Opinión

La luz y el camino más breve

Nada de ajuste de cuentas, nada de victimismo, nada de desquites. Fueron trece folios luminosos, leídos sin aturullamiento ni gestualidad pomposa, con la sobriedad y el tempo adecuados

Entregados como estamos a la discordia, al cultivo del cainismo y al juego de las tinieblas puede ser conveniente el regreso en algún momento al método científico que, como resume el profesor Francisco J. Ynduráin, comprende idealmente cuatro etapas. La primera consiste en la observación de un fenómeno que llame nuestra atención. La segunda, en la elección y medición de las magnitudes relacionadas con el fenómeno, lo que requiere intuición y sensibilidad para elegir qué variables se medirán y para proveernos de los instrumentos técnicos capaces de transformar en números las observaciones que hayamos realizado. La tercera, consiste en la búsqueda de una Ley matemática que relacione las variables medidas, de tal forma que su conocimiento no requiera memorizarse. La cuarta, es la búsqueda de un principio o modo de pensar desde del cual la Ley experimental averiguada se haga evidente. En el caso de la difracción de la luz, esa tarea la cumplió Fermat quien en 1650 al establecer que de todos los caminos posibles para viajar de A a B, la luz sigue el que requiere menos tiempo, el más breve.

Pero, el método científico sólo lo es si cumple las cuatro etapas referidas y tiene en cuenta que cualquier sistema de enunciados para ser considerado como un principio físico debe estar de modo permanente sujeto a la comprobación, tanto de sus propias predicciones como a las que pudieran resultar de nuevos experimentos llevados a cabo en condiciones también nuevas. Llegados aquí, es preciso advertir con toda lealtad a los estrategas de la Moncloa de que “teoría y desarrollo tecnológico se vienen entrelazando en la historia de la ciencia de tal modo que resulta imposible ponerlas en orden de causalidad. De siempre ha sido aceptado que el conocimiento básico es necesario para la generación de desarrollo tecnológico al mismo tiempo que la propia tecnología genera conocimiento básico. O, dicho de manera más elemental, que los avances científicos han ido siempre precedidos del registrado en el plano de los instrumentos de observación. El perfeccionamiento de esos instrumentos es el que permite detectar nuevos fenómenos que al desbordar las leyes físicas conocidas obligan al enunciado de nuevas teorías que intentan dar cuenta de ellos.

Me fijé en los aplausos que se prolongaban. Estuve pendiente para ver quién de los once que se sentaban en el estrado sería el primero en dejar de aplaudir. ¿Lo adivinan?"

Estas reflexiones siguiendo a Fermat para quien, como más arriba queda dicho, de todos los caminos posibles para viajar entre dos puntos la luz sigue el más breve, surgieron al hilo del discurso de sesenta minutos de duración pronunciado por el presidente del Tribunal Constitucional, Pedro González Trevijano, en la solemne toma de posesión de los cuatro nuevos vocales que se incorporaban el lunes, día 9. Reconozcamos primero que ya fuera debido al momento polémico con ataques directos al TC por cuenta del presidente Sánchez o por la perfección organizativa de la institución, lo cierto es que en el auditorio se puso el cartel de “no hay billetes” y que cada butaca estaba asignada a su titular con nombre y apellidos. El presidente Trevijano pudo haber hecho una faena de aliño pero se creció ante un público numeroso cuyos integrantes tenía uno por uno muy bien identificados. Nada de ajuste de cuentas, nada de victimismo, nada de desquites. Fueron trece folios luminosos, leídos sin aturullamiento ni gestualidad pomposa, con la sobriedad y el tempo adecuados, que permitieron repasar la trayectoria del TC y la función clave que le corresponde cumplir, más allá de conservadores y progresistas. Me fijé en los aplausos que se prolongaban. Estuve pendiente para ver quién de los once que se sentaban en el estrado sería el primero en dejar de aplaudir. ¿Lo adivinan?

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