Antes de entrar en materia, me gustaría hacer una consideración: vivimos tiempos de relativismo moral, pero un gran número de seres humanos todavía creemos que existe algo que se llama “bien” y otra cosa que se llama “mal”. Si hablamos del Mundial de Qatar, resulta razonable no querer participar en un encuentro deportivo pensado, diseñado y financiado para publicitar el régimen de los jeques, que impone reglas misóginas y homófobas, además de encarnar un despotismo laboral que ha dejado 6.500 trabajadores muertos durante la preparación de esta cita global. Dicho esto, actuar en ese país, como ha hecho el reguetonero colombiano Maluma, puede tener externalidades positivas que no hemos considerado.
En los últimos días, hemos vivido una escena tremendamente desagradable; la entrevista de un periodista israelí a Maluma, reprochándole en un plató de televisión su colaboración musical en el mundial de Qatar. Reproducimos el diálogo:
-Periodista: Tú sabes que te debo preguntar: Shakira y Dua Lipa se negaron a tomar parte en esta Copa del Mundo debido a la escasa observancia qatarí de respeto a los Derechos Humanos y obviamente la gente piensa ‘¿Maluma, no tienes problemas con la violación de derechos humanos de este país?’”, inquiere el presentador.
-Maluma: “Sí, pero es algo que no puedo resolver. Solo vine aquí para disfrutar la vida, disfrutar del fútbol y de la fiesta del fútbol. No es algo en lo que realmente tenga que involucrarme. Estoy aquí disfrutando de mi música y la vida es hermosa, jugando fútbol también”.
Por supuesto, las asociaciones afines a Palestina han señalado la hipocresía de que un periodista israelí vaya por ahí pidiendo cuentas sobre Derechos Humanos a los demás, mientras que algunos activistas feministas y LGTBI+ han condenado la relajación moral de Maluma (como condenaron al actor Morgan Freeman por presentar la inauguración del mayor espectáculo deportivo del planeta).
Maluma y la moral elástica
Más allá de estas reacciones previsibles, creo que se hace evidente el hecho de lo rápidos que somos para reclamar comportamientos éticos a los demás y la infinita tolerancia que aplicamos a nuestras propias contradicciones. ¿Deberíamos dejar de pagar la cuota de Champions para no financiar al PSG y al Manchester City, patrocinadas por los petrodólares de regímenes tiránicos? ¿Deshacernos de nuestros iPhones fabricados en Shenzen por chinos sin derechos laborales? ¿Anular el contrato de Iberdrola para no engordar las arcas de los jeques? (Qatar es dueña del 8,7%, como contamos aquí).
Merece la pena comparar el Mundial de Qatar con el boicot global a la Sudáfrica del apartheid en los años ochenta del siglo XX. En principio, era un acto valiente negarse a ser contratado para entretener a los blancos que sostenían un régimen racista, pero en realidad lo cómodo y políticamente correcto era sumarse a un bloqueo occidental. Cuando la diva pop Dusty Springfield declinaba tocar en el resort de lujo para blancos Sun City estaba haciendo lo mejor para su carrera, mientras que Maluma y Morgan Freeman arriesgan su reputación por su creencia de que los artistas -por ricos que sean- no tienen unos imperativos morales superiores que los de un carpintero o los de una ejecutiva de televisión que dirige las retransmisiones de los partidos.
¿Se supone que las estrellas pop deberían resolver problemas geopolíticos complejos con sus decisiones?
Paul Simon fue muy criticado por romper la disciplina del boicot a Sudáfrica para grabar su majestuoso disco Graceland (1986) con una banda sudafricana. Ese disco vendió dieciséis millones de copias, disparando el estatus global de los desconocidos músicos de mbaqanga que le acompañaron en la grabación, hecha en Johnnaesburgo. También hubo una exitosa gira posterior. ¿Es moralmente inferior Paul Simon a Shakira, que participó en el Mundial de Sudáfrica? Recordemos que el estribillo de su Waka Waka no es sino un cortapega de la canción popular "Zangalewa" y que su impacto mundial no supuso ningún beneficio para la música de Sudáfrica.
En mitad de la polémica, Simon dijo cosas tremendamente inteligentes. "Estoy con los artistas. En el fragor de las batallas entre izquierda y derecha, tengo la sensación de que siempre son los artistas quienes terminan jodidos". Otra: "¿Se supone que yo tenía que resolver las cosas con una canción?". Al final, Simon se ganó el respeto general pagando bien a los músicos sudafricanos que le acompañaron, acreditándoles para que cobrasen regalías y girando con emblemas nacionales como Hugh Masekela y Miriam Makeba. El documental Under african skies (2012) explica los matices de la polémica.
Vivimos tiempos de condenas morales exprés en televisión y redes, pero las cosas nunca son tan simples como parecen. En realidad, la presencia de Maluma en Qatar, un icono sexual universal (excepto para hombres cis, a quinee snos hace parceer más feos todavía), conocido por su despliegue de letras lúbricas, supone un avance frente una sociedad machista y represiva. Las películas del llamado "Destape" en la España de los setenta eran cutres y casposas, pero supusieron un salto de libertad respecto del rancio puritanismo tardofranquista. Cualquier joven qatarí que vea a Maluma sobre un escenario comprenderá que la represión sexual del país no es algo natural ni aceptable. También sorprende que nadie o casi nadie haya señalado que el videoclip de "Tokoh Taka" que ha grabado Maluma rebosa mujeres empoderadas, algo que también tiene valor.
Bajo mi punto de vista, lo mejor sería admirar a quien boicotea el Mundial -la opción moralmente correcto- y pedir a quienes no lo hacen que intenten que su presencia traiga al menos algún beneficio contra el machismo, la homofobia, el racismo, el despostismo y la falta de derechos laborales. Reservemos nuestros reproches para estrellas como Messi, David Beckham, Xavi Hernández, Pep Guardiola y cualquiera que se apunte a hacer publicidad explícita de estos regímenes autoritarios y políticamente opresivos. Ellos son los verdaderos "lamejeques", en feliz expresión del periodista deportivo Paco González.
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