Con ese perfil a lo Romero de Torres o fotografiada con gesto mariano durante la peor parte de la pandemia, cualquiera diría que Isabel Díaz Ayuso iba para mártir. Desde su llegada a la Comunidad de Madrid, la presidenta recibió más dardos que San Sebastián flechas: los reproches por haber trabajado con Esperanza Aguirre o Cristina Cifuentes; la investigación a la que se sometió el préstamo que Avalmadrid dio a su padre; su pulso político con Ignacio Aguado y hasta la crucifixión a la que fue sometida por encargar a marcas de comida rápida los menús destinados a los menores más vulnerables de la comunidad. A pesar de las embestidas -e incluso a pesar de sus propios errores-, Ayuso resiste cual virgen en altar.
Desde el inicio de la crisis sanitaria desatada por el coronavirus, e incluso antes, se intensificaron los ataques contra ella. Los socialistas intentan apearla, acaso intentando recuperar el Kilómetro Cero o porque encumbrándola como jefa de la oposición hacen daño a un Pablo Casado que tampoco ha hecho demasiados méritos como líder de la segunda fuerza política en España. Lo cierto es que Ayuso no sólo resiste, se crece. Y cuanto más atacada es, un efecto revulsivo amplifica su figura, hasta el punto de que cada desplante a la presidenta madrileña la exculpa de sus propios desaciertos: por mucho que Ayuso los cometa -que lo hace-, resulta obvio que la campaña en su contra puede leerse en clave de política nacional y regional.
Nacida en octubre de 1978 en el barrio de Chamberí (Madrid), Díaz Ayuso estudió Ciencias de la Información en la Universidad Complutense. Se especializó en comunicación política, aunque su uso de la palabra resulta demasiado directo para la ambigüedad que exige la materia. No sabe quien la escucha si lo suyo es valentía, audacia o bisoñez. Sea como sea, la presidenta ha sobrevivido a sí misma y a quienes quieren verla fuera del cargo, incluido sus socios de gobierno y hasta el mismísimo Pedro Sánchez, que se aplica en todas las formas de la propaganda para convertir Madrid en una nueva pieza de caza para sus socios, sobre todo ERC.
Que si había llegado la presidencia de la Comunidad fue por méritos propios, no por ser la consorte de un macho alfa, contraatacó en un pleno en el que Mas Madrid le estaba buscando los colores
Si quiere armonizar impuestos, bájelos usted, ¿no?, contestó Ayuso a Gabriel Rufián. Que si había llegado la presidencia de la Comunidad fue por méritos propios, no por ser la consorte de un macho alfa, contratacó en un pleno en el que Mas Madrid le estaba buscando los colores. Como esos, hay sobrados ejemplos. Ayuso ni se anda por las ramas ni se amilana tan fácil. Y ha sido justamente su ‘campechanía’, por llamarla de alguna manera, y ese aire entremesil que lleva al hablar, lo que ha terminado por encumbrarla.
La campaña catalana
Esta semana, que va servida de ataques a la fiscalidad de Madrid por parte del secesionismo catalán, Isabel Díaz Ayuso ha sumado un episodio más a su saga. Tras inaugurar el hospital de Pandemias Isabel Zendal -sin suficiente personal médico-, Ayuso se defendió del asedio que encabeza Rufián y acusó al Gobierno catalán de gastar al año 1.700 millones en acciones independentistas. "Solo en la TV3 se gastan 303 millones de euros, lo que equivale a tres Zendales". Aunque numéricamente la comparación sea correcta, lo de acuñar una unidad de medida empleando el nombre del hospital que se ha inaugurado durante su gestión despertó risa en unos e indignación en otros.
Propagandista, megalómana, desequilibrada… no escatiman sus detractores en insultos y descalificaciones para con Ayuso, porque pegarle a ella es pegarle a Madrid y a muchos les viene bien tenerla de esparrin: desde ERC, que ha empezado en la capital la campaña electoral catalana; pasando por el PSOE-M, que lleva un cuarto de siglo sin gobernar la región, y hasta sus propios aliados, porque dejarla caer a ella supone encumbrar a Ignacio Aguado. Pero Ayuso sigue firme cual Virgen de la Merced, coronela y guerrera, dando la batalla.
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