Opinión

Los hijos de Sánchez

La publicación de 'Los hijos de Sánchez' en los años sesenta causó una conmoción cultural y política. Un antropólogo norteamericano, Oscar Lewis, escribe una audaz recreación de la vida miserable

La publicación de 'Los hijos de Sánchez' en los años sesenta causó una conmoción cultural y política. Un antropólogo norteamericano, Oscar Lewis, escribe una audaz recreación de la vida miserable de una familia mexicana en el barrio Tepito del Distrito Federal. El editor del Fondo de Cultura Económica, gran escaparate del supuesto liberalismo del PRI, fue cesado por el presidente de la República Díaz Ordaz. Se trataba del gran Orfila, Arnaldo, que con el apoyo de la abierta intelectualidad del México de entonces fundaría inmediatamente otro grande de la edición latinoamericana “Siglo XXI”. En los setenta la obra se oportunizó con un filme en el que Anthony Quinn hacía de protagonista. Aún tengo viva en mi memoria la fuerza de este gran libro que ha quedado arrumbado en el desván de los olvidos. En España, desde el pasado fin de semana, 'Los hijos de Sánchez' designará para siempre a los agrupados por el Presidente constituido en cabeza de familia.

Tras más de cien años de historia voraginosa el PSOE se ha hecho monárquico. Pedro Sánchez ha trabajado a fondo su candidatura para ser coronado rey, por más que sea sabido que las monarquías del XXI tienen ambición de eternidad pero acaban siendo efímeras por las inclinaciones de los súbditos. Unos vasallos que en ocasiones ejercen de ciudadanos, normalmente cada cuatro años. Pero ¡ay! algo de la institución permanece.

La actitud condescendiente de los cortesanos en el entorno del palacio de La Moncloa, en particular los dedicados a los medios de comunicación, le da a este gobierno, ahora constituido en institución monárquica, un aire arcaico. Reaparece el “más que nunca” que creíamos extinguido por la fuerza de la
libertad de expresión. Pues no, ha vuelto. ¡Qué bueno eres, Presidente, y que malos son los que te critican! La unidad del partido “más que nunca” ha sido contundente. La fuerza del secretario general y presidente “más que nunca” apareció como incontestable. La sensación de satisfacción en los miles de congresistas “más que nunca” tenía razones para manifestarse. Y aunque parezca una pizca vergonzosa a estas alturas de la historia, las plumas se extendieron al estilo de los pavos reales y sin ningún rubor describían el fasto
como si “más que nunca” fueran necesarios sus servicios, tanto por el bien de la causa, como del agrado del Presidente ennoblecido. El fuego fatuo de los conseguidores se mantiene pero ahora se nota “más que nunca”.

El inmarcesible informe presidencial obtuvo un 94,4 % de entusiasta aprobación. (No se inquiete el personal dependiente; el 5,6 % que faltó a su deber se tradujo a votos en blanco). El más abducido plumilla oficial y que tiene el privilegio de ser tuteado en público, Carlos E(lordi) Cué -muestra de que este chico llegará lejos- describió las características de la nueva etapa con un juicio que no hubiera osado pronunciar hace un mes: “Iván Redondo era ajeno a la cultura del PSOE”. Cabe preguntarse a fuer de ciudadanos cuidadosos con las ideas cuál es la cultura del PSOE, porque en verdad desde hace décadas las reflexiones y ambiciones de sus líderes no tiene nada que ver con las de antaño. Los Prieto, Largo Caballero, Juan Negrín, Besteiro o Araquistain ni siquiera les suenan; no digamos ya el abuelo Pablo Iglesias, descabalgado de su presencia histórica por la gracia de un divertido personaje de la farándula
política del presente, Pablo Iglesias Turrión.

Ahora la historia alcanza hasta Felipe González y no porque se hiciera con el partido en Suresnes (1974) sino porque alcanzaría la presidencia del Gobierno con diez millones de votos (1982). Con él empieza la historia y por eso han traído a este “jarrón chino” para que con su presencia conjurara la idea de que
este partido ahora monárquico carece de pasado. Gonzàlez fue secretario general y hubo de gobernar con cortapisas organizativas; primero con la bicefalia de Alfonso Guerra, luego con vicarios cooptados por él mismo. El expresidente y refundador secretario general se comportó en mandarín para hacer el honor al acto y se puso al servicio del Indiscutible; porque los años pesan y la vida plácida tiene sus obligaciones. “Yo soy del 78”, dijo antes de anunciar que es el momento de volver a casa, con la que está cayendo ahí
afuera. Una de las damas del séquito -¿se puede decir ahora así?- resumió la intervención de González con cierto retintín cortesano: “Se portó bien”.

La reencarnación de Pérez Rubalcaba tiene mucho de insolencia y desparpajo. Al que murió calificándolos de engendros de Frankestein se le asume ya muerto. Él, que formuló la ley de hierro de nuestra historia política, según la cual en España se entierra muy bien, acababa de convertirse en una parodia de la metáfora del poeta: un cadáver lleno de luz. Por las fotos percibo que la inauguración de su efigie en el estilo de Victorio Macho, con perdón, está pensada para ubicarla en el Museo de Cera.

Importante, trascendental, “más que nunca” este Cuarenta Congreso, sin los números romanos de costumbre puesto que ya no se estudian en la escuela y tendríamos a la mayoría de la corte perpleja ante unos signos XL incomprensibles. “Somos social demócratas”. Ahí se compendia todo, como si volver a un referente originario y de alta expresión europea eximiera de la responsabilidad de explicarlo en un partido que jamás ejerció de social demócrata. Sería difícil explicar qué fue, porque el PSOE pasó por muchas vicisitudes, pero la social democracia, de verdad, no la admitió nunca si no para repudiarla. Sólo aparecía como instrumento para lograr financiación internacional o con la intención de rechazar a otros competidores.

He de reconocer que soy aprensivo ante los hombres que llevan peluquín. O calvos o peludos, pero sin trampas al solitario. Tengo dificultades en mi credibilidad hacia el presidente de la Comunidad Valenciana, Ximo Puig, por su versatilidad política, no por su cabello. En esta ocasión, donde él mismo se ha constituido en virrey, con su tambaleante gobierno de coaliciones mínimas -los franquensteins de Rubalcaba- ha ejercido de anfitrión en este singular pronunciamiento democrático. Sus palabras quedarán, si no para el bronce y menos aún para la sintaxis, sí para la historia del partido gobernante: “este Congreso ha sido extraordinariamente feliz”. Suena un poco a absolutismo fernandino pero apenas si nos ha alarmado el detalle porque el coro ha respondido con un aleluya. Para ellos no somos al parecer críticos con el gobierno si no con España. Del patriotismo constitucional poco adictivo hemos pasado al patriotismo gubernamental. Una falla valenciana “más que nunca”.

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