Opinión

La alegría que le das a tu cuerpo

Los dueños de Vox enviaron a Macarena a Andalucía para quitársela de encima. Fue exactamente lo que pasó

  • Macarena Olona junto a Santiago Abascal.

Pucelle d’Orléans, fue una muchacha muy joven y muy carismática (o eso pensaba ella) que apareció en la Guerra de los Cien Años hacia 1428, cuando la chica tenía 16. Hija de campesinos, era analfabeta, como casi todo el mundo. Pero tenía una portentosa imaginación, un altísimo concepto de sí misma y una personalidad… algo desequilibrada, por decirlo suavemente. Se convenció de que se le aparecían ángeles y santas remotas, y de que su deber en esta vida era salvar al futuro rey de Francia, el delfín Carlos, en su lucha contra los malvados ingleses y sus no menos pérfidos aliados borgoñones.

Tenía un ego hipertrofiado, pero hablaba con tanta convicción que cautivaba a los ignorantes y les insuflaba ánimos que, de otro modo, seguramente no habrían tenido. Ah, pero otra cosa eran los políticos de verdad. Leyendas y milagrerías aparte, el hecho es que el delfín (luego Carlos VII de Francia) vio que aquella especie de loca hiperventilada podía serle de provecho y la utilizó sin miramientos. Ganó algunas batallas, tampoco tantas. Estuvo en la coronación del nuevo rey. Sus gritos, sus aires teatrales, su tremenda belicosidad y su convicción de que era el mismo Dios quien la inspiraba empezaron a resultar no ya molestos sino peligrosos. Estaba mucho más obsesionada con la religión y las herejías que el rey o el resto de la corte. Por eso hacía lo que le daba la gana, desobedecía órdenes, emprendía escaramuzas innecesarias…

El rey Carlos de Francia favoreció, por decirlo suavemente, una de aquellas batallitas, en Margny. Animó a Juana a defender la causa, el honor, al rey, la voluntad de Dios, todo eso. Y Juana, a la que perdían las grandes palabras y sobre todo sentirse importante, fue por fin capturada, para alivio de todos: los ingleses la juzgaron por “hereje y relapsa” (qué bonito es eso de “relapsa”, ¿verdad?) y la quemaron en la hoguera el 30 de mayo de 1431, en Rouen. ¿Tuvo alguna importancia militar la joven Juana en el desarrollo del conflicto? No, ninguna. La guerra duró 22 años más. Pero la muchacha se convirtió en una leyenda, que seguramente era lo que ella quería. Fue canonizada 500 años más tarde.

Ella habla con el tono y las palabras del Cid Campeador o de José Antonio Primo de Rivera, sobre todo de este último, tan grandilocuente y tan poético

Son sorprendentes las semejanzas de este caso con el de Macarena Olona. Otra persona (algo mayor que Juana, eso es cierto) que, desde que Abascal y Espinosa de los Monteros la tentaron, aunque de política sabía muy poco, se ha creído una heroína invencible y sobre todo necesaria, tocada por la mano del destino. También ella habla con el tono y las palabras del Cid Campeador o de José Antonio Primo de Rivera, sobre todo de este último, tan grandilocuente y tan poético. También ella se dirige a sus fieles (en Twitter y donde haga falta) como si fuesen las mesnadas que la siguen a la batalla. También ella se cree no ya contingente sino necesaria, como decía José Luis Cuerda del alcalde en la película Amanece, que no es poco. También ella, envanecida, perdió pronto el sentido del ridículo e hizo cosas que ya están en la historia del kitsch político español. Hemos pasado de la Pucelle d’Orléans a la Pucelle de Salobreña.

Lo que para Juana de Arco fue la escaramuza de Margny, para Macarena fueron las elecciones andaluzas. La convencieron para que se lanzase a la batalla con todo su ímpetu, todos sus gritos, su candor y su ignorancia. Lo hizo. A pesar de su desastrosa campaña consiguió un resultado estimable, sin duda. Pero se convirtió en irrelevante. Y eso es lo único que Macarena Olona, tan grandilocuente, no puede soportar.

Juana de Arco y Macarena Olona tienen algo fundamental en común: se creen de verdad sus propias fantasías. La Pucelle llegó a convencerse de que de verdad se le aparecían San Miguel Arcángel y Santa Catalina de Alejandría. Olona tiene la convicción de que, si se sube a su caballo, será capaz de poner en fuga a los moros que asedian Valencia. Ella sola.

Su ego, alimentado durante mucho tiempo por quienes finalmente decidieron librarse de ella, se inflamó hasta extremos inauditos

No se da cuenta de que, como dice alguno de sus propios seguidores, el partido al que ha pertenecido “es cosa de cuatro o cinco”: tiene una estructura absolutamente vertical, funciona mediante el concepto del mando y no de la elección o la representación, y en ningún caso se toleran allí (lo mismo que le pasaba al rey Carlos VII de Francia) las indisciplinas, las genialidades imprevistas ni los versos sueltos, aunque esos versos crean pertenecer al Poema de Mio Cid. Los dueños de Vox enviaron a Macarena a Andalucía para quitársela de encima. Fue exactamente lo que pasó.

Pero Olona no ardió en la hoguera, como la otra. Todo lo contrario. Su ego, alimentado durante mucho tiempo por quienes finalmente decidieron librarse de ella, se inflamó hasta extremos inauditos. Lo más infantil fue aquella mentira boba de que se retiraba “por enfermedad”; sería cierto si el despecho lo fuese. Pero Olona cayó en una paradoja muy triste: se creyó más importante que los principios que defendía. Lo que importaba era su victoria, no la de sus ideas. Y lleva casi un mes peleando –muy mal disimuladamente– contra quienes, en realidad, la crearon, la sacaron de la nada. El “a mí los míos” del Camino de Santiago. La conferencia-desagravio de Murcia. El venturoso escrache de Granada, que la mantuvo en los titulares. Las provocaciones verbales a Abascal. Las acusaciones de división… ¡a los otros! Y, por fin, la ruptura, el adiós, el portazo que se acaba de producir.

Y la extrema derecha, en España, retrocede, se cuartea, se atasca, enfangada en la pelea personal –ideas, lo que se dice ideas, ahí hay pocas– entre el ego herido de Macarena Olona y la estrategia de sus antiguos mentores

Todo esto es el fruto de la inconsecuencia. La extrema derecha se acaba de volver indispensable en el gobierno de Suecia. La extrema derecha posiblemente ganará las elecciones en Italia, cuando Salvini y Meloni no se pueden ni ver. Y la extrema derecha, en España, retrocede, se cuartea, se atasca, enfangada en la pelea personal –ideas, lo que se dice ideas, ahí hay pocas– entre el ego herido de Macarena Olona y la estrategia, o al menos la voluntad, de sus antiguos mentores.

Olona no se da cuenta de que el Cid es un mito engrandecido por la literatura. No comprende que ya pasó el tiempo de los héroes y los caudillos. Que ya se acabó la época de los “los gitanos que iban por el monte solos”. No es capaz de ver que la política se hace dentro de los partidos, no fuera, y que a veces se gana pero otras se pierde; y que para eso hay una virtud indispensable que es la paciencia. Olona debería recordar la frase de Kant, citada por J. Alió: “La paciencia es la fortaleza del débil; la impaciencia, la debilidad del fuerte”. A esta mujer, agarrada al asta de su propia bandera, se la llevará el aire… después de causar un severo daño a su antiguo partido y a las ideas que este defiende. Lo cual a mí me parece una bendición del cielo, pero eso ahora no importa.

Vox está sufriendo la enfermedad que sufren todos los partidos nuevos que irrumpen en la escena como estrellas luminosas e irresistibles: la lucha a dentelladas entre sus líderes

Macarena Olona ha sido víctima de un artículo que dejará memoria y que les recomiendo: el Romance de Macarena, que publicó hace unos días el escritor Juan Manuel de Prada, nada sospechoso de izquierdismo ni de connivencias sanchinas. Políticamente, es difícil sobrevivir a algo así. Otra cosa es que ella se dé cuenta. No parece fácil eso. Vox está sufriendo la enfermedad que sufren todos los partidos nuevos que irrumpen en la escena como estrellas luminosas e irresistibles: la lucha a dentelladas entre sus líderes, que suele producirse en de los primeros cinco años. Pasó en UPyD, pasó en Ciudadanos, pasó en Podemos y ahora les toca a estos.

Todo indica que la alegría que le está dando a su cuerpo Macarena con este baño de juanadarquismo durará poco. No arderá en la hoguera, eso es verdad. Pero tampoco la canonizarán. A la vuelta de unos años no la recordará nadie. No será el José Antonio de Vox; más bien el Onésimo Redondo, completamente olvidado ya porque jamás tuvo auténtica relevancia política. Tanto trabajo, tanto chillido y tanto traje de flamenca… para nada. En fin. Sic transit gloria Olonae.

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