En los últimos meses hemos perdido demasiadas cosas, entre ellas la voz inglesa de Michael Robinson, como para que esta Liga pueda interesarnos aunque sea un poco. Si al menos quedase un clásico entre los dos grandes del fútbol español donde se decidiera el campeón, habría algo de emoción para ese día. Pero la cosa es que esta temporada ha sido devastada por el virus. Porque todo tiene su momento en el calendario. Y lo que estamos viviendo es una suerte de partidos atemporales, como fuera de sitio, que se indigestan como un gazpacho en diciembre o un cocido en agosto.
La fuerza de la costumbre es así de severa. Nos encanta que el Barça y el Madrid se jueguen la Liga y los equipos de abajo se disputen el descenso en una de esas últimas jornadas de infarto. Pero eso tendría que ocurrir precisamente ahora, a finales de junio, y no dentro de un mes, en plenas vacaciones de verano. Al igual que nos engancha y deleita que los grandes de Europa se peleen por la Champions en vibrantes eliminatorias de los meses de marzo y abril que se coronan con una gran final en los últimos días de mayo, mientras que ese engendro que se han inventado para agosto nos sabrá a pretemporada cutre.
No sé si será cosa de la ausencia de público y el sonido enlatado o si será por el ambiente social enrarecido por el confinamiento, o tal vez por una mezcla de ambas cuestiones, pero el caso es que yo me siento frente al televisor y lo que veo ni siquiera me sabe a fútbol. Ya ni recibo los mensajes de Whatsapps de los rivales cuando mi equipo tropieza como esta jornada. Nada de nada. Como si esta Liga no le importase a nadie. Peor que comerse un plato insípido que te deja con más hambre que antes de engullirlo.
Esta competición reñida con el calendario y el apetito evidencia que el fútbol es más un negocio que un deporte. Solo la importancia del vil metal puede explicar que estemos asistiendo a este simulacro de Liga
La sensación más extendida, al menos entre los aficionados que conozco, es que esta temporada se está terminando porque tenía que hacerse por obligación, pero no por ilusión. Los estadios vacíos son como una losa que te deprime. Ni los más voraces tenemos hambre de fútbol. Ni siquiera los propios futbolistas parecen estar especialmente cómodos.
Lo bueno es que esta sección que estamos retomando también va de mostrar que, como evidencia esta competición reñida con el calendario y el apetito, el fútbol es más un negocio que un deporte. Solo la importancia del vil metal puede explicar que estemos asistiendo a este simulacro de Liga. Dan ganas de que el trámite pase cuanto antes. Nada me gustaría más que equivocarme y ver que en un par de semanas, ya con más público en los estadios, vuelva a palparse esa emoción colectiva por la Liga. Pero por ahora toca ser pesimista.
El caso es que el Madrid, con un gran Benzema, ya lidera esta Liga que no le importa a nadie. O a casi nadie. Enhorabuena para los merengues, pero las cosas fuera de temporada, incluso las victorias, siempre saben peor.
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