Opinión

Los que sabemos demasiado

En el argot editorial, un “negro” es quien cobra por escribir un libro que firma otro; y si se trata de una “autobiografía”, llegará a conocer al autor más de lo que este se conoce a sí mismo. Lo sé porque he sido

En el argot editorial, un “negro” es quien cobra por escribir un libro que firma otro; y si se trata de una “autobiografía”, llegará a conocer al autor más de lo que este se conoce a sí mismo. Lo sé porque he sido negra unas cuantas veces; de hecho, todavía acepto encargos si el cliente es interesante. Y suelen serlo: normalmente, sólo quienes han tenido vidas peculiares desean dejar constancia de ello, casi siempre para legar su experiencia a los descendientes, aunque siempre hay excepciones. Como una mujer para la que trabajé hará 20 años y a la que llamaré Viridiana.

Le obsesiona pasar a la Historia. Como mi Viridiana, necesita la admiración de los demás de una manera patológica; y resulta sorprendente que alguien que ni siquiera ha escrito su tesis doctoral tenga tanta urgencia por publicar

Pasados los cuarenta había puesto fin a un tranquilo matrimonio sin hijos y tenía todas las necesidades más que cubiertas gracias a la herencia familiar y a la generosidad de su exmarido. Pero ni viajes compulsivos ni romances otoñales calmaron su prurito existencial, de modo que acabó montando un piso para hombres de mala vida que cuando no estaban quitándole el monedero, robando la televisión o apuñalándose entre ellos, la veneraban. Mantener aquella corte de desheredados no era barato, y  me contrató para que escribiera su fascinante historia: su plan era hacer un libro que, no le cabía ninguna duda, sería un éxito de ventas. Escribir para otros me ha enseñado que, a veces, tenemos una visión de nosotros mismos que dista mucho de lo que somos, igual que le sucedía a Viridiana. Se consideraba una santa, pero sólo era una ególatra que utilizaba a aquellos pobres hombres para sentirse querida y lograr la admiración de los demás. Era algo tan enfermizo que tuve que aguar sus delirios de grandeza como quien agua el vino, pues si no los rebajaba, los lectores la odiarían desde la primera página. Tras finalizar mi trabajo, no volví a tener noticias suyas: yo sabía demasiado y ella no quería testigos. En todo este tiempo no había vuelto a pensar en ella hasta la presentación de Tierra firme, cuando vi a Pedro Sánchez embutido en su traje lila y riéndose de sus propios chistes —guionizados— con Jorge Javier. (¿Estaba el gran narciso intentando seducir al Midas de la telebasura?).

La experiencia me ha demostrado que escribir sobre uno mismo mientras las cosas están ocurriendo no es buena idea, pues sólo desde la distancia se consigue la perspectiva necesaria para reflexionar. Pero eso Sánchez no lo sabe, pues aunque su cara ocupe las portadas de todos sus libros, nunca ha escrito una línea. ¡Si hasta la redacción de la ley de amnistía se la ha dejado a Puigdemont! Según cuenta gente próxima a él, le obsesiona pasar a la Historia. Como mi Viridiana, necesita la admiración de los demás de una manera patológica; y resulta sorprendente que alguien que ni siquiera ha escrito su tesis doctoral tenga tanta urgencia por publicar: es el único presidente de España que ha “escrito” no una, sino dos memorias mientras está en el cargo. Sin distancia. Sin reflexión. Sólo vanidad.

Estoy empezando a pensar que el cachondeíto de los últimos días no es un error de cálculo, sino la última estrategia socialista: tratar los asuntos trascendentales para España como lo harían en el Club de la Comedia

Tierra firme llega hasta las elecciones del pasado julio, por eso ni Oriol Junqueras ni Puigdemont aparecen en él. Y el otro día Sánchez bromeó con sacar otro libro en 2027 para incluirlos en él. A pesar de la morterada que nos gastamos en sus asesores, no entiende que quizá no sea el mejor momento para hacer chascarrillos como, por ejemplo, el del mediador. Y  probablemente nadie se atreva a decirle que cuando se ríe de sus chistes sin gracia, parece el Joker. No obstante, estoy empezando a pensar que el cachondeíto de los últimos días no es un error de cálculo, sino la última estrategia socialista: tratar los asuntos trascendentales para España como lo harían en el Club de la Comedia. Y que se jodan los fachas, que para eso hemos levantado un muro.

Así, a la presentación de Tierra Firme asistieron 14 ministros en horario laboral —más de los que estuvieron en el debate sobre la amnistía—, y el evento se retransmitió desde el canal de Moncloa: con nuestros impuestos financiamos  un negociete privado de Sánchez. Pero no porque esto sea ya una dictadura, como dicen los fascistas; dictadura era lo de Franco, que hacía pantanos, inauguraba cosas y construía casas de protección oficial. No es que España sea una dictadura, no; es que España es de Sánchez. Por eso no se molesta en aparecer por el Congreso, que ya sólo sirve para que los indepes se pasen por allí a darle órdenes. El martes, la fanática de Miriam Nogueras desgranó la lista de los jueces, periodistas y policías que habrán de ser purgados. Y un día después, Puigdemont volvió a amenazar a Sánchez en el parlamento europeo.

Me pregunto cómo nos contará todo esto Irene Lozano. Pienso en todas las horas de conversación que han debido mantener ambos, en el vínculo que se alcanza entre quien cuenta su vida y quien se la escribe dos veces; en todo lo que ella debe de haber silenciado. Y a pesar de que Sánchez es un gran personaje literario, no la envidio. No me gustaría vivir con miedo a que él caiga en la cuenta de que su negra sabe demasiado.

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