Opinión

Lucir palmito en Kiev y hablar de la Guerra Civil española a los ucranianos

Los ucranianos son lo de menos. Cuando pasen de moda, como los sirios, que les zurzan. Ya no generarán rentabilidad. De momento, Kiev es el mejor terreno del mundo para hacerse un 'selfie'

La vida pública consiste en estos tiempos en crear un perfil y cebarlo con ocurrencias. Cuanto más estúpidas son, más eco suelen tener. Que nadie piense que requiere mucha inteligencia ni formación el plantarse delante del despacho de un político, en Castilla y León, y preguntarle si se droga. Tampoco hay que ser muy avispado para responder: “¿y tú, qué te metes?”; mientras los líderes de tu partido se unen a ese siniestro total neuronal y los implicados se someten a pruebas “antidroga”. Pero eso es lo que triunfa, lo que gusta y lo que se reclama. Perfiles de perfectos impresentables con cientos de miles de seguidores, escaño, mesa de tertulia y una energía infinita para emular a los hermanos Tonetti.

Todo esto ha dado alas a oportunistas, radicales y terraplanistas, y ha provocado que importe más la imagen que el asunto; y las apariencias que el contexto. La situación es perfecta para quienes invierten más tiempo en que se hable de ellos que de su obra. Por eso, Pedro Sánchez -el rey de la baraja- se desplazó estos días hasta Kiev a sabiendas de que su viaje iba a ser un éxito. El presidente buscaba publicidad. Algunos de los divos radiofónicos y televisivos, también. “Pastor, ¿qué te cuentas hoy?”.

La capital ucraniana se ha convertido en los últimos meses en el lugar más codiciado por quienes buscan un selfie para engordar su perfil, sea cual sea. Sus actos presuntamente solidarios esconden muchas veces una maldad aterradora, dado que con ellos no buscan ayudar, sino simplemente el obtener rentabilidad de la catástrofe. Es de suponer que no le haría ninguna gracia a los lugareños el comprobar hace unos meses cómo Bono -el cantante de U2- ofreció un concierto en el metro de la ciudad, que se encargó de difundir diligentemente a través de sus redes sociales, al igual que el cocinero buenazo que reparte bocadillos con cámara de fotos integrada. “Cuando des limosna, pues, no dejes tocar trompeta delante de ti”.

También es fácil deducir que quienes han vivido durante los últimos meses entre bombardeos, desabastecimiento y muerte se pueden haber indignado tras comprobar que Pedro Sánchez se ha plantado en su ciudad y, durante una comparecencia ante los medios, ha tenido a bien el recordar que las potencias europeas han sido más solidarias en 2023 que en 1936, cuando abandonaron a su suerte a los republicanos españoles durante la Guerra Civil. Habrá algún ucraniano que piense: ¿de veras ha venido aquí este tipo a ajustar cuentas?

Periodismo (casi casi) comprometido

Al día siguiente de que pronunciara ese discurso, a Sánchez le entrevistaron en RNE y en la Cadena SER -la Barceló, quién va a ser- y nadie le preguntó sobre la oportunidad de estas palabras. Tampoco por algo que está en la mente de cualquier español que tenga la capacidad para abstraerse de la propaganda y sacar sus propias conclusiones. ¿De veras considera, señor presidente, que se puede (o se debe) sacar pecho del envío de seis tanques y de morralla armamentística? ¿Qué medalla se intenta colgar usted, presidente?

: ¿A qué ton acude Sánchez a un país en guerra para alardear de que usted hace lo que otros no quisieron en un conflicto de hace más de 80 años? Si es que, además, el principal aliado internacional de los republicanos fue Stalin, que fue quien envió a España los tanques y quien, por cierto, provocó a principios de los años 30 la cruel hambruna ucraniana, sobre la que siempre penderá la duda acerca de si fue una venganza hacia un pueblo poco sumiso. Si Sánchez conociera la historia y tuviera cierto decoro, podría caer en la cuenta de lo insolente que fue su afirmación.

Por otro lado, si los líderes de opinión actuales se preocuparan más por mantener la decencia que por engordar su número de seguidores en las redes sociales, estas situaciones serían mucho menos frecuentes. Y si los enviados especiales hubieran ido a algo más que a lucir palmito, deberían haber abundado en una realidad que causaría disgusto al presidente, y es que, una vez más, Moncloa ha querido vender un gesto -porque enviar metralletas y seis tanques a una larga guerra no es más que eso- como una ayuda decisiva y a fondo perdido. Eso quizás le corresponda a otros países de la OTAN. Esas palabras seguramente las debería haber pronunciado otro mandatario.

Trajes a medida

El problema de todo esto es que las Barceló y compañía tienen micrófonos muy potentes, así que quien haya sintonizado sus emisoras en los últimos días se habrá quedado con las palabras del presidente, que sólo pretenden engordar su figura y su perfil político y electoral. Ucrania se la trae al pairo, como los becarios de la biblioteca de Fuenlabrada y tantos y tantos a quienes el Gobierno ha prometido apoyo incondicional. Esta gente tan sólo quiere ganar las elecciones, al igual que Bono, vender discos; y el cocinero, que le den el Nobel (que se lo den de una santa vez). Los ucranianos son lo de menos. Cuando pasen de moda, como los sirios, que les zurzan. Ya no generarán rentabilidad.

Y en la sociedad mediática y tuitera, lo que cuenta es eso: la reputación. El número de seguidores, la fidelización y los datos de audiencia. Si hay que ir Ucrania, se va. Y si hay que emplazarse para retransmitir, en directo, en un periódico digital, el resultado de un test de drogas... pues vamos a ello. Aquí ya vale todo.

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