“Una vez hubo un sueño llamado Roma, sólo podías susurrarlo, a nada que levantaras la voz se desvanecía, tal era su fragilidad... y ahora temo que no sobreviva al invierno”, Marco Aurelio a Máximo. Gladiator (Ridley Scott, 2000)
Por fin, la presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso, ha decidido romper el inestable castillo de naipes sobre el que reposaba su acción de gobierno, en una jugada tan valiente como arriesgada. Algunos llevábamos meses pidiendo una actuación como la que finalmente ha ejecutado, ante las dudas y contradicciones de su socio de gobierno, en particular de su vicepresidente, Ignacio Aguado. Hoy, el sábado en que se cumple un año de la declaración del primer estado de alarma, el año de la mayor reducción de libertades desde la reinstauración de la democracia, con los mismos a los que entonces exigía responsabilidades aún en sus despachos, cuando no premiados con destinos de más relumbrón, con miles de muertos que la responsabilidad, la humildad y la capacidad de gestión debían haber evitado, los madrileños nos vemos llamados a las urnas, en aplicación del manido ejemplo de las alas de una mariposa y la teoría del caos. Y votaremos, por supuesto, por mucho que los mismos que se llenan la boca pidiendo escuchar la voz del pueblo a la mínima ocasión, se empeñen en ensuciarlo todo con mociones y zancadillas. Y comprobaremos si saber de leyes es algo más que recitar el Aranzadi o haberse casado con un juez.
Si algo ha demostrado Madrid, desde hace muchos años, es que el progreso y la riqueza de la sociedad dependen tanto de la defensa de la libertad individual y de la libre empresa como del rechazo del totalitarismo agregador. Y como no se trata de que parezca una mera opinión, vayamos a la contrastación empírica.
En 2020, ese año terrible que ya hemos dejado atrás, el PIB de España se contrajo al menos un 11%, mientras que el de Madrid lo hizo en un 10.3%. Una auténtica barbaridad, pero habida cuenta del peso de la Comunidad de Madrid en el PIB nacional, cualquier décima a la baja permite aliviar el desastre nacional. El último trimestre del año, cuando la economía nacional languidecía y crecía un magro 0,4%, pese a los cantos de los embaucadores que hablaban de recuperación en uve tras un pequeño bache, la de Madrid lo hacía en un 4,4%. Con una población que supone poco más del 14% del total de España, y empleando cifras de 2019 para evitar las distorsiones de la covid, Madrid aportó el 20% del Producto Interior Bruto del país, mientras que la renta per cápita se situaba en 36.000 euros, un 52% por encima de los 23.600 euros que le corresponden al español medio. Asimismo, este paraíso fiscal insolidario aportó el 17% de las declaraciones de la renta y el 22,5% de la recaudación total de 2018 (últimos datos publicados por Hacienda), nada menos que 81.419 millones de euros, con el tipo máximo más bajo de España. Y si debemos felicitarnos porque la inversión extranjera directa en España, en 2020, creciese un 52% respecto al año anterior, mientras caía un 42% en el mundo y un 70% en la UE, más fuerte aún deberemos celebrar que Madrid captase el 80% del total. Quizá la baja fiscalidad, la seguridad jurídica y la paz social, junto con la calidad de la mano de obra, permitan ofrecer alguna explicación.
Densidad de población
No cabe duda de que la política de convivencia con el SARS-CoV-2 se ha llevado muchas vidas por delante, pero tampoco cabe ninguna de que las políticas de cierre completo del resto de CCAA no han mejorado, de forma significativa, las tasas de mortalidad de Madrid mientras provocan la ruina de miles de empresas y negocios. Efectivamente, la tasa de fallecidos por 100.000 habitantes de Madrid, de menos de 40 en la segunda ola y de menos de 20 en la tercera, se encuentra en el tercio inferior del siniestro ranking. No pretendo relativizar, en absoluto, las cifras de Madrid, sabiendo cómo duele cualquier muerte, pero seguro que algo tiene que ver la densidad de población, con 840 habitantes por km2, casi nueve veces mayor que la española.
El castigo a esa apuesta por el comercio, por la movilidad, por la libertad limitada de la que, desde el principio, ha hecho gala el Gobierno de Díaz Ayuso, se ha aplicado sobre los madrileños
En este contexto de crisis extrema, no resulta comprensible el bloqueo de los desplazamientos que el Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud ha promovido para el puente de San José y la Semana Santa. Sobre todo, si tenemos en cuenta que, para el caso de Baleares y Canarias (donde el turismo representaba, en 2019, alrededor del 35% y del 45% de sus respectivos PIB), se admite la excepción del turismo extranjero. Perfectamente se podía haber habilitado la condición de una prueba negativa en antígenos o en PCR para admitir las pernoctaciones, al menos en el caso de las islas, donde el control en puertos y aeropuertos lo permite. Pero no. El castigo a esa apuesta por el comercio, por la movilidad, por la libertad limitada de la que, desde el principio, ha hecho gala el Gobierno de Díaz Ayuso, se ha aplicado sobre los madrileños, los contaminados en esta película de zombis, condenando con ellos a unas comunidades que ya soportan niveles de paro superiores al 25%, en el caso canario, y al 17%, en el balear. Resulta triste comprobar cómo, sólo una semana antes de la reunión del citado Consejo, esos mismos gobiernos autonómicos “no contemplasen” el cierre perimetral de sus islas, claramente conscientes del problema que se les plantea de perder la actividad de Semana Santa por segundo año consecutivo. Mientras tanto, a estas alturas no queda ya una sola plaza libre en alojamientos rurales de la Comunidad de Madrid para los dos periodos señalados. Hay lujos que sólo se pueden entender cuando, quienes se ven obligados a pagarlos, son los ciudadanos y los empresarios. El sueño de Madrid puede desvanecerse esta primavera, porque sus enemigos son muchos, y poderosos, y algunos ya están dentro de sus murallas.
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