Cuentan sus biógrafos que cuando a mediados de los años 50 del pasado siglo el escritor Josep Pla llegó a Nueva York y lo pasearon por las avenidas de Manhattan, el de Palafrugell (háganse el favor de leer su maravilloso "viaje en autobús") quedó sorprendido por los rascacielos y las largas avenidas profusamente iluminadas y, en un arranque de su fino seny catalán, ante tanto derroche, exclamó: "Y todo esto, ¿quién lo paga?”.
"Y todo esto, ¿quién lo paga?", curiosamente, la misma pregunta que se están haciendo en estos momentos millones de españoles ante la escalada de los precios de la luz y que en breve y al decir de los expertos se verá agravada por las previsibles alzas de precios de muchas de las materias primas en las que se sustenta el consumo básico de nuestro modelo occidental de bienestar.
Si piensa, querido lector o lectora que tras estas primeras líneas se encuentra ante otra columna que busca cuestionar la transición ecológica que han iniciado los países más desarrollados para tratar de frenar el calentamiento global, abandone toda esperanza, soy un firme partidario de las tan tardías y cortas como impepinables medidas que han comenzado a tomar tímidamente los gobiernos más conscientes y responsables del planeta: si queremos salvar nuestro planeta y no dejarlo convertido en un erial no queda otro remedio… otra cosa es discernir cómo hemos llegado hasta aquí y sobre todo: quién se va a hacer cargo de la factura.
Para la primera parte, para ese "cómo narices hemos llegado hasta aquí" he tenido que rebuscar mucho en la hemeroteca para encontrar a un político que se atreviera a hacer alguna autocrítica sobre el nefasto papel de su gremio en la formación de esta tormenta de proporciones épicas que nos tenemos que comer, queramos o no, y me he encontrado con algo reseñable en una entrevista que concedió el presidente Francés Emmanuel Macrón a Le Grand Continent, una de las grandes revistas francesas, fundada en 2019 y dedicada a la geopolítica y los asuntos europeos. Atentos a sus clarividentes palabras:
“Tomemos a una familia francesa que ha hecho todo lo que se le ha pedido desde hace treinta años. Se les dijo: Tenéis que encontrar un trabajo y encontraron un trabajo. Se les dijo: Tenéis que comprar una casa, pero una casa era demasiado cara en la gran ciudad, así que la compraron a 40, 50 o 60 kilómetros de la gran ciudad. Se les dijo: El modelo de éxito es tener tu propio coche y compraron dos coches. Se les dijo: Para ser una familia digna, a los hijos hay que criarlos correctamente, tienen que ir al conservatorio y luego al club deportivo, etc., así que el sábado hacían cuatro viajes para llevar a sus hijos. Si a esta familia le dices: Sois grandes contaminadores. Tenéis una casa mal aislada, tenéis un coche y os hacéis 80, 100, 150 kilómetros. Al nuevo mundo no le gustáis, ¡la gente se está volviendo loca! Y dicen: ¡Pero si lo hice todo bien! E incluso cuando el gobierno francés, durante décadas, me pidió que comprara diésel, ¡lo compré!”
Maximizar el crecimiento
Macron lo deja claro, la culpa no ha sido de una ciudadanía que no ha hecho otra cosa que seguir disciplinadamente los consejos de los sucesivos gobiernos de turno tanto en Francia como en España o en cualquier otro país de nuestro entorno sino de estos gobiernos que de forma irresponsable impusieron políticas cortoplacistas que maximizaban el crecimiento sin tener en cuenta sus evidentes externalidades no ya climáticas, sino políticas y sociales. Y a estas les dedica el siguiente párrafo.
“Las clases medias de las democracias europeas y occidentales han experimentado el cambio como sinónimo de sacrificio. Cuando dijimos «vamos a cambiar las cosas para mejor», como el comercio, perdieron sus trabajos. Si les decimos ahora: la transición climática es genial porque sus hijos podrán respirar, pero son ustedes los que pagarán el precio porque lo que cambiará serán sus trabajos y sus vidas, pero no la de los poderosos, porque ellos viven en los barrios privilegiados, y de todos modos no conducen coches y seguirán pudiendo volar al otro lado del mundo, no funcionará”
No debemos engañarnos, las subidas del precio de la luz, de la gasolina, del gas y de las materias primas han venido para quedarse entre nosotros muchos años, forman parte de las primeras consecuencias de un cambio de modelo que vamos a sufrir (según dicen los economistas) al menos una década.
La clave es que, en esta ocasión, los que paguemos la factura no seamos los de siempre porque como avisa Macron, así no funcionará.
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