En su excelsa Trilogía de Madrid, que leí y releí hace algunos años, decía Francisco Umbral que "toda la península tiene un complejo sadicoanal respecto de Madrid, que odian y aman esta capital de cinco siglos". Tal vez el escritor exagerase en su apreciación, pero en estos días desescalantes asistimos al rebrote de una fobia que, como pasa con el coronavirus, debiera extinguirse por nuestro bien pero seguramente seguirá habitando mucho tiempo entre nosotros.
Eso que se ha dado en llamar "madrileñofobia" no es nuevo, como atestiguan tanto las palabras umbralianas como la propia historia de un país esencialmente cainita, pero ni siquiera es novedoso durante esta crisis de la pandemia. Porque hace unas cuantas semanas que parecen siglos ya se desató una primera oleada de ataques a los madrileños como si fueran monstruos que iban a propagar el bicho para infectar y aniquilar al resto de compatriotas. Ocurrió con aquello de los viajes a las segundas residencias. La polémica tal vez ocultaba otra fobia que podríamos llamar de clase hacia las personas con más de una vivienda, pero esa es otra historia.
Ahora vivimos una segunda oleada de este virus de odio al madrileño que además es más virulenta que la originaria. En las redes sociales triunfan temas como #hartosdeMadrid. Y en todos los telediarios se hacen reportajes para preguntar a los paisanos de turno si desean o no que los madrileños lleguen en avalancha a sus tranquilas poblaciones. Varios dirigentes autonómicos han allanado el terreno para la controversia y el gusto por esa carnaza que se trocea y se devora en las redes ha hecho el resto.
La propia existencia de este debate es tan nociva y obscena que no dan ganas ni de argumentar. Habría que empezar recordando que en Madrid casi nadie es de Madrid pero todos son madrileños
La propia existencia de este debate es tan nociva y obscena que no dan ganas ni de argumentar en su contra con la evidente dependencia económica de sus visitantes que tienen muchos de los destinos preferidos de los madrileños. Digamos que estamos en una fase primaria del debate, que sería la del respeto y la decencia por todos aquellos ciudadanos del mismo país, sean de la comunidad que sean. Hablar como se está hablando de los residentes en Madrid es un insulto a la inteligencia porque es discriminatorio y, por ello, lamentable.
Habría que empezar recordando que en Madrid casi nadie es de Madrid pero todos son madrileños. Se lo digo yo, que he vivido cómoda y felizmente en esa ciudad abierta y rumiante durante algo más de tres lustros. No hace falta caer en ese tópico "de Madrid al cielo" o buscar en alguna canción de Sabina o Mecano para explicar que esta ciudad es un espacio de tolerancia y libertad donde conviven gentes de toda España que viven inmersas en un perpetuo diálogo social y cultural.
Umbral también señalaba la paradoja de que Madrid era y es una cosa y su contraria. Por eso la tildaba de "simultánea". En efecto, Madrid tiene muchas caras y se puede ver desde diferentes ángulos. Castiza y cosmopolita. Obrera y señorial. Del Rastro y El Retiro. A veces opresiva y a veces luminosa. Del barrio de Salamanca y de Vallecas. Agobio de día y feliz delirio de noche. Está en su propia historia, porque, por ejemplo, fue la ciudad más republicana y luego la más franquista para después ser democrática. Pero hoy Madrid es, ante todo, al menos para quien esto escribe, acogida e intercambio, con independencia de los que la gobiernen.
Como el odio solo produce más odio, también abundan ya los gansos madrileños que tildan de "paletos" o "pueblerinos" a los residentes en otras provincias. Según una campaña del Gobierno, salimos de la pandemia "más unidos", pero no lo parece
El citado fenómeno con tufo xenófobo y altas dosis de estupidez no ocurre exclusivamente con los habitantes de la capital del reino. Existen, además, otras fobias geográficas, como la barcelonofobia en diferentes territorios, la vascofobia de los cántabros, la sevillanofobia de los onubenses o la mañofobia de los tarraconenses, por citas a vuelapluma algunas que han alcanzado su máximo esplendor en las últimas semanas. Como el odio solo produce más odio, también abundan ya los gansos madrileños que tildan de "paletos" o "pueblerinos" a los residentes en otras provincias.
Decía una campaña del Gobierno que salimos de esta pandemia "más fuertes" porque, entre otras cosas, se ha dicho hasta la saciedad que estamos "más unidos". Parece ser que no es así. Porque los odios y las fobias ancestrales siempre retornan para enfrentarnos. Sin embargo, creo que unos y otros odiadores son minoría pero hacen demasiado ruido. Además, en medio de tanta tontería algunos somos capaces de considerarnos también madrileños a 400 kilómetros de distancia. Porque cuando uno ha vivido en Madrid, nunca termina de irse de allí.
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