Opinión

Los nuevos inquisidores

Aunque exista la percepción de que vivimos en la era de la ciencia, la razón y la objetividad, tras esta fachada de cartón piedra, el dogma y el oscurantismo han avanzado de forma arrolladora en Occidente. En 2005, el presidente de la

  • Imagen de la manifestación propalestina en Madrid a la que han acudido miembros de Unidas Podemos y Sumar -

Aunque exista la percepción de que vivimos en la era de la ciencia, la razón y la objetividad, tras esta fachada de cartón piedra, el dogma y el oscurantismo han avanzado de forma arrolladora en Occidente. En 2005, el presidente de la Universidad de Harvard, Larry Summers, sufrió una intensa persecución tras plantear, como hipótesis, que la distinta ocupación de puestos de trabajo entre hombres y mujeres podría deberse a una diferente distribución de capacidades innatas, más dispersa entre los hombres y más concentrada en las mujeres. Summers fue acusado de machista, sexista y vilipendiado hasta verse obligado a abandonar la universidad. Si la ciencia se caracteriza por su apertura a nuevas explicaciones, ¿por qué descalificaban con saña a Summers sin molestarse en contrastar su hipótesis?

En febrero de 2024, el ministro de Defensa del Reino Unido, Grant Shapps dio la alarma al comprobar que el ejército británico había rebajado considerablemente los estándares en la selección de aspirantes extranjeros con el único fin de aumentar la proporción de militares de otras razas y culturas. ¿Qué les movía a sacrificar la efectividad de sus unidades por tener soldados más “diversos”?

Llamativo es también el doble rasero que utiliza gran parte de la opinión pública occidental ante los conflictos internacionales: se escandaliza hasta la histeria cuando los perjudicados, o atacados, son de razas, culturas o religiones ajenas a la europea, pero se mantiene impasible cuando las injusticias y la violencia se ejercen sobre grupos considerados como blancos, europeos u occidentales. ¿Por qué actúan con semejante falta de ecuanimidad?

Confeccionada con retales de las religiones convencionales, su dogma central consiste en que la humanidad no está formada por individuos sino por tribus o colectivos, que se relacionan a través del poder y la dominación

Estos hechos, y muchos otros, tienen su explicación en la silenciosa expansión de una nueva creencia, una cuasi religión laica que ha obnubilado a intelectuales, conquistado a las élites, fascinado a muchos gobiernos y ofuscado el juicio de demasiada gente. Confeccionada con retales de las religiones convencionales, su dogma central consiste en que la humanidad no está formada por individuos sino por tribus o colectivos, que se relacionan a través del poder y la dominación. Hay grupos malos (opresores o verdugos), que merecen siempre castigo. Y grupos buenos (oprimidos o víctimas), que merecen trato de favor, sin que pueda exigírseles ninguna responsabilidad.

Aunque este nuevo credo combina una teoría simplista con una moralina infantil, su fortaleza estriba precisamente en su sencillez, en que no se dirige a la razón sino a la emoción, a la fibra sensible del ser humano. Y, al cubrir las mismas necesidades psicológicas que las religiones convencionales, la nueva fe encontró su nicho en el vacío dejado por el retroceso cristianismo.

Una proyección de doctrinas teológicas

La política occidental está cada vez más marcada por la impronta de doctrinas teológicas: cuanto más se seculariza la sociedad, más dogmas religiosos entran inadvertidamente en la política. Al derrumbarse la religión convencional, sus conceptos sagrados precipitaron sobre el terreno de lo profano, desparramándose sobre el pensamiento político y social. La agitada fricción entre elementos teológicos y mundanos acabó forjando un nuevo credo en las universidades de Estados Unidos. El dominio del mundo académico permitió a sus apóstoles vender sus dogmas como si fueran verdades científicas, un paso que implicaba la corrupción, en mayor o menor grado, de algunas ramas de las ciencias sociales. Vivimos en una época extremadamente espiritualizada, pero inserta en tal revoltijo y confusión, que la frontera entre conocimiento y creencia, entre ciencia y dogma, se torna cada vez más nebulosa.

Para la nueva doctrina, los seres humanos son un mero constructo social: nacerían completamente moldeables, como tabula rasa, sin condicionamiento biológico alguno. Y acabarían totalmente determinados por la identidad de los grupos a los que son asignados. Como consecuencia, el sexo o el género no serían atributos biológicos sino puramente sociales, adjudicados arbitrariamente a cada individuo mediante reglas injustas y opresoras. En su particular evangelio, cambiar de género, o sexo, sería una señal de redención.

En ese contexto, un individuo es más opresor cuando pertenece a muchos grupos malos (hombre, raza blanca, occidental, heterosexual…) y está más oprimido si se encuadra en muchos grupos buenos (mujer, raza no blanca, no occidental, homosexual…). Dentro de esta absurda “matriz de dominación”, la mujer estaría mucho más subyugada por el varón en Occidente que en los países musulmanes pues allí los hombres serían menos malos (no son europeos ni blancos).

Aunque el binomio rico-pobre no suele entrar en la matriz, nuevas piezas fueron añadiéndose para complicar aún más el caos “teológico”. La naturaleza y los animales serían víctimas (buenos) frente a la humanidad (mala). Ciertos delincuentes habituales son considerados grupo víctima, moldeando así el tratamiento legal de algunos delitos. Y, en lugares como España, la matriz incorporó categorías políticas: izquierda (buenos), derecha (malos). Esto explicaría que mucha gente siga votando religiosamente a personajes como Pedro Sánchez porque, a pesar del descomunal estropicio y de la escandalosa trama de corrupción, formaría parte de “los buenos”.

Los elegidos para la salvación son los grupos oprimidos pues la condición de víctima otorga un estatus de santidad, cuasi divino, una idea que, según Tom Holland en Dominion, es una proyección de la figura de Jesucristo

Esta doctrina surge por una transposición terrenal de ciertos elementos de la teología cristiana, principalmente protestante. De ser creados de la nada por Dios, los seres humanos pasan a ser creados de la nada por las estructuras sociales. Fueron expulsados del Paraíso, no por comer una manzana, sino por la transgresión cometida por Occidente, marcado para siempre por un pecado original, llamado “privilegio”, que debe purgar eternamente. Los elegidos para la salvación son los grupos oprimidos pues la condición de víctima otorga un estatus de santidad, cuasi divino, una idea que, según Tom Holland en Dominion, es una proyección de la figura de Jesucristo: a través del martirio, convirtiéndose en víctima inocente, asciende triunfante a los cielos.

Una ingeniería social coactiva

Nos encontramos ante un culto integrista, irracional, incompatible con los principios de la democracia liberal. Ante un credo insensato, que envenena la política y nos conduce directamente al desastre. Los sumos sacerdotes pretenden impartir su particular justicia divina través de una ingeniería social coactiva que discrimine contra unos grupos y a favor de otros. Y que modifique el “lenguaje opresor”, a la manera orwelliana, introduciendo vocablos disparatados o asignando a las palabras un significado opuesto al original. Así, “Diversidad, igualdad, inclusión” significa, en román paladino, una política de pura y dura discriminación, eso sí, contra los grupos “malos”. Los nuevos clérigos muestran también una intensa obsesión por rectificarla historia pues sus peculiares conceptos de bondad o maldad se proyectan también hacia el pasado. La insensata propuesta del ministro de cultura español, Ernest Urtasun, de “descolonizar los museos” se enmarcaría en este esquema.

Quebrantando el principio de separación de Estado y creencias religiosas, este movimiento utiliza las instituciones públicas para promulgar leyes que crean favoritismos y trituran la igualdad ante la ley. Así, los llamados delitos de odio no son más que retorcidas artimañas para introducir una asimetría penal: castigar, o agravar, las ofensas cometidas por un supuesto “malo” contra un “bueno” mientras los agravios en sentido contrario quedan impunes. En lugar de promover el respeto hacia todas las personas por igual, esta teología incita a despreciar y maltratar a unos grupos y adorar a otros.

Resulta muy difícil mantener unas fuerzas armadas eficaces o defenderse con decisión en caso de conflicto armado cuando ha arraigado la masoquista creencia de que nuestro enemigo exterior es quién tiene la razón

Paradójicamente, la estrategia de presentar sus dogmas como proposiciones científicas constituye su verdadero talón de Aquiles. Si fueran enunciados científicos deberían estar abiertos a la discusión y a la contrastación empírica, pero, si se sometieran a tales pruebas, serían fácilmente refutados. Para evitarlo, sus acólitos se ven obligados a establecer mecanismos de censura en la comunidad científica, una Nueva Inquisición que excomulga y expulsa como herejes y blasfemos a los académicos que, como el desdichado Summers, proponen hipótesis alternativas.

Las consecuencias se dejan sentir también en otros campos, como la deficiente estrategia de defensa en Europa. Resulta muy difícil mantener unas fuerzas armadas eficaces, establecer una disuasión creíble o defenderse con decisión en caso de conflicto armado cuando ha arraigado la masoquista creencia de que nuestro enemigo exterior es quién tiene la razón.

El desolador panorama ha llevado a algunos sujetos, desencantados y dolidos, a buscar modelos en ciertos lugares donde no arraigó esta creencia. Pero se trata de regímenes muchísimo peores, extremadamente represivos y violentos, como la Rusia de Putin, dónde el discrepante se arriesga a caer súbitamente por una ventana o a ser envenenado con plutonio. A este lado del telón, al menos, quién critica la ortodoxia no arriesga físicamente la vida; tan solo se expone a ser censurado, marginado, denigrado o a perder amistades, un precio que debería ser asumible para cualquiera con un mínimo de valentía, honradez y convicción. Este descabellado conjunto de dogmas comenzará a desmoronarse cuando más gente pensante pierda el miedo y se atreva a proclamar de una vez por todas que el rey está desnudo. Porque todavía quedan espacios de libertad… para quien tenga suficientes arrestos para ejercerla.

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