Cuando parecía que íbamos a dedicar las misas de difuntos al Primero de Mayo se metió de rondón el día 2, convirtiendo el festejo de la Independencia madrileña en una pelea goyesca. Dos días de escasa envergadura política pero rebosantes de aguachirle muy útil para la reflexión y que será el caldo de cultivo en el que nos van a hacer padecer, como mínimo, hasta el domingo, 28. Nuestro pequeño mundo ha entrado en modo campaña y todo está supeditado a eso.
El presidente ha pasado revista y cada uno de sus ministros ha debido exponer una respuesta contundente: cuál es tu aportación a nuestra propaganda y qué rejonazos se te han ocurrido para sangrar al enemigo. Se acabaron los adversarios, ahora sólo hay enemigos. Incluso los del mismo barco no son aliados sino traidores que deben ser tratados sin miramientos. Fuera de la gran familia sanchista no hay salvación. Destrozar los botes de emergencia y echar por la borda los chalecos salvavidas. Nada de máscaras ni mascarillas, poner los informes en manos de la prensa adicta para que publique los “secretos” que les fabricamos, las entrevistas que hemos programado y las sugerencias que a ellos, tan flojitos, no se les ocurrirían nunca.
Seis ministros encabezando la manifestación unitaria de UGT y CCOO, bajo la pancarta reivindicativa “Subir salarios, bajar precios, repartir beneficios”, es una ocurrencia sarcástica que para sí hubiera querido Chumi Chúmez. ¿Quién tiene el poder para conseguir cualquiera de las tres cosas, o todas juntas? Se supone que el gobierno, pero si está en la manifestación es porque las exige. Pues no. Nada es lo que parece y menos lo que se representa.
Tenemos que contemplar la pantomima en el silencio de los corderos. Los sindicatos se representan a sí mismos y a lo que parece la hacen -la representación- muy bien. En pura lógica la afiliación sindical en España es la más baja de los siempre citados países del entorno. Un 12,5 en 2019 ¡según fuentes sindicales! Algo habrá quedado del estado de bienestar en los Países Nórdicos que sobrepasan el 60 %, o Italia 32,5. Pero no cabe inquietarse, el “diálogo social” se ha incrementado entre nuestros obreros institucionales en un 50 %, bajo la forma de subvenciones.
La afiliación sindical en España es la más baja de los siempre citados países del entorno
Los dos grandes sindicatos españoles tuvieron sus días de empuje frente al primer gobierno socialista de nuestra historia, el de González y Solchaga. Murieron sus dirigentes, muy desgastados por la historia, y empezó el corrimiento de escala de su funcionariado. La economía arrasó con las tradiciones y el sindicalismo ni estaba preparado ni tenía ganas de afrontar la arrogancia del neoliberalismo. O adaptarse o morir, y la mayoría se preparó para morir adaptándose. No es que desapareciera la clase obrera es que se vino abajo hasta el concepto de clase media; ese recurso blando del vacío reivindicativo. Según las últimas estadísticas -como decía el verso madrileñista de Dámaso Alonso- el sentimiento de pertenencia a la clase media se ha reducido en España del 50% al 16. Yo conocí trabajadores con orgullo de clase, y aún más clases medias orgullosas de serlo. Pues se acabó, ni lo uno ni lo otro. Los orgullos que quedan se miden en el límite de los individuos y en muchos casos previo pago a psiquiatras o psicólogos.
La procesión de San Primero de Mayo me produjo la misma sensación que las marchas votivas de algunos pueblos, con los párrocos a la cabeza, pidiendo que llueva. Con la diferencia, que en las aldeas agrícolas hay muchos que creen y en las otras todos están en el secreto de que no lloverá. Pero metidos ya en plena batalla por el reino cabe aprovecharlo todo. Al enemigo hay que confundirle y aturdirle, aprovechado cualquier resquicio para chafar sus planes.
Un mansueto del poder desde hace décadas, Luis Arroyo, de la camada de sociólogos multiempleados; una generación de comunicadores viajados bajo la consigna de nunca digas nunca jamás y que echó raíces con Zapatero y el Ateneo de Madrid, porque todo cuenta para el convento, ha escrito una homilía en la “Opinión de El País”, que es la suya. Basta el bruñido principio: “La economía española crece, la inflación se controla, baja el paro, suben las pensiones y el salario mínimo, se aprueban leyes del gusto de la mayoría, la amenaza independentista flojea, hay paz social, España es respetada en Europa como nunca…”. Se titula “Anatomía del antisanchismo” y tiene el mismo aroma que desprendía aquel curtido amanuense durante los años del cólera, don Victoriano Fernández de Asís, que lo fue todo en la TV única y que solía apostillar las hazañas de los gobernantes con un admirativo: “cómo es que los españoles no conocen los logros de su magisterio”. Con estos bueyes hay que volver a arar y aunque estemos en tiempo de sequía, nos arrastrarán por el fango.
Por eso entiendo muy bien la añagaza de Bolaños colándose en un festejo que confiaban fuera sin otra novedad que la exhibición de Ayuso. La sombra ubicua y maléfica de Miguel Ángel Rodríguez, su asesor más que áulico, debió calcular la jugada: una fiesta de la Comunidad de Madrid abducida por un siniestro perillán del presidente del Gobierno. Se lo impidieron y él lo achacó a la falta de hospitalidad (sic) de los adversarios. Luego vinieron los enredos de los protocolos y los reproches políticos. Pamplinas. La consigna es una orden: no dejarlos moverse cómodamente ni en los territorios que dominan. Es la estrategia del capitán pirata. ¿Para qué vas, si ni te esperan ni te quieren? Por joderles la fiesta y para que sepan que hasta el 28 no tendrán territorio sin erupción. Luego, ya veremos.
¿Para qué vas, si ni te esperan ni te quieren? Por joderles la fiesta y para que sepan que hasta el 28 no tendrán territorio sin erupción
No deja de tener su gracia esa conciencia de algunos nuevos comunicadores, académicos y tertulianos, que aseguran la ruptura del bipartidismo. Basta el día a día para comprobar lo contrario. Los que se niegan a aceptar su papel de comparsas de los dos grandes acaban convertidos en peones de un juego que amenaza con devorarles. Si las elecciones de mayo han de decidirse entre socialistas y populares, ya pueden prepararse los socios para apuntarse al que crean que puede garantizar su tenderete. No es que la política vaya devenir un chalaneo si no que el chalaneo será la más intensa forma de hacer política. Lo de las procesiones y los santos laicos podrá seguir como hasta ahora; eso no tiene otra trascendencia que la que le otorguen los creyentes. Sólo sufrirán los agnósticos, y éste es un país muy religioso.
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