Valentín Almirall era un buen chico. Se decía liberal -vale-, republicano -bueno-, e incluso federal -vaya-. Bebía los vientos por Pi y Margall, que ahora los gazmoños escriben con “i” cuando él siempre lo escribió con “y”. El bueno de Valentín creía en un país federalizado como la gran fórmula que podía resolverlo todo, desde las quintas al dolor de muelas, porque los médicos federales estudiarían mejor. Un día, harto de los suyos, con aquel espléndido de Estanislao Figueras que decía “estamos hasta los cojones de todos nosotros”, el buenazo de Almirall publicó en Madrid un periódico titulado El Estado Catalán. Casi nada.
En su primer número, de marzo de 1873, se leía “Hace siglos que Madrid, llamándose a sí misma cerebro de la nación, pretende dirigirlo todo, pensar por todos, avasallarlo y explotarlo todo”, porque Madrid “tiene su centro” para que obedezcan las provincias. La capital, ese Leviathan de cartón piedra, asiento de un Estado español prefascista y prefranquista, poseído por el alma binaria de Isabel y Fernando, no hizo nada. Lo dejó estar.
No tenía industria, agricultura, ni comercio. Lógico, decía, porque estaba en un “verdadero desierto”, rodeada de pueblos “pardos” y “miserables”
Madrid se convirtió en una construcción imaginaria del nacionalismo. Fue el chivo expiatorio, el gran mal, el agujero negro del dinero de los españoles, la dictadura hecha ciudad. El bueno de Almirall, cuyo turbio semblante fue mostrando el agotamiento de su ingenio, publicó años después un panfleto insultante: España tal como es. ¿Qué era Madrid? No tenía industria, agricultura, ni comercio. Lógico, decía, porque estaba en un “verdadero desierto”, rodeada de pueblos “pardos” y “miserables”.
La ciudad, escribió el simplón Valentín, todo era lujo y “gente desocupada”. ¿De qué viven los madrileños? Viven de ser la sede del Estado, con sus ministerios y organismos públicos. En fin. Viven del trabajo de la gente de provincias. En Madrid se representaba una “farsa” de la que se sacaba “provecho”. El éxito de Madrid era la capitalidad, porque sin ella no era nada. Pareciera, decía, que para los políticos “solo Madrid es la nación”, y que la nación era Madrid.
Este relato mentecato fue un odio calculado para la política, pero, no se equivoquen, Sánchez no odia Madrid, solo es una persona sin escrúpulos que hace un cálculo electoral. Pretende hacerse con el voto de las regiones periféricas, en especial de Valencia, donde las encuestas auguran un cambio en el poder. De ahí la retahíla de sandeces de Ximo Puig copiadas del “España nos roba”. La idea es tan sencilla que da pena: cambiar el foco de atención.
Madrid no tiene nada, salvo una “capitalidad” injusta que empuja a la pobreza al resto. Madrid dejaría de ser un modelo de crecimiento en libertad
Los sanchistas pretenden que el elector valenciano no culpe al Gobierno local ni al de España de su situación económica y social, sino que se fije en la injusticia territorial. Madrid no tiene nada, salvo una “capitalidad” injusta que empuja a la pobreza al resto. Madrid dejaría de ser un modelo de crecimiento en libertad, con gran respaldo social, que es una de las grandes bazas de los populares valencianos, sino un pozo hediondo de, como diría Almirall, “gente desocupada” que se aprovecha de la “capitalidad” a costa de la periferia.
Ese discurso sanchista también valdría para otras regiones, como Extremadura. Si el AVE no llega a Badajoz no es porque no esté allí la sede del ministerio de Fomento -este sí sería un buen cambio de ubicación-, sino por las promesas incumplidas de los socialistas. Si las colas del hambre son largas en Castilla-La Mancha no es porque no esté allí el ministerio de Consumo, sino por la capitalidad madrileña. Madrid es el modelo del liberalismo realista, “non ridens” que diría Carlo Gambescia, muy atractivo para el resto. Ya lo dijo Ayuso: mi Gobierno es el gobierno casadista que se está perdiendo España. Es un mensaje demoledor.
¿Qué le pasa a Sánchez con Madrid? Echemos cuentas. En las elecciones autonómicas del 4-M de 2021 obtuvo el 16,85 % de los votos; es decir, 610.190 papeletas. Venía de ganar en mayo de 2019, con 884.218 votos. Es decir; dos años después, el PSOE más engreído y soberbio, el sanchista, con Redondo dirigiendo campaña, perdió 274.028 votantes. Una proyección de estos datos a las generales es mortal para el PSOE, tal y como están diciendo las encuestas.
Con un PP muy fuerte en Madrid, la presencia del partido de Errejón como refugio de la izquierda caviar y cuqui, y la antipatía que genera Sánchez, la resurrección del PSOE es hoy imposible
En las generales de abril de 2019, el PSOE obtuvo 11 escaños en Madrid con más de un millón de votos. En diciembre, bajó a 10 con 67.000 sufragios menos. Es más que probable que el PSOE en las próximas elecciones generales se quede incluso por debajo del resultado de las autonomías del 4-M; esto es, en unos 500.000 votos. Resultado: entre 3 y 5 escaños. Con un PP muy fuerte en Madrid, la presencia del partido de Errejón como refugio de la izquierda caviar y cuqui, y la antipatía que genera Sánchez en Madrid por su gestión durante la pandemia, la resurrección del PSOE es hoy imposible.
¿Qué han decidido en Moncloa? Sacrificar Madrid, matarla en forma figurada, en la esperanza de que sirva al sanchismo para recuperarse en otras autonomías. Por eso en el Congreso del PSOE de esta semana se va a debatir cómo debilitar a Madrid. O, dicho de otra manera, cómo sumarse al discurso nacionalista que tiene como chivo expiatorio a la capital de España, un falso culpable para disimular su nula gestión y basta torpeza. Será interesante calibrar la credulidad del electorado.
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