la puerta del lavabo del domicilio familiar, donde el hombre se ha refugiado. Se desconoce, a estas horas, si Lluís Llach ha hecho algún Tuiter a propósito de este penoso asunto, pero todo indica que podría hacerlo. Cantando, lo que ya es desgracia.
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