Opinión

Los malditos de Babel

Tengo pocos prejuicios sobre los idiomas. En una ocasión empecé a estudiar francés por amor, aunque siempre creí que la única lengua que podía tocarme realmente el corazón era el español, pero las palabras más bellas y profundas que me lo atravesar

Tengo pocos prejuicios sobre los idiomas. En una ocasión empecé a estudiar francés por amor, aunque siempre creí que la única lengua que podía tocarme realmente el corazón era el español, pero las palabras más bellas y profundas que me lo atravesaron fueron en inglés. Veraneo entre mar y naranjos escuchando valenciano. Escribo estas líneas desde una cafetería en Yokohama, con vistas al histórico puerto, donde dos camareros intentan entender mis señales para pedir el desayuno. Ninguno de ellos habla una sola palabra en la lengua del imperio planetario y, al parecer, yo aún no pronuncio bien el japonés.

Sé que hay un círculo en el infierno específico para aquel que, ensalzando la diversidad de lenguas, se atrevió a catalogar esta desgracia como 'cultura'. La diversidad de lenguas, esa maldición bíblica que nos apiló en una torre en Babel, juntos y lejos como nunca, para que fuésemos conscientes de que la ausencia de un idioma común separa y divide a los hombres como no puede hacerlo ninguna frontera, ni océano, ni miles de kilómetros de distancia. Las lenguas son una maldita desgracia. Especialmente, dentro de un mismo país. Y en España, que tenemos un tesoro como el español, resulta un crimen. Nuestra élite dirigente pretende arrebatarnos ese tesoro de tener un idioma común que nos conecta como españoles y con medio mundo. Es un acto de crueldad, de vileza y hasta de corrupción en venganza por lo que es y fue España, y por lo que jamás serán sus enemigos.

El regalo con el que nacen quienes no tienen nada, la lengua española, le es arrebatado en nuestro país a miles de niños de regiones con idiomas autonómicos

El idioma español es lo que nos acerca e iguala. Puedo hablar en un perfecto español con un pastor del Altiplano boliviano porque ambos crecimos en la escuela en ese idioma. El regalo con el que nacen quienes no tienen nada, la lengua española, le es arrebatado en nuestro país a miles de niños de regiones con idiomas autonómicos. Es una situación inconcebible fuera de nuestras fronteras, pero tolerada, aplaudida, fomentada y subvencionada durante décadas en la democracia constitucional de nacionalidades y cooficialidad autonómica que sufren niños y sus familias, especialmente en Cataluña.

La tercera autoridad del estado, ese sistema derruido y corrupto de la democracia constitucional en España, es el caballo de Troya para acabar con la lengua común, el español. Se trata de institucionalizar la disolución nacional al representar una España inexistente e irreal que necesita traductores entre españoles. Los enemigos de la nación han izado su bandera en las más altas Instituciones del Estado. Francina Armengol ha permitido, amparado e impulsado que una serie de lenguas cooficiales tan sólo en su ámbito regional -algunas ni eso-, se instalen oficialmente en el Congreso. Este martes se ha estrenado el uso de pinganillo y traductores entre diputados que comparten, todos ellos, el mismo idioma.. Ése era el cometido principal de su nombramiento como presidenta del Congreso, un premio por hacer oídos sordos y cerrar los ojos ante una red de abuso y prostitución de menores tuteladas por su Gobierno en las Islas Baleares.

El pinganillo no sólo es un símbolo de extranjería, sino de cultura lejana. Quieren que escuchar a Rufián, en este Congreso que ya no es de los españoles, resulte equivalente a escuchar a Kim Jong-un para alguien de Huelva. Ahora, a los que hablamos en español, nos llaman monolingües en España. Como si fuese despectivo. Y como nos desprecian, se atreven a vulnerar nuestros derechos fundamentales. Un traductor o un pinganillo no garantiza nuestro derecho a que los representantes de la soberanía nacional utilicen un idioma que pueda ser entendido por toda la nación, sino que precisamente su uso lo vulnera.

Tras 45 años de régimen autonómico hay varias generaciones criadas en la ficción de que España no es una nación, sino un Estado opresor, a diferencia del catalán

Que no se hable en español en el Congreso y se normalice el uso de traductores es un acto más traumático que la independencia de Cataluña, porque hace de ella algo natural, lógico. La lengua conforma el pensamiento para muchas generaciones. Poco debate suscitó el recurso a traductores en el Senado porque allí se va a cobrar y dormir. La España de las autonomías del ´78 es obra del PSOE en común con los partidos nacionalistas, pero muy especialmente del Partido Popular que consolidó e impulsó el invento, el negocio. Esta circunstancia, no menor, es la que lo convierte en un partido intercambiable con el PSOE. Tras 45 años de régimen autonómico hay varias generaciones criadas en la ficción de que España no es una nación, sino un Estado opresor, a diferencia del catalán. La generación de las autonosuyas tiene el cerebro como los niños norcoreanos. Cree que si un pintamonas habla en aragonés, (¿qué demonios es eso?) está defendiendo lo suyo y le representa. Ah, pero eso de 'la batalla cultural' es algo absurdo, dice Borja Sémper.

Declararse en rebelión

Sus señorías, al bajar del estrado, hablarán en español entre ellos. Corrupción y mezquindad para interpretar la ficción que aspiran crear. Una España de Babel tan distinta a la España real. Esto es lo que se debe impedir en el Congreso, esta es la verdadera prueba del algodón. Abandonar el pleno e impedir que haya quórum en cualquier votación. Salir fuera a dar mítines. Declararse en rebelión y llevarlo hasta las últimas consecuencias. Dejar claro que en ese hemiciclo ya no reside la soberanía nacional, aunque no entrase en ella hace muchos años. La liquidación de una nación se produce este martes y es la culminación, el momento de éxtasis del régimen autonómico.

Hay que derribarlo todo, porque lo único que están construyendo es un techo, una losa de estupidez y de maldad tan pesada como el hormigón bajo el que escondernos y enterrarnos a los españoles.

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