Nadie nace odiando, a odiar se aprende, poco a poco, a lo largo de la vida, como a querer, a respetar o a valorar a la familia, a los amigos, al vecino, al diferente. En los parques, los niños no odian al niño negro, al inmigrante, al gordo o al flaco, más bien al contrario: juegan con él. Eso se aprende. No se trata de política sino de valores sociales y familiares, aunque la gestión de lo público dependa de ella. Tampoco tiene que ver con territorios, no va de Madrid, Barcelona o Bilbao... es un asunto de educación, de valores, del trozo de mundo en el que vivimos, de exigencias y consentimientos, también de discursos de odio de los que nadie parece estar exento.
Bajar los niveles de crispación sería de todo punto necesario dado que lo contrario pone en jaque el buen funcionamiento de la sociedad. Cuando hablamos de educar en valores nos referimos a algo que va mucho más allá del politiqueo rancio del día a día, de lo que decida el gobierno de turno, de la falta de profesionalidad de algunos con enormes responsabilidades, como hemos visto estos días, como el jefe de los jefes de la policía, el ministro Grande-Marlaska. Que alguien que no domine y controle directamente la fuente se equivoque en hacer una valoración o en hablar de algún tema tiene un ligero pase, pero que le ocurra al ministro responsable no lo tiene.
El ministro se equivocó, y más aun al culpar a la policía de su error. La comunicación gubernamental no es fácil, por lo que ha de ser siempre prudente, seria, austera
Que aparezca de manera tan imprudente a hablar de odio ante un caso basado en la mentira supone una falta de profesionalidad y de rigor absolutos, como bien se ha dicho en forma casi unánime. Las palabras son clave para promover o no el odio. Apenas transcurridas unas cuantas horas del suceso de Malasaña, la policía ya barajaba la posibilidad de una denuncia falsa. Todo era demasiado extraño, irregular, sospechoso. El ministro se equivocó, y más aun al culpar a la policía de su error. La comunicación gubernamental no es fácil, por lo que ha de ser siempre, prudente, seria, aséptica y con altas dosis de rigor. El periodismo puede pecar a veces de imprudente, y mal está, en aras de las urgencias informativas, pero el Gobierno no. Eso sí, en juego está la profesionalidad de ambos. A no ser que le interese al Gobierno que se pretenda trasladar el foco de la atención ahora fijado en el precio de la luz hacia otros parámetros. Otra posibilidad a tener en cuenta.
El odio y la violencia se van gestando desde la cuna. Esto de tiempo compartido y dedicado a la educación, de cómo educamos, de cómo criamos, de cómo vivimos si bajo una presión constante bien sea laboral o económica o de una vida relativamente tranquila, no sé si lo tenemos en cuenta.
En la infancia se gesta la salud mental de la vida adulta, por ello hay que dedicar todo el esfuerzo que sea posible en esa etapa, olvidada por los poderes públicos o relegada a guarderías y a la escuela cuando la gran labor o la principal se debe hacer en casa.
Mirar hacia otro lado
Los datos que ofrecen las administraciones, desde el Ministerio del Interior a las administraciones locales sobre los delitos de odio ni se resuelven de un día para otro ni únicamente mediante la vía judicial o policial. Tan sólo en julio se han denunciado más de un centenar de agresiones englobadas en este tipo delictivo. Acabar con esos comportamientos forma parte de la educación. Los padres no podemos delegar nuestra responsabilidad en el asunto ni en las escuelas ni en los políticos. En la escuela no se puede mirar hacia otro lado cuando se perciben las primeras agresiones o los insultos. Del bulling todos somos responsables. Esos jóvenes de las bandas que salen en manada en busca de gresca, a la caza, no se levantan un día y deciden agredir. Todo empieza en los jardines de infancia con el consentimiento de los adultos que, o bien minimizan una actitud violenta o un insulto, o malentienden que como son pequeños no saben lo que hacen. Error.
Educar no es fácil y lo es todo. Demanda tiempo y dedicación, un tiempo que en muchas ocasiones resulta muy difícil de conseguir en nuestra acelerada vida cotidiana. Educar en el respeto, en la tolerancia, en el diálogo, el saber, el esfuerzo, el sacrificio, eso es lo que debemos hacer como sociedad. Mirar hacia otro lado es fácil, como esas actitudes permisivas, pasotas, de cruzarse de brazos y de no corregir actitudes que derivarán en problemáticas.
Cuidar la salud mental
Debemos proteger y cuidar la vida y en ese aspecto, otro pilar es el cuidado de nuestra salud mental. La mano dura, la ley, la actuación policial funciona cuando ya casi está todo perdido, el gran trabajo que depende también de la gestión política es el que se hace previamente. No sé si tenemos al Gobierno preocupado por este asunto. La culpa no es del PP de Madrid o de Galicia, ni de Iñigo Urkullu o de Pere Aragonés. En la agenda pública está olvidada nuestra salud mental, un carro al que después de que Íñigo Errejón lo planteara abiertamente en el Congreso, se han subido unos cuantos. Bienvenidos sean.
Si esos jóvenes que salen de caza en algunos barrios, en determinadas ciudades, tuvieran un apoyo piscológico o psiquiátrico además del familiar y el escolar, la agresión resultaría más difícil. O habría menos. Pero el presupuesto invertido en este tema es ridículo. Estos comportamientos, naturalmente, no son de hoy. En cualquier cultura, en cualquier sociedad, siempre están los violentos de turno, quienes rompen el significado de una manifestación recurriendo a las agresiones, los ataques, con lo que deslegitiman cualquier mensaje o lema de pancarta.
Ningún partido en este país avala la violencia. Resulta inadecuado, por tanto, culpar a este o aquel. Pero sí es inevitable subrayar la responsabilidad del Gobierno la gestión del asunto, mediante la legislación y el garantizar la seguridad en las calles, activando y reforzando los mecanismos de atención social, profesional y sanitaria que sean necesarios. Las investigaciones policiales y judiciales dejan al descubierto brutalidades imposibles de encajar en una mentalidad sana y equilibrada. Los hechos bestiales cometidos en grupo, como Coruña o Amorebieta, son cada vez más visibles. Nadie nace odiando ni siendo violento, se hace y eso depende de la casa en la que se cría, de la escuela a la que va y de la sociedad que le acoge en su día a día, pero la base está en con cuánto amor, respeto y protección se cría esa personita a la que hemos dado vida. Cuídense.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación