Opinión

"Los Borbones", ¡qué decepción!

La serie pasa casi de puntillas por la clamorosa evidencia de que Juan Carlos se jugó literalmente la vida cuando se empeñó en desmontar el franquismo para construir, con la ayuda de muy pocos, la democracia

La periodista Ana Pastor, creadora de la serie documental Los Borbones, que se acaba de estrenar en La Sexta, explicaba hace unos días que, cuando veía la gran cantidad de serie y miniseries que se han estrenado sobre la familia real británica, se preguntaba cómo era posible que en España nunca se hubiese hecho nada parecido. Y que por eso se propuso hacer este trabajo sobre la familia Borbón.

No puedo saber si la pregunta que se hacía Ana Pastor era retórica o era de verdad. Pero, después de ver el primer capítulo, creo que la respuesta está clara. En España nunca se ha hecho nada como las series británicas sobre los Windsor por la simple razón de que Peter Morgan (The Crown, The Queen) es británico, no español. Y Alan Byron (The Majestic life of Elizabeth II, King George VI) es británico, no español. Y el fallecido George Jeffrie (The Windsors) era británico, no español. Y Nicola Seare (The Windsors, inside the Royal Family) es británico, no español. Y Richard Sanders (The Royal House of Windsor) es norteamericano, no español. Con esto quiero decir que todos ellos tienen una manera muy, muy diferente de abordar un trabajo televisivo (documental o de ficción) de la que tienen nuestros creadores, en este caso Ana Pastor y el guionista Aitor Gabilondo, que son los autores de Los Borbones.

Vayan por delante algunas cosas. Aitor Gabilondo es autor de la serie Patria: una obra maestra, en mi opinión, hecha sobre la novela de Fernando Aramburu. Y Ana Pastor lleva 25 años siendo una periodista ejemplar, defensora valiente siempre de la libertad de informar y de la objetividad, lo cual le ha traído muchísimos problemas con gobiernos de diferente signo. Será difícil olvidar aquella entrevista en directo que Pastor le hizo al siniestro Mahmud Ahmadineyad, entonces (2011) presidente de Irán; el pañuelo que obligatoriamente cubría la cabeza de la periodista fue resbalando sin querer hacia atrás, hasta que dejó al descubierto su pelo. A Ahmadineyad se lo llevaban los demonios, pero no se atrevió a decir nada. Fue maravilloso aquello.

Una cosa más. Me importa un rábano si los Borbones son buenos, malos o mediopensionistas. No juzgo eso. La serie habla de la familia, pero yo pretendo hablar de la serie. Y ahí es donde empiezan los problemas.

Tanto Ana Pastor como Aitor Gabilondo han repetido varias veces, en muchas entrevistas, que su intención era “ser críticos” con la familia real española porque eso, en España, no se había hecho nunca; estaba prohibido o al menos sofocado por el mismo manto de silencio que ha cubierto la verdad durante muchos años.

Su criticidad se fundamenta en contar lo que pasó con la mayor objetividad, con equilibrio, sin manipulación y sin buscar más miseria de la que hay, que ya es bastante. Por eso es buena

Eso está muy bien. Pero es que hay muchas maneras de ser críticos. La serie The Windsors, de Nicola Seare (británico), sin duda una de las mejores que se han hecho jamás sobre los royals de Gran Bretaña, es absolutamente crítica. Pero su criticidad se fundamenta en contar lo que pasó con la mayor objetividad, con equilibrio, sin manipulación y sin buscar más miseria de la que hay, que ya es bastante. Por eso es buena.

Empieza por Jorge V y la reina María de Teck, tan estirados y protocolarios; sigue con el chisgarabís de Eduardo VIII, que estuvo a punto de cargarse la corona con su irresponsabilidad; continúa con su hermano, el magnífico (e irascible) Jorge VI, tímido, tartamudo y sacrificado, y luego navega a través de la figura de Isabel II, su marido, su imprevisible hermana, sus problemáticos hijos, sus nueras y yernos, sus nietos, sus primeros ministros, sus “años horribles” y así hasta casi ahora mismo.

En esa serie, uno se entera de lo que pasó. No de lo que el señor Seare quiere que sepamos o creamos. No le hace falta repetir veintisiete veces que está contando la historia de una familia desestructurada: sencillamente se ve, porque eso es lo que son los Windsor. Lo mismo que los Borbones y que una inmensa cantidad de familias, cada vez más. Muestra con toda claridad el drástico cambio de actitud de la Prensa hacia la familia real: desde la época en que los periódicos británicos, respetuosos hasta el servilismo (como aquí durante tanto tiempo), se negaban a informar sobre la boda de Eduardo VIII con Wallis Simpson, porque “dañaba a la corona”, hasta los tiempos recientes, en los que la Prensa se ha convertido en la peor pesadilla para la Reina y para su familia. Recuerden ustedes la muerte de Diana de Gales, perseguida por los paparazzi. Recuerden que el príncipe Harry, ahora mismo sexto en la línea de sucesión británica,y su esposa Megan prácticamente tuvieron que huir de su país para librarse del acoso indecente (sí, indecente) de los tabloides.

Los creadores británicos jamás habrían dedicado tal cantidad de minutos a sacar a Franco y a repetir, repetir, repetir que Juan Carlos llegó al trono por designación de Franco

A la serie de Seare, como a las excelentes (unas más y otras menos) de Alan Byron, Sanders o Jeffrie, no les hace falta añadir grafismos que parecen inspirados en la serie South Park o en El punto sobre la historia, divertido programa de Telemadrid; grafismos de chiste, ridículos y destinados a ridiculizar a los personajes de que se habla. Los creadores británicos jamás habrían dedicado tal cantidad de minutos a sacar a Franco y a repetir, repetir, repetir que Juan Carlos llegó al trono por designación de Franco, lo cual es cierto; pero deja de parecerlo cuando, tras ese mantra casi obsesivo de la extrema izquierda, la serie pasa casi de puntillas por la clamorosa evidencia de que Juan Carlos se jugó literalmente la vida cuando se empeñó en desmontar el franquismo para construir, con la ayuda de muy pocos, la democracia. O la insistencia agotadora en los amoríos de Juan Carlos, como si los demás fuesen (o fuésemos) todos unos santos.

Son pocos ejemplos entre muchos más. La serie Los Borbones, en la que no hay casi nada que no hubiésemos visto ya antes, carga premeditadamente las tintas en los aspectos negativos de la familia real, que los tiene y muchísimos, pero pasa deprisa y corriendo sobre muchos otros hechos que lograron que la corona fuese, durante décadas, la institución más estimada por los ciudadanos, tanto de derechas como de izquierdas (menos mal que sale Rodríguez Zapatero para recordarlo). La conclusión a la que se empuja al espectador es casi inevitable: era todo mentira, nos tenían engañados. Ah, ¿sí? ¿Y quiénes nos engañaron? ¿La familia a la que se acusa varias veces de “querer perpetuarse en el trono” (caramba, ¡lo mismo que los Windsor!) porque esa es precisamente su función, no tiene otra? Yo creo que, más que ellos, quienes lo taparon todo fueron los periodistas. Quienes, como dice Iñaki Gabilondo, lo sabían todo pero se callaron. Los que ahora dicen: ved esta serie, niños, que ahora sí os vamos a contar la verdad.

Esas series muestran al espectador lo que pasó, con sus luces y sus sombras. No le empujan a que piense lo que los creadores quieren que piense

Ese sesgo no puede verse jamás en una serie británica sobre los Windsor. Nunca. A mí me resulta imposible, viendo los trabajos de Seare, Byron, Sanders y los demás que he citado, discernir si esos autores son monárquicos o republicanos. No lo sé, no se nota. Pero Los Borbones es una serie clara, premeditada y deliberadamente hostil hacia la monarquía y hacia la familia que la encarna. Que tiene sus más y sus menos, como todas las familias. Eso no puede decirse nunca de ninguna de las grandes series británicas o estadounidenses (BBC, CNN, A2B) sobre los Windsor, y son unas cuantas. Esas series muestran al espectador lo que pasó, con sus luces y sus sombras. No le empujan a que piense lo que los creadores quieren que piense.

Ya, ya sé que es solo el primer capítulo y que quedan cinco más. Pero no los veré. Ya no me interesa. No me gusta que me azucen, ni en un sentido ni en otro. Cuando en España se hagan documentales sobre la familia real tan objetivamente críticos como saben hacerlo los británicos (esa era la pregunta de Ana Pastor), pues entonces me suscribiré gustosamente a la cadena que los emita. Pero este, desdichadamente, no es el caso. Qué decepción. Y qué lástima.

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