Opinión

Magnicidio de cartón

El comienzo del año marca la línea de separación entre lo viejo y lo aparentemente nuevo. La eterna campaña de victimización del PSOE continúa en este mes de enero y también las respuestas automatizadas. La atorrante simetría. “No

El comienzo del año marca la línea de separación entre lo viejo y lo aparentemente nuevo. La eterna campaña de victimización del PSOE continúa en este mes de enero y también las respuestas automatizadas. La atorrante simetría. “No me riña usted, don PSOE, que la izquierda también ha hecho cosas”. Cuando se responde así a las denuncias contra el “apaleamiento de un muñeco” se está evidenciando una mentalidad derrotada, incapaz de articular un discurso mínimamente serio sobre la política española. 

No, no es lo mismo la piñata sanchiana que las quemas de efigies no nacionalistas en Euskal Herria, Cataluña o cualquier feudo de la izquierda antifascista. Y no es lo mismo porque en Euskal Herria, Cataluña y la izquierda antifascista la violencia simbólica no es un desahogo, sino una conmemoración. Las quemas de imágenes, el ‘tiro al fatxa’ y los descabezamientos no son representaciones de deseos sistemáticamente reprimidos, sino representaciones de lo real. Son arte rupestre. Recuerdos de cacerías pasadas y por venir.

Los mensajes bucólicos sobre el recorrido ético de los socios preferentes del PSOE suele olvidar, por ejemplo, que existe la brigada de desinfección antifascista. Se ha reflexionado poco sobre esta institución, y eso revela mejor que cualquier paper politológico el estado en el que nos encontramos. Si se ha reflexionado poco es en parte porque no se conoce y en parte porque no importa; al fin y al cabo, no apuntan a nuestros representantes socialistas sagrados, sino a gente como Abascal, Savater o Pagazaurtundua.

Solemos decirlo aquí y habrá que seguir diciéndolo: esta historia de amor entre PSOE y Bildu es una relación consumada. No están ya en la fase del cortejo

Los socios del Gobierno se han pasado años repitiendo, con tranquilidad absoluta, que hay una infección en Euskal Herria. Esa infección es lo español, la derecha, lo minoritario (aquí sí que cabría decir eso de “minorizado”). Periodistas, concejales, simpatizantes, votantes, agentes de la Guardia Civil. Contra eso y contra ellos siempre ha habido comprensión por parte de la izquierda española. Nunca en el PSOE, en los últimos años, han dejado de celebrar, brindar y pactar con la izquierda abertzale a pesar de todo esto. Solemos decirlo aquí y habrá que seguir diciéndolo: esta historia de amor entre PSOE y Bildu es una relación consumada. No están ya en la fase del cortejo. 

Que las performances en Ferraz disparen las condenas socialistas es de esperar. Basta que alguien pase de ellos para que se pongan a gritar ‘No pasarán’. Basta alguien con una enfermedad mental para verlos posar con un cuchillo ensangrentado como si fueran ellos los que son agredidos en los actos públicos. Y basta una representación catártica desquiciada para establecer una simetría inclinada en la que ellos siempre salen ganando.

No es lo mismo una piñata representando al presidente del Gobierno en Ferraz que un ‘Tiro al fatxa’ en una localidad navarra en la que se aplaude a los etarras que asesinaban a “fachas”

La simetría, decíamos hace poco, es falsa. Y aun así caemos en ella. Estos días salían multitud de ejemplos de comportamientos similares para relativizar lo de Ferraz. El problema es que no son comportamientos similares. No es lo mismo un “Te mato” de un asesino en serie en un juicio que un “Te mato” de un compañero en una partida de mus. De la misma manera, no es lo mismo una piñata representando al presidente del Gobierno en Ferraz que un ‘Tiro al fatxa’ en una localidad navarra en la que se aplaude a los etarras que asesinaban a “fachas”.

“Estamos a un milímetro de que a uno le den un bofetón por la calle”, dice Juan Lobato, el lider de los socialistas madrileños. Hombre, a ver. Alsasua, botellazos en mítines de Vox, agresiones en conferencias en la universidad, persecuciones por la calle al grito de “español, fascista”. Estamos a bastantes kilómetros del momento en que la izquierda empezó a normalizar el bofetazo por la calle a los de derechas. De momento, al otro lado aporrean muñecos. Se pregunta el PSOE con teatralidad, por medio de López Aguilar, dónde están los límites. Basta echar un vistazo a los tres últimos años para comprobar que hasta ahora los límites estaban en cada momento donde le convenía al PSOE que estuvieran.

Burla o indiferencia

Es probable que todo esto cambie ligeramente en los próximos meses. El problema con el discurso del Gobierno no son las mentiras, sino la teatralidad. Cada vez que creen que la oposición ha cometido un error aprovechable, se inflan como fragatas comunes o pavos reales. Condenas, llamamientos a la urbanidad y discursos al borde de la lágrima. No pasarán, la democracia es más fuerte que ellos, la violencia es inaceptable. El problema no son las mentiras, a pesar de que sacarán de la cárcel a los golpistas de Cataluña y a pesar de sus abrazos con los proetarras. El problema es que cansan. Cada vez es peor el circo, y aún más importante: cada vez hay menos pan. La exhibición constante de su indignación exagerada y su preocupación impostada por las instituciones es una aldea potemkin moralista a la que ya muy poca gente hace caso.

Las admoniciones automatizadas de dirigentes y periodistas del Gobierno contra la “derecha violenta” deberían a estas alturas producir sólo burla o indiferencia. En cambio, la respuesta que reciben esas actuaciones coreografiadas es casi siempre la peor posible. Se las toman en serio. O hacen como que se las toman en serio.

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