En 1995, una candidata a alcaldesa de mi ciudad, Bilbao, prometió que, si era elegida, el museo Guggenheim no se construiría jamás. No crean que era una afirmación estúpida. Las obras avanzaban y la candidata había escuchado -solícita- el clamor de la calle que bramaba contra aquel adefesio extraño de paredes retorcidas. Cuando se supo que, además, aquella rareza iba a ir recubierta de carísimo titanio, el morro de los vecinos, aun siendo todos ellos del mismo Bilbao, se retorció todavía más. No ganó las elecciones, pero hizo un papel más que digno.
Pasado el tiempo, no escuchará a orillas del Nervión otra cosa que halagos a lo que el museo ha significado para la ciudad: ¡todo un símbolo!, le diremos, mientras callamos cuidadosamente que también formábamos parte como mínimo en las filas de los reticentes y, más probablemente, de los críticos airados. Ahora, chitón.
Es lo malo de los símbolos; que, para bien o para mal, adquieren una relevancia exagerada que va más allá de lo que son realmente para convertirse en trozos de identidad, sea ideológica o local. Es lo que le ha pasado a Madrid Central (MC), señalado desde el minuto uno y desmochado desde ayer por haber sido el símbolo visible del mandato de la anterior alcaldesa y centro de los odios que le manifestaban sus rivales.
Si Madrid Central no fuese un símbolo y se hubiese quedado en lo que es: una simple ordenanza limitadora del tráfico, como hay otras mil en la ciudad, hoy podríamos hablar de contaminación, de flexibilidad con comerciantes y visitas, de uso racional del espacio público, de los defectos y virtudes del sistema, de los problemas que crea y de los que soluciona. Hasta podríamos modificarlo en lo necesario y respetarlo en lo acertado. Pero no. No podemos.
Además de volver a soportar los atascos del centro y respirar aire contaminado, la marcha atrás de MC podría acarrear enormes multas que tendríamos que pagar de nuestro bolsillo
No podemos porque Madrid Central es el emblema de “los nuestros” o el del “enemigo”, que es el nombre con el que se señala de nuevo en España al otro y, por lo tanto, es imposible que en su perversidad haya ni un atisbo de razón. Señalar cualquier virtud del sistema te convierte en repugnante cómplice de la “bruja populista”, mientras que dudar de su efectividad o de su aplicación concreta te lanza al averno del “trifachito de Colón”.
El resultado es que tanta pasión expulsa del debate las posiciones razonables, pero esperemos que sea provisionalmente, lo que tarden en calmarse las revueltas aguas electorales. Mientras dura la moratoria hasta el 30 de septiembre y mientras esperamos que lleguen momentos de más sosiego, que llegarán, podríamos aprovechar el tiempo para ir imaginando y proponiendo otros sistemas para reducir el innegable problema de contaminación de Madrid, del centro y de lo que no lo es. Porque, nos guste o no, la capital lleva una década incumpliendo la normativa comunitaria contra la contaminación y aunque Europa no se pronuncia sobre si la corrección debe hacerse mediante un método como Madrid Central o de otro modo, lo que nos exige son “resultados eficientes en la lucha contra la contaminación”: que nos busquemos la vida -vamos- como se dice popularmente.
Y no hay que olvidar las palabras del Comisario europeo de Medio Ambiente, Karmenu Vella, allá por enero “Los Estados miembros ya han recibido suficientes avisos en los últimos años para mejorar la situación, y hay que conseguir mejoras de forma más rápida". Eso dijo, tras abrir expedientes sancionadores a Francia, Alemania, Hungría, Italia, Rumanía y Reino Unido. Entonces nos salvamos.
Así que algo habrá que pensar y rápido, no solo para proteger el aire que respiramos, que no es poca cosa, sino también para salvar nuestros bolsillos, porque Bruselas está encima y lleva mucho tiempo impaciente. No vaya a pasarnos que encima de soportar los atascos del centro y de respirar aire contaminado, tengamos que subir los impuestos para pagar las multas europeas. Se ha hablado hasta de 500 millones de euros, que son 3 Guggenheims y medio. A ver si para septiembre se nos han bajado los humos y se recupera un poco la cordura. De momento, todo está en el aire, tanto las multas como los óxidos de nitrógeno.
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