El 8 de Octubre ha sido un día histórico en Barcelona. Gente que se sentía absolutamente abandonada, se ha visto este domingo tan arropada, tan apoyada, que ha sido capaz de sacar la bandera que tenía guardada en su cajón y ondearla al viento con pasión, con orgullo y, también con rabia, por qué no decirlo.
Ha sido emocionante ver a una señora en un edificio de -mínimo- 8 pisos por dos escaleras, salir a su balcón y ella sola ondear su bandera española al paso de la multitud. Ella sola gritando "¡No estoy sola!". Y lo mismo en tantos edificios por los que hemos pasado cientos de miles de españoles. Al grito de "¡No estáis solos!" se atrevían, por fin, después de tantos años de soledad y abandono a sacar la bandera de su patria. A gritar "¡Yo soy español, español, español!". Algunos, también, con su señera constitucional y perfectamente legítima. Emocionante.
Como también ha sido emocionante ver a algunos policías nacionales literalmente en lágrimas cuando las señoras se les abrazaban dándoles las gracias sólo por estar ahí. Y a algún mando, erguido, orgulloso, cuadrado, viendo a unos metros lo que se estaba produciendo con sus agentes, y verle de lejos unas lágrimas por debajo de las gafas oscuras. Sí, emocionante.
Y, ahora, viene el día después.
La soledad de la señora del edificio de 8 pisos que mañana puede ver su buzón de correo destrozado a pintadas, la soledad del policía que se vuelve a su catre improvisado cobrando mucho menos que un Mozo, la soledad del orgulloso Mando de la Policía Nacional tratando de motivar a sus agentes sistemáticamente agraviados. Para qué hablar de los Guardias Civiles y sus familias, que no están de paso, que viven allí con sus mujeres y sus hijos.
Les había dicho a mi íntimo Cacho y mi amigo Alba que -inmerso en otra etapa profesional- no iba a escribir más, pero realmente esto es una ocasión especial. ¡Y tan especial! Porque ahora viene lo duro. El 9-O de después del subidón.
Imaginen el de la gente que este lunes se enfrenta a dejar a su hijo en un instituto o un colegio plagado de esteladas. O la vecina que sabe que saliste al balcón"
El lunes, en general, ya es duro para la mayoría de la gente -excepto para el cachondo de Herrera en la Cope-, pero imaginen el de la gente que este lunes se enfrenta a dejar a su hijo en un instituto o un colegio plagado de esteladas dirigido por fanáticos. O la vecina que sabe que saliste al balcón. O el jefe al que le han dicho que menganito o zutanito fue a la manifestación "falangista" (según TV3).
No hay que extenderse más. Sólo hay que decir a todos ellos que tienen que saber una cosa: que, si bien el Estado puede que les haya abandonado o, mejor dicho, haya pactado durante años abandonarles, no va a suceder. Que su Sociedad Civil Catalana y la sociedad civil del resto de España no va a abandonarles. Que pueden contar con nosotros, que cada vez seremos más, que nunca estarán solos.
Que cada vez que nos necesiten, iremos. Que cada vez que haya que defender la igualdad de derechos entre los españoles, la libertad, la Justicia, la equidad, allí estaremos. Las veces que haga falta. Lucharemos
P.D. A la vecina del cuarto piso que me ha llegado al alma: nunca caminarás sola.
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